domingo, 16 de diciembre de 2007

Estoy Bailando

Lo encontré. En versión italiana, pero sirve. Además en directo, con desincronización de la coreografía. Cuerpazos, tenían. Y los bailarines gogó no tienen desperdicio. Qué maravilla.

domingo, 2 de diciembre de 2007

Ellas también necesitan amar (III)

Me doy cuenta al escribir y releer que las canciones van unidas a lugares y, resulta inevitable, a momentos importantes. La época más bonita de mi vida fue el largo proceso de enamoramiento, que empezó hace ahora casi con exactitud diez años, se desarrolló a distancia durante casi dos años y me hizo la persona que soy hoy, amante de la vida, a gusto en mi piel. Esta etapa está marcada por diversas joyas musicales: "Barbie Girl" de Aqua, "Sometimes" de Britney Spears, "I'll never fall in love again" –y todo el catálogo de Burt Bacharach- de Dionne Warwick (el vídeo que he encontrado es lo peor), "Diva", de Dana International (un espejismo en la mediocridad en que se ha convertido Eurovisión), "Frozen", de Madonna. Todas estas canciones me recuerdan a aquella etapa, tan llena de expectativas, de esperanza en el futuro, de anhelo de una vida en común repleta de felicidad. Todas esas expectativas se hicieron realidad.

Desde entonces he escuchado menos pop, rock y disco. De las estrellas actuales sólo me gustan Britney Spears, que si ya me encantaba cuando era "buena" me fascina ahora que es "mala", y Jamelia, chica guapísima de piernas casi tan largas como Silvie Vartan , que cantaba hace un par de años "Superstar". Aunque no sea un recién llegado a la música culta y a la ópera, antes no tenía divas, y ahora claro que las tengo. En mi panteón, además de la adorada Christine Schäfer de quien ya he hablado, tengo al dúo finlandés, Soile Isokoski y Karita Mattila, y entre las históricas a Elizabeth Schwarzkopf y Victoria de los Ángeles (tuve una etapa Renée Fleming, gran cantante, pero se me pasó, es una cursi). Todas son voces puras, limpias, sin afectación.

Pero a nadie tengo en mi cabeza como a Ana, la mitad de Ana y Johnny. Yo tendría unos once años cuando Ana y Johnny publicaron "Yo también necesito amar". Eran marido y mujer. Johnny, alto y muy guapo, con su media melena y su labio partido. Ana, pequeña, de ojos inmensos y look hippie pero conservador, del que mi madre veía con buenos ojos. Se cantaban el uno al otro, se miraban, se querían, se declaraban su amor. En la última estrofa de la canción, Johnny le dice "Mírame, no sientas vergüenza ya; acuéstate y disfruta tu libertad". Y la canción termina con Ana aullando, desgarrada, con esa voz inmensa, imposible de salir de un cuerpo tan menudo, desatando la represión retenida tanto tiempo, pidiéndole a Johnny que la tomase, la liberase del pudor y le mostrase su cielo confortador. Franco andaba muriéndose o recién muerto y se olía en el ambiente que todo iba a cambiar a mejor, a mucho mejor, como así fue. La primera vez que oí esa canción y, sobre todo, ese estribillo final, supe que había algo, que yo aún no comprendía, pero que reconocí en seguida que empezaba en el corazón, pasaba por el cerebro y se expresaba a través de la entrepierna. Supe que eso es lo que en realidad da sentido a nuestra existencia, lo que nos redime y nos ensalza, lo que nos hace humanos. A pesar de haberlo escuchado de labios de Ana y Johnny tardé, quizá más de la cuenta, en amar y, aún más, en ser amado y liberado del pudor. Pero no importa tardar si al final, como en la canción de Karina que empezaba este largo periplo musical, ves las cosas claras y se hacen realidad la fe y la ilusión de vivir. Y mi optimismo natural, al que estoy condenado desde que nací, cobró sentido, como lo hizo mi vida entera.

No quiero terminar sin contar que en mi iPod hay una joya, que es la canción a la que siempre vuelvo. En algún basurero encontré "Moon River", en la versión original que cantaba Audrey Hepburn en "Breakfast at Tiffany's". No me canso ni cansaré de escucharla como no me cansaré nunca de ver la película, que une Nueva York, el estilo optimista, moderno y elegante de los años 50, la realidad de la vida adulta. Tan melancólica, melodramática y llena de posibilidades a la vez. Tan bien retratada en la voz de tantas mujeres inolvidables.

Ellas también necesitan amar (II)

Los 80 son, musicalmente hablando, mi década más masculina. Como en esa época yo tocaba en un grupo pop (sí, todos tenemos un pasado inconfesable), hacía como que me gustaban The Police y Nacha Pop. En realidad luego en casa me ponía a Alaska y a Duran Duran, o volvía a Chic, que nunca me ha defraudado. Hay pocas chicas de los 80 que me gusten de verdad, pero eso no quita para que la canción más frecuentemente tocada en mi iPod sea "Voyage voyage" de Desireless, que amo y odio en igual medida. El vídeo es muy bueno, lo dirigió la fotógrafa francesa Bettina Rheims antes de hacerse archi-famosa. Es una canción que marca una etapa muy melancólica de mi vida, el año que pasé estudiando en París en el que me veía forzado a escuchar música pop francesa (no sé si hoy hay cuotas obligatorias de música francesa en la radio, pero entonces las había) que completaba con mis primeras incursiones en la música "culta" del siglo XX. De ahí viene mi pasión por "la noche transfigurada" de Arnold Schönberg, y ahí escuché por primera vez la suite "Lulu" de Alban Berg. La melancolía de aquel año parisino, del que tengo un recuerdo muy nublado, desembocó en depresión, en mi año final de universidad, en el que conocí la traición y la maldad humana llevada al extremo, algo contra lo que había estado protegido hasta entonces.

Algunas de las chicas que he mencionado al hablar de los 70 son en realidad de los primeros años 80. Además de ellas, mis chicas favoritas de los primeros 80 son las de B52's, sus peinados inolvidables y su "Love Shack" y Lio con su "Amoureux solitaires". Mi chica favorita del final de los 80 es Caron Wheeler, cantante del grupo Soul to Soul y "Keep on moving", la canción que entonces asombró y que hoy sabemos que marca todo el inicio del R&B moderno.

En los 80, entre nuevos románticos, pop y funky, eso sí, descubrí el jazz vocal clásico. En mi playlist de chicas no puede faltar Ella Fitzgerald. He incluido bastantes canciones suyas, pero ninguna me emociona como "Bewitched, bothered and bewildered" ("after one whole quarter brandy, like a daisy I'm awake"). Nadie ha tenido nunca un vibrato corto tan perfecto o una dicción en inglés tan clara. También está, lógicamente, Sarah Vaugan cantando "September", que Kurt Weill escribió en su etapa americana y que muchos cursis, quizá con razón, consideran la mejor canción de todos los tiempos. El jazz es, como la ópera y el rock, un género agotado, que no produce nada nuevo de relevancia desde hace mucho, pero hay cantantes que siguen en el siglo XXI llenándonos de melodías y armonías maravillosas: Shirley Horn, la única superviviente de la época dorada pero aún en plena forma, o Diana Krall, a pesar de ser tan comercial.

Además del jazz, en aquella época redescubrí la bossanova (por algún motivo, en mi primera infancia, ésa que digo no recordar, hubo bastante música brasileña). Siempre afirmo que mi canción favorita de todos los tiempos es "Summer samba", en la versión de Astrud Gilberto grabada con el organista Walter Wanderley (el clip es lo peor, pero es lo que hay en youtube). Cada vez que pongo mis pies en Park Avenue suena esa canción en mi cabeza y si algún día tengo la posibilidad de hacer un programa de radio (ése sí que sería un sueño), ésta sería la primera canción que haría sonar. Y cerraría el programa con "Manhattan Skyline" de David Shire, incluida en el banda sonora de Saturday Night Fever. Paula Morelenbaum, de quien ya he hablado en este blog, y Bebel Gilberto, hijastra (creo) de Astrud, han mantenido viva en occidente -en Brasil el el pan nuestro de cada día- a la bossanova. También en los 80, por cierto, y gracias a "Flor de Pasión", el programa de Juan de Pablos, descubrí a las grandes cantantes francesas de los 60, France Galle, Françoise Hardy, Silvie Vartan. De ellas ya he hablado antes, así que no me extiendo.

Los primeros 90 son, junto a finales de los 70, mi época pop preferida, y de esta etapa todo lo que me gusta son chicas. Desde lo previsible, como Madonna (¿soy el único que cree que "Erotica" y "Bedtime stories" son sus mejores álbumes? "Secret" es la mejor canción que ha grabado nunca), Dee-Lite o Lisa Stansfield ("All woman", sigo con máximas, es la mejor canción soul que conozco) hasta cosas menos conocidas como los dúos Zhané ("Vibe", que cuenta con el vídeo neoyorquino, junto al de Heart of Glass que ya he colgado, por definición) o Wendy and Lisa, con una canción inolvidable pero sin clip, "Always in my dreams", que tiene una estrofa inicial que me encanta y me aterra en igual medida: "I dreamt last night that I was the tear from your face that fell upon the page you wrote me yesterday telling me goodbye". Quizá porque tenía esa letra en mi mente, años después hice precisamente eso, escribir una carta diciendo adiós. Fue el mayor error de mi vida, que me fue perdonado y quedó corregido. Desde entonces sé que vivo en la provisionalidad, pues una segunda oportunidad sólo se tiene una vez, y ese cartucho ya está gastado para siempre.

En los primeros 90 conocí a otras cantantes que me siguen gustando muchísimo, como Holly Cole, cuyo primer disco, como escribí en una entrada anterior, compré por la foto de portada; Sheryl Crowe, que tiene una voz perfecta y escribió lo que para mí es un himno a una ciudad que me espanta y fascina en igual medida, me refiero a "All I wanna do" y a Los Ángeles; K.D. Lang, que se ha convertido en referencia imprescindible. Toda esta música me recuerda mucho a Nueva York, pues la escuchaba durante la primera etapa en que viajé regularmente a la ciudad. Nueva York, como ya he dicho tantas veces en este blog, siempre acaba siendo una referencia imprescindible y, de hecho, esta lista de canciones está vinculada a esa ciudad, como lo está mi vida, aunque sea más bien en un deseo que en el fondo tampoco tengo tantas ganas de hacer realidad.

sábado, 1 de diciembre de 2007

Ellas también necesitan amar (I)

Como en noviembre sólo he escrito una entrada, y además del tipo quejumbroso, he decidido que tengo que desquitarme y proporcionaros, queridos lectores, material para la reflexión durante las fechas tan señaladas que ya tenemos encima.

En alguna entrada anterior dije que me encantan las listas. Como el iPod te permite hacer listas de canciones, he aprovechado la posibilidad para hacer unas listas completísimas para ocasiones diversas. Una de ellas lleva el mismo título que este post, "Ellas también necesitan amar" y es sorprendente como, a lo largo de canciones interpretadas por mujeres, se pude trazar mi vida entera. Todos mis recuerdos están vinculados a canciones y músicas diversas, imagino que le pasa igual a todo el mundo, pero en mi caso son voces femeninas las que marcan el paso del tiempo.

Tengo que reconocer aquí que apenas tengo recuerdos de mi primera infancia, es casi como si mis primeros 10 años de vida no hubiesen existido. Mis primeros recuerdos musicales pasan por Eurovisión y por mi devoción por Karina. Los 70 fueron la época dorada del concurso europeo de canciones. Nunca me cansaré de escuchar "L'oiseau et l'enfant" de Marie Myriam, o, sobre todo, "Tu te reconnaîtras" de Anne Marie David, la mejor canción que haya ganado nunca el Festival de la canción (fiajos en el vídeo, eso sí que es un buen corte de pelo). Lloré como lo que era, un niño pequeño, cuando Karina perdió (porque quedar segundo es, más que nada, perder) en Dublín en 1971 con "En un mundo nuevo y feliz". Recuerdo como si lo estuviese viendo su vestido color aguamarina de falda maxi y escote atrevido para la época (al menos en España), con un gran círculo recortado a los pies. Mi madre decía que ese círculo parecía una mancha de aceite. Pero yo sufrí mucho cuando perdió a manos de una monegasca petarda y teñida, Sévérine, que se alzó con la victoria con "Un banc, un arbre et une rue". Bonita canción, pero nunca la tendré en mi iPod.

Además de canciones eurovisivas, los años 70 están recogidos en mi lista con joyas de la música de baile: "Fly, robin, fly" de Silver Convention abre la etapa disco, que continúa con Tina Charles y su "I love to love" (el primer disco que me compré), "Mellow lovin'" de Judy Cheeks (¿Qué les ha pasado a los peluqueros? ¿Por qué en los 70 hacían maravillas y ahora sólo hacen horrores?), "Scotch and soda" de Manhattan Transfer, "If I can't have you" de Yvonne Elliman (la María Magdalena de la versión de Hollywood de JesusChrist Superstar), "Lost in music" de las divinas Sister Sledge, "Yes sir I can Boogie" de Baccara, "Forget me nots" de Patrice Rushen (quizá la mejor canción de la época disco, ya en los 80; el clip que he puesto es un montaje sobre una secuencia de una de las mejores series de televisión de todos los tiempos: la primera temporada de "The L word") y termina con Debbie Harry y "Heart of Glass" de Blondie, también ya del año 80, "Xanadu" de Olivia Newton-John, y las Hermanas Goggi y su "Estoy Bailando", que no está en Youtube, algo inaudito y sumamente injusto.

El final de los 70 es la época mejor representada en mi discografía. Ya he hablado de ellos, de lo que significa esa época para mí, así que no me extenderé más. Tengo que puntualizar que además del disco y de Eurovisión para mí una influencia fundamental en los 70 fue la música folk, sobre todo americana. Me encantaría poder incluir al "Glam" en esta lista, pero quizá porque aquí tuvo poca entrada no me marcó demasiado y no lo descubrí hasta mucho después. Aunque conservo sobre todo canciones folk cantadas por hombres, a veces estaban escritas por mujeres, como el "You've got a friend" de Carole King al que puso voz uno de mis cantantes favoritos, James Taylor. Nunca he tenido un espíritu hippie muy marcado, la verdad, pero hay dos canciones que no podían faltar en mi lista y que me emocionan por igual: "Chuck E's in love" de Rickie Lee Jones (una pedorra formidable, llevaba siempre unas gorras de escándalo aunque no en el clip que he encontrado) y "Chelsea morning" de Joni Mitchell. Quizá Ana y Johnny también estén en esta categoría, llamémosla "folk". En una futura entrada comentaré lo que supone para mí el 68 y todo el movimiento hippie-libertario que lo sigue. Nunca me ha interesado mucho. Hasta ahora.

sábado, 17 de noviembre de 2007

Disculpas

Buenas tardes.

Este breve post es para disculparme. Hace mucho que no escribo. La verdad es que he escrito mucho en estas últimas semanas, pero no he publicado nada en este blog porque no me gusta del todo el resultado. Y eso me lleva a pensar sobre los verdaderos motivos por los cuáles me puse, hace aún pocos meses, a escribir este cuaderno.

En realidad empecé a escribir este blog para divertirme y para entretener a amigos, para dar salida a un montón de ideas que se me ocurren y ventilar frustraciones o compartir filias y fobias así como fotos y vídeos que me gustan. Pero me doy cuenta de que me estoy complicando mucho. Me explico: tengo varias entradas empezadas y que no consigo terminar. No es por un supuesto "bloqueo de escritor" (si algo no soy es escritor, me gustaría pero no lo soy), sino simplemente porque no me gusta lo que he escrito, lo considero incompleto, insuficiente, banal, poco divertido o electrizante, insustancial, pretencioso, poco documentado, superficial. Podría seguir.

El otro día, uno de mis mejores amigos, de ésos que son tan buenos que sólo los ves una vez al año, me dijo que le gustaba el blog y, con una palmadita en la espalda, de ésas que sólo tus familiares y quienes te conocen hasta la médula pueden dar, me dijo que ya sabré yo por qué lo escribo.

Si lo pienso seriamente me convenzo de que precisamente lo que no quiero es escribir algo serio sino dar rienda suelta a las cosas que me gustan ya a las que no, tal como dije en la no tan lejana primera entrada. Pero me preocupa lo que pensará fulanita o lo que contestará menganito, y es una tontería. Si escribo esto es para que me leáis y disfrutéis con mis gustos y disgustos, no para deslumbrar a nadie.

Tengo a medias una entrada sobre religión, otra sobre el verano nórdico, otra sobre Charlene Tilton, una receta de cocina, un post sobre Alvar Aalto, otro sobre Ana y Johnny, un cara a cara entre Jane Fonda y Audrey Hepburn, una reflexión sobre los buenos espacios urbanos y otra sobre rascacielos y ciudad, otro post sobre Jermaine Stewart, otro sobre el fin de semana perfecto. Y muchas ideas más. Me apetece seguir escribiendo pero no sé si merece la pena. Por primera vez os pido comentarios, queridos lectores. Me apuesto lo que sea a que todos vais a pedirme que termine y publique la entrada sobre Charlene. Lo veo venir, cómo os conozco.

lunes, 29 de octubre de 2007

Navidad en Octubre

Buenas noches.

Mi cumpleaños cae a finales de octubre. Y hasta ahora nunca lo había celebrado rodeado de decoraciones navideñas. Cierto es que no he vivido toda mi vida en Madrid, pero aquí nací, crecí, estudié (en parte) y vuelvo a vivir ahora. No recuerdo que en el pasado la Navidad empezase en octubre, pero ahora lo hace. Toda la Castellana está ya llena de decoraciones (aún no encendidas, menos mal) de Navidad, los suplementos dominicales de los periódicos incluyen desde hace varias semanas publicidades de juguetes, jamones y viajes de fin de año al Caribe y los anuncios televisivos de coches empiezan a dar paso a los de perfumes y fragancias.

Sé que soy un pesado y que siempre lo comparo todo a Nueva York. Qué le voy a hacer, es mi ciudad de referencia. En Nueva York (y en Estados Unidos), meca del consumismo feroz, la Navidad empieza en diciembre. Claro, que ahora están con Halloween, es la época en que todos los escaparates, tanto de jugueterías como de floristerías, desde los restaurantes de lujo hasta los greasy spoons, se llenan de calabazas. Incluso el Empire State Building (sí, el que no fotografía, como si fuese un vampiro) se ilumina de noche de naranja o de morado. Tras la celebración del día de difuntos –le recomiendo a quien no lo conozca que vaya aunque sea una sola vez al desfile de disfraces de Greenwich Village, donde los atuendos de las drag queens son superados por los disfraces que loes ponen a sus hijos- empieza la celebración de Thanksgiving, que ocupa al menos tres semanas. Entonces desaparecen las calabazas y se ofrecen viajes baratos para volver a casa a pasar acción de gracias y regalos de buen tono para los padres y los sobrinos. Nos creemos que acabamos de inventar el multiculturalismo y el buen rollo del diálogo y la convivencia y los americanos llevan más de dos siglos celebrando una fiesta "espiritual" idéntica para todas las denominaciones religiosas- y también para las personas no religiosas.

La campaña de Navidad no empieza allá hasta después de Thanksgiving. Aquí, curiosamente y a pesar de que ahora se celebra Halloween, se pasa directamente del verano a la Navidad. Y en Navidad, y se trata de una curiosa nueva tradición, la gente se pone disfraces y unos pelucones de escándalo. De eso no voy a escribir ahora, lo dejo para algo más adelante. Hoy la Navidad, aquí y en todas partes, es la fiesta del consumo. Ni siquiera se valoran ya los supuestos valores familiares (sobre los que sí incide Thanksgiving), y mucho menos los religiosos –que a mí, la verdad, me interesan bien poco. Nunca me gustó la Navidad, pero debo reconocer que la persona con quien comparto mi vida, a quien le encanta (y envía decenas, centenares de tarjetas de felicitación, se esmera comprando regalos y montando un árbol precioso y se tira horas preparando unas comilonas tremendas), ha conseguido que ahora lo disfrute mucho más. En el fondo es porque me he convencido de que todo es un ejercicio kitsch y, por lo tanto, digno de atención y elogio.

Pero sigo sin comprender que la Navidad empiece en Octubre. Que haya decoraciones urbanas navideñas y la gente siga vestida de verano. Hoy mismo he visto a un tipo, en camiseta, bermudas y chancletas, paseando bajo las decoraciones de muelles (¿navideñas?) de la Castellana. A lo mejor es que la bonanza de nuestra economía depende de lo que gastemos ahora y tenemos que empezar la temporada del consumo lo antes posible. O a lo mejor es que el poder de la chancleta es tal que se sigue llevando incluso en las frías mañanas madrileñas de estos días. Me inclino, por algún extraño motivo, por esta segunda opción. No sé qué hago gastando en zapatos.

domingo, 21 de octubre de 2007

Christine Schäfer

Si se busca en Youtube se encuentran varias actuaciones de Christine Schäfer, sobre cuya voz escribí en una entrada anterior. Como no encontré ninguna interpretación suya de lied, decidí subir yo mismo este vídeo, algo extraño (y pretencioso), de su interpretación de Im wundershönen Monat Mai, del ciclo Dichterliebe de Robert Schumann. Hay una cierta desincronización entre la imagen y la voz, pido disculpas. A mí esta canción, y esta voz, me producen escalofríos.

domingo, 14 de octubre de 2007

Malabarismos urbanos

Buenas tardes.

Un aspecto que sorprende del paisaje humano actual de Madrid es la cantidad de artistas circenses que hay. Los ves en los semáforos que tardan en abrirse (en el de Abascal con la Castellana, por ejemplo) y la verdad es que son muy buenos. Hacen malabarismos con mazas, cintas, pelotas. Se ganan, sin duda, las monedas que reciben de los conductores. Noté esta misma profusión de malabaristas en Londres, cuando viví allí, en los años del cambio de siglo.

No sólo se ve a estos jóvenes artistas circenses en los semáforos. Todos los domingos, muchos se agrupan en la zona de la Latina y entrenan con sus diábolos con gran dedicación. La misma de los (aún más jóvenes) patinadores de skateboard, que se desgañitan dando grandes saltos para, después de girar la tabla en el aire, volver a caer sobre las ruedas (sólo hay dos o tres que lo consiguen, los demás parecen repetir el intento una y otra vez, casi siempre en vano).

Yo, que lo único en lo que soy maestro es en perder el tiempo, me pregunto si estos chicos alguna vez se plantearán hasta donde quieren llegar con sus acrobacias sobre patines y con sus prácticas circenses. No dudo de que lo pasen bien y estoy seguro de que extraen de sus prácticas mucha satisfacción pero me extraña mucho que jóvenes supuestamente modernos se dediquen a una práctica tan rancia como el circo y las acrobacias. No estoy juzgando lo que hacen ni diciendo entre líneas que deberían hacer algo "de provecho". Nada más lejos de mi intención. Insisto, si algo he hecho bien a lo largo de mi vida es perder el tiempo, y es el derecho de cada cuál elegir cómo lo pierde. Pero puestos a hacer una actividad "alternativa" se me ocurren otras muchas, pero por algún motivo meto el circo en el mismo saco que el croché. Y no me cuadra que estos chicos se dediquen al circo, no sé por qué.

sábado, 13 de octubre de 2007

La hora exquisita


Hay un poema de Paul Verlaine, sin título, cuya estrofa final lee

"Un vaste et tendre apaisement
Semble descendre du firmament
Que l'astre irise
C'est l'heure exquise"

Muchos compositores simbolistas le pusieron música en torno al cambio de siglo y, a mi modo de ver, el intento más logrado es el de Ernest Chausson. Bastante olvidado hoy, Chausson era buen amigo de Debussy y compañero de la generación que desarrolló el concepto de "mélodie" francesa, formato cercano pero distinto al "lied" alemán, más sensual, más abstracto, más moderno. Su melodía más famosa es "le Temps des Lilas", basada en un texto de Maurice Bouchor, que a la vista del éxito como canción convirtió posteriormente en suite. El poema de Verlaine, parte del cual reproduzco, lo rebautizó como "Apaisement" y es una composición de menos de dos minutos, calmada y apaciguadora que, en la voz de Christine Schäfer, se convierte en una experiencia inolvidable, casi mística.

Christine Schäfer es una soprano alemana, menuda y de una belleza aniñada y frágil, cuya voz pura y transparente parece enviada desde otro mundo, un mundo en el que nada malo puede pasar, y en el que deben existir ángeles, con o sin alas, que cantan como ella. No es la típica diva operística al uso, más bien dirá que es justamente lo contrario. Su discografía no cuenta con los llamados "recitales" de arias famosas de ópera que tantos cantantes graban para ganar dinero, sino que se centra en el repertorio alemán, desde el barroco al siglo XXI, con énfasis especial en Mozart y en el lied. Schäfer es ante todo músico. Antepone la musicalidad y el respeto por la partitura a cualquier divismo, pero también es una excelente actriz que además elige perfectamente sus papeles operísticos y los montajes en que participa.

Con los años me he convertido en un auténtico fan, y la he visto en numerosos recitales y óperas, ente otras en Covent Garden como Gilda y Sophie, en el festival del Drottningholm como Alcina, en Berlín como Violetta, en el Barbican de Londres como Zerbinetta. En al menos tres ocasiones su voz en directo me ha llevado a las lágrimas. El invierno pasado aquí en Madrid en el teatro de la Zarzuela, cantando el ciclo del Viaje al Invierno de Schubert. El tercer acto de la Traviata en Berlin y los pianissimi imposibles de la muerte de Violeta (papel que ha repetido ahora en París, convertida en sosías de Edith Piaf). En el Royal Festival Hall, al alcanzar los agudos finales de "September" –no, no la canción de Earth Wind and Fire sino uno de los cuatro últimos lieder de Richard Strauss.

Su reputación como intérprete mozartiana y de la música del siglo XX, en especial como Lulu y Pierrot Lunaire, es casi incomparable, pero es realmente en el lied donde muestra su infinita sensibilidad y capacidad para transmitir sentimientos y sensaciones, que al fin y al cabo es la labor última de la música. He ido desarrollando con el tiempo un gusto especial por la música de Robert Schumann y Schäfer tiene un par de grabaciones espléndidas de sus lieder. Se atrevió con Dichterliebe, ciclo escrito para barítono; su interpretación de la miniatura Im wunderschönen Monat Mai resulta escalofriante.

Quien busque fuegos artificiales, sobreagudos sobrehumanos, malabarismos y proezas de diafragma o un chorro de voz que llegue a todos los confines de la tierra no gustará de Christine Schäfer. Quien quiera fidelidad a la partitura, musicalidad por encima de todo, precisión técnica germana y una voz pura, de agudos suaves y sin esfuerzo y una sensibilidad sobresaliente tiene en ella a una cantante comprometida y generosa capaz de estremecer con la mera belleza de su voz. Aunque le he oído cantar Wagner, en concreto los Wesendonck lieder, tan vinculados a la que quizá sea mi ópera favorita, Tristán e Isolda, no me la imagino interpretando a la princesa irlandesa, un papel que tal como se interpreta habitualmente parecería requerir una voz mucho más grande que la suya. Pero sí daría mucho, muchísimo, por escuchar a Christine Schäfer cantar el Liebestod final, el encuentro en la muerte de los dos amantes, una de las piezas de música más sublimes jamás escritas para la voz humana. Ésa sí sería mi hora exquisita.

sábado, 6 de octubre de 2007

Las playas desiertas


Buenas noches.

Cuando el violonchelista brasileño Jaques Morelenbaum y Ryuichi Sakamoto (uno de mis músicos modernos favoritos) se lanzaron a bucear en el enorme archivo que dejó Antonio Carlos Jobim a su muerte, encontraron entre otras muchas cosas la partitura de una canción inédita, "As praias desertas", un ejercicio de melancolía, saudade y optimismo, siempre presentes en la música de Jobim y las letras de Vinicius da Moraes. Acompañados por Paula, la mujer de Jacques, cantante de voz cercana y natural, muy en la línea de Astrud Gilberto, grabaron la canción y la incluyeron en el primer disco que hicieron juntos, "Casa". Aunque he rebuscado por Youtube no he encontrado ningún vídeo, y es una pena que no exista porque la canción es preciosa.

No oculto que a mí me encantaría ver ese vídeo, sobre todo porque me gustan mucho las playas desiertas. Nunca olvidaré un paseo muy largo, hace ya mucho, por la playa de Scheveningen, cerca de La Haya, con mi perra, aún cachorro, llena de energía y de ganas de verlo y olerlo todo. Este verano pasado estuve en el norte de Inglaterra, donde tengo familia, y aproveché para darme paseos por la playa de Goswick, en el condado de Northumberland. Yo filmaría el vídeo de la canción en esa playa. Está en una reserva natural de dunas protegida, llamada Lindisfarne, llena de aves de todo tipo. Cuando la marea está baja, la playa se vuelve inmensa y de hecho hay una carretera que lleva a Holy Island, isla sagrada que fue una de las cunas del cristianismo en Gran Bretaña y que cuenta con un monasterio abandonado, tan británico, y un castillo que debió servir de modelo para la Isla Misteriosa de Tintin. Todo queda anegado cuando sube la marea, la isla aislada, la playa desaparecida.

La playa, muy larga, suele estar desierta, salvo por unos pocos paseantes a pie o a caballo. Quién más la disfruta son los perros, que persiguen gaviotas, cormoranes y todo lo que se mueva, se dan chapuzones cuando les apetece y corren sin parar, aprovechando cada instante. En eso, como casi en todo, los perros son superiores a nosotros. No tenemos esa capacidad inagotable de disfrutar del momento sin pensar en el pasado o en el futuro, sin compararlo con otras experiencias o proyectándolo hacia otras aún por vivir. Ver a un perro retozar, por puro placer, en la arena, como en la nieve, es una delicia.

No me importa hacerle publicidad a la playa de Goswick, una pequeña parte de la cuál se ve en la foto, sobre todo porque allí llueve casi a diario, y ese tipo de playas, que son mis preferidas, tienen poco atractivo para la mayor parte de la gente, que prefiere la garantía de sol y calor. Para mí su belleza está en el silencio, roto sólo por el viento, las olas y algún graznido y ladrido ocasional. Y el azul del mar, que da tanto sosiego.

"As praias desertas continuam
esperando por nós dois..."

domingo, 30 de septiembre de 2007

En Nueva York


Escribo desde Nueva York. Una de las cosas extraordinarias de esta ciudad tan densa es el modo en que despliega sus zonas verdes. No me refiero a Central Park, sino a los pequeños "Squares" y plazas arboladas que son auténticos oasis en la cuadrícula. Me encanta el espacio verde, en pleno cruce de la Quinta Avenida con la calle 42, que está justo delante de la New York Public Library. Siempre hay sitio libre en alguna de las mesitas. Los compañeros de parque son vagabundos (tan educados y tranquilos), jóvenes tecleando ferozmente en su iBook, mujeres elegantes cargadas de bolsas de compras tomándose un respiro.

Al cruzar Madison Square Park vi un tordo precioso y muy gracioso dándose un baño en una fuente. Como llevaba la cámara en el bolsillo, la saqué para hacerle una foto. Me di cuenta de que justo encima de la fuente, en segundo plano, se elevaba el Empire State Building, algo difuminado por la calima. Sintiéndolo por el tordo, me concentré en hacer la foto al paisaje urbano. Hice tres, y aquí reproduzco una de ellas. En ninguna salió el edificio. Me pregunto por qué. ¿Será sólo la calima?

domingo, 23 de septiembre de 2007

Irresistible

Me descubrieron hace poco esta maravilla en youtube (¿Cómo era el mundo antes de youtube? Me cuesta recordarlo pero desde luego era peor). Sylvie Vartan canta "Irrésistiblement", uno de sus grandes éxitos de finales de los 60, cuando ya estaba casada con Johnny Halliday pero antes del terrible accidente de tráfico que la dejó totalmente desfigurada. Tuvo que pasar por muchos meses de cirugía plástica reconstructiva para continuar siendo el sex-symbol que siempre ha sido y, cuarenta años después, sigue siendo.

Me pregunto si una artista que no fuese francesa podría, en plenos años sesenta, haber dicho cosas como "Todo me arrastra irresistiblemente hacia ti... Todo me encadena irresistiblemente a ti..." y quedarse tan tranquila en su micro falda de cuero y sus botas de mosquetero por encima de la rodilla. La puesta en escena es lo mejor: las bailarinas, vestidas de Barbarella y peinadas de Betty Boop, con un toque de las muchachas-flor del Oro del Rin, bailando de modo sincopado como si fuesen robots que reciben órdenes. Y Sylvie Vartan, con su cintura imposiblemente fina y las piernas más largas que uno pueda imaginar, ni canta ni baila mucho, pero es sencillamente perfecta, como la propia canción, una joya pop con toques de "chanson" francesa. Incluye además un eco exagerado al final de la última estrofa que en su época debió ser el colmo de la modernidad tecnológica. Me pregunto si los Zombies lo copiarían para Groenlandia. Desde luego se parece.

Hurgando un poco en su historia uno se da cuenta de que Sylvie Vartan era un ejemplo, ya entonces, de la sociedad multicultural que era (y es: su actual Presidente puede dar fe de ello) Francia. No dejaba de ser una emigrante, nacida en Bulgaria, hija de padre de origen armenio y de madre húngara-búlgara. Pero pocas mujeres más esencialmente francesas puede haber que ella. Hay otro vídeo, posterior y quizá menos auténtico pero mucho más camp y divertido, con unos bailarines con trajes estilo Austin Powers y bailarinas con unos moños cardados que desafían la gravedad. Se puede ver aquí.

Si uno ve fotografías actuales de la Vartan, se encuentra a una mujer aún delgada y sumamente atractiva, en apariencia 20 años más joven. Y lo mismo se puede decir de sus contemporáneas France Gall, Françoise Hardy y las británicas trasplantadas a Francia Jane Birkin y Charlotte Rampling. La excepción es Brigitte Bardot, pero imagino que se debe a lo mucho que desgasta ser de extrema derecha. No sé qué tendrá Francia que hace que las mujeres, propias o importadas, conserven e incluso aumenten su atractivo con el paso de los años. Y soy consciente de que no he incluido en la lista a Catherine Deneuve. Debe ser el champagne o la sopa, pero tiene que haber algún truco, no pueden ser sólo genes o factores exógenos.

En España en aquella época no había nadie equivalente. Incluso mezclando generaciones sólo cabe destacar a Concha Velasco, que se conserva muy bien, a Marisol, de quien se sabe poco, a Rocío Dúrcal, la pobre, o a Karina, uno de mis grandes ídolos de infancia, que no ha envejecido demasiado bien. No teníamos en la España de la autarquía y del desarrollismo a nadie multicultural, salvo que incluya a Donna Hightower, o (en un momento posterior) a Betty Missiego o Mayra Gómez Kemp. Terreno en el que, de momento, no me quiero meter. Quizá Ana, de Ana y Johnny, con su cuerpo menudo y su voz enorme, podría haber sido nuestra gran superviviente pop. Pero su carrera, tras ser liberada del pudor en un momento fundamental de nuestra historia, no tuvo continuidad, aunque algunos no la olvidemos. Volveré sobre Ana y Johnny.

domingo, 16 de septiembre de 2007

La línea del cielo


Me siento muy orgulloso de esta foto. La tomé hace unos años, a principios de noviembre, desde el vaporetto que lleva a la ciudad atravesando toda la laguna. Caía una tromba de agua fenomenal. Me encanta el azul, casi irreal e idéntico, del cielo y el agua. Tiene un aire, y pido perdón por lo pretencioso de la comparación, a un óleo de Whistler. Y si uno se fija bien, se adivina la magnífica línea del cielo de Venecia.

Siempre digo que mis ciudades favoritas son Venecia, Hong Kong, Estambul, Nueva York. Lo único que tienen en común es la presencia del agua, una densidad casi agobiante y skylines o líneas del cielo inmediatamente reconocibles. No juzgo estas ciudades de un modo absoluto, ni pretendo, al incluirlas en una lista de favoritas, indicar que me gustaría vivir ahí. Creo que sólo en Nueva York, que conozco bien, y en Hong Kong, dónde sólo estuve, hace ya mucho, unos días, podría establecerme con ciertas garantías de vivir a gusto. Es su atractivo estético, histórico e incluso conceptual lo que me atrae de estas ciudades. Y su línea de cielo, por supuesto.

Si hubiese empezado a escribir este blog hace diez años (¿había blogs hace diez años?), cada entrada hubiese contenido una lista. Me encantan las listas: mis diez sopranos favoritas, las quince mejores patatas a la brava, los libros que cambiaron mi vida, mis diseñadores irrenunciables. También me encantan las ciudades, sobre todo si son estimulantes, diversas y ofrecen todo tipo de posibilidades de ocio y a la vez le permiten a uno vivir a diario en un microcosmos amable y reconfortante. Siempre que voy a un sitio nuevo me planteo si me gustaría vivir allí y me sorprende ver, tal como decía, que no siempre escogería para vivir las ciudades que me gustan o estimulan a primera vista.

Una revista aún nueva, Monocle, publicaba hace poco su lista de las mejores 20 ciudades del mundo para vivir. Los criterios que utilizaba son interesantes, pues no se refiere a las redes de carreteras y sí al transporte público, valora un buen sistema de educación pública frente a la privada, concede puntos positivos a las ciudades multiculturales y con altos niveles de tolerancia así como a la facilidad para iniciar un pequeño negocio, se fija en las horas de sol anuales, los horarios comerciales y la vida nocturna y valora mucho la sostenibilidad medioambiental. Quedan fuera de la lista las grandes metrópolis –salvo Tokio, que está entre las 5 mejores- como Nueva York o Londres, y son ciudades centroeuropeas y escandinavas de tamaño medio las que se encuentran en los primeros lugares.

Madrid, que sale bien parada en el listado de monocle, tiene una línea del cielo paradójica. El centro histórico tiene un skyline preciosode cúpulas y chapiteles que, con la gran excepción de la Plaza de España, ha cambiado poco desde que Goya lo pintase desde la pradera de San Isidro. El skyline madrileño moderno, por el contrario, es un disparate y las cuatro torres (feas y paletas, como cuatro espárragos aislados, o cuatro dedos de una mano enterrada gigantesca) que crecen en el norte de la ciudad y que me toca ver a diario desde la ventana de mi lugar de trabajo, lo van a empeorar decisivamente. Una línea del cielo no se hace de golpe y a golpe de talonario sino poco a poco, completando lo ya existente, valorando el modelo de ciudad, sus necesidades reales de crecimiento y, me disculpo por repetir una palabra fea, su sostenibilidad futura.

Hace un montón de años, el director Fernando Colomo hizo una película, hoy olvidada, en Estados Unidos y la llamó "La línea del cielo", en referencia al skyline que toda ciudad de Norteamérica construye y desea ver convertido en su seña de identidad. Fue a principios de los 80, cuando otros directores españoles probaban fortuna en EEUU, intentando hacer su película americana (Bigas Luna firmó "Reborn", también olvidada, en esa misma época; Trueba lo intentaría una década más tarde; Almodóvar aún espera, y hace bien). Llegar a Venecia, como a Nueva York, a Estambul, a Hong Kong o, por qué no, a Benidorm por mar es una experiencia difícil de olvidar. Emociona y da vértigo ver el cielo recortado por formas arquitectónicas caprichosas, construidas a mayor gloria de dios o del dinero, o de ambos a la vez. Y siempre hay un instante en el que se me pasa por la cabeza que quiero quedarme a vivir ahí para siempre, aunque al cabo de unos minutos, unas horas, o unos días, eche de menos mi casa, mi cama, mi calle, mi rutina diaria, tan perversamente reconfortante.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Encajar

Buenas tardes.

Uno de mis escasos lectores me pide que profundice en la figura del adolescente avergonzado por sus padres que cito en la entrada sobre la dictadura de lo joven. Después de darle muchas vueltas me he dado cuenta de que todos los adolescentes se avergüenzan de sus padres, lleven traje, chanclas o rastas. En eso consiste ser adolescente, en ser difícil, en descubrirse a sí mismo y a los demás, en darse cuenta de que no es fácil encajar.

Hay pocas palabras que deteste más que el adjetivo “normal” y el uso que hacen de ella quienes intentan imponer a los demás sus puntos de vista, pero no deja de ser fascinante cómo dedicamos gran parte de nuestros esfuerzos a ser normales. Prefiero de todos modos, y la cuestión no es meramente semántica, examinar el concepto de “encajar”: encajar en la sociedad, en la familia, en un grupo de personas, de amigos, en el trabajo, en una identidad, en la vida.

No es sencillo encajar. La canción de cuya letra sale el título de este blog cuenta la historia de un chico “que siempre fue solitario, sin alegría, en un mundo propio” a quien siempre le habían dicho que hay que pertenecer a un club si uno quiere “encajar” (hay que reconocer que el inglés es un gran idioma: el verbo “belong” que utiliza la canción es algo a medio camino entre encajar y pertenecer). Y luego el chico triste y solitario tiene la revelación: mientras dudaba entre escribir un libro o meterse a actor, escuchó al Ché Guevara y a Debussy con un ritmo disco y comprendió que... Lo que probablemente comprendió es que en realidad no hace falta hacer tantos esfuerzos para encajar, que somos como somos y que siempre habrá gente a quien gustemos y otra a quien no y sobre todo que merece (y mucho) la pena dejar un margen importante para que florezca nuestra personalidad sin necesidad de esforzarnos más de lo necesario por encajar. Por raros o distintos que seamos, siempre encontraremos alguien a quien querer y quien nos quiera, que no nos juzgue y nos acepte como somos.

El cine de Pedro Almodóvar es una gran oda a la “normalidad”. Cuanto más disparatados son sus personajes, más necesitados están de encajar, más anhelan pertenecer al mundo como cualquier otra persona corriente. Quizá el mejor ejemplo sea Ricki, que interpretaba Antonio Banderas en “¡Átame!”, o Benigno, el enfermero de “Hable con ella”. Se trata de personajes excluidos de la sociedad por motivos muy distintos, que lo único que quieren en realidad es amar y ser amados y encajar en un mundo en el que no se sienten muy a gusto. Que es lo que, al fin y al cabo, queremos todos. Por cierto, se cumplen 20 años de “Mujeres al borde un ataque de nervios”. Qué película tan perfecta. A ver si me animo y escribo más de cine.

domingo, 2 de septiembre de 2007

La portada de un libro


Hace poco compré un libro sólo por su portada. No recuerdo haber hecho algo semejante antes. Algún disco sí he comprado por la portada, por ejemplo "Temptation" de Holly Cole, con el que me hice en una pequeña tienda del East Village, de cuyo nombre no me acuerdo, hace ya más de diez años y que sigo escuchando con cierta regularidad. Pero un libro, nunca. Hasta ahora. La portada que me hizo comprarlo muestra la fotografía en blanco y negro de una mujer bellísima, de piel muy blanca, labios que se adivinan muy rojos, cigarrillo en la mano, pelo retirado de la cara, pómulos marcados, vestida con un vestido negro de corte "New Look" que inmediatamente nos traslada a los años 50. Se trata de Maeve Brennan, escritora irlandesa transplantada a Estados Unidos, olvidada durante mucho tiempo y hoy recuperada gracias a las reediciones de su obra en los últimos años y a la biografía que acabo de terminar de leer, escrita por Angela Rourke.

Nunca antes había comprado un libro por su portada y nunca había leído una biografía de un escritor de quien no sabía ni había leído nada. Imagino que siempre hay una primera vez para todo. Maeve Brennan era hija de un luchador por la independencia de Irlanda que fue el primer Embajador irlandés en EEUU, durante los años de la Segunda Guerra Mundial. Maeve llegó a Washington, tras una infancia poco privilegiada y muy movida por las actividades clandestinas de su padre, con 17 años y ya permaneció el resto de su vida, salvo viajes y estancias puntuales en Irlanda, en América. Escribía desde niña y decidió dedicar su vida a la escritura. Ya en Manhattan, su verdadero hogar, trabajó primero en Harper's Bazaar, donde adquirió un gusto por la ropa buena y cara y un ojo especial para detectar el buen (y el mal) gusto. De ahí pasó a The New Yorker, donde editó obras ajenas, publicó historias cortas bajo nombre propio y escribió numerosos artículos de sociedad, en la famosa sección "talk of the town", utilizando un alter ego, "the long-winded lady", algo así como "la señora parlanchina".

Al gusto exquisito para su apariencia personal añadió también un gusto exquisito a la hora de escribir. Sus historias siempre están basadas en su vida, en su infancia, en sus recuerdos de Irlanda, pero ahí se acababa la nostalgia, pues vivió siempre al día, disfrutando del momento presente, sin rememorar el pasado, sin pensar en el futuro, más allá de la decisión de qué flor, fresca por supuesto, se prendería al día siguiente en la solapa de su vestido. En uno de sus artículos para el New Yorker cuenta una historia sobre una mujer que murió de repente y sin aviso en plena calle en la ciudad y comenta "espero que hubiese tenido un buen día". Siempre eligió vivir en casas sin cocina, prefiriendo pasar el tiempo en cafés y restaurantes y así poder observar, siempre en soledad la realidad y luego reflejarla en sus escritos.

Estuvo casada brevemente y tuvo, sin duda, aventuras amorosas pero sus grandes ataduras sentimentales fueron a animales, decenas de gatos y una perra labrador, Bluebell. Su generosidad con todos los que la rodeaban era tan grande como su incapacidad para administrar el dinero que ganaba. A principios de los años setenta, alcanzada la cincuentena, su vida se hizo más y más errática y cayó poco en poco en la locura. Quizá la causa esté en los fantasmas de su infancia sin resolver, que el exceso de alcohol no contribuyó a espantar. Hubo momentos en que, por propia elección, decidió vivir en las calles como una indigente más, a pesar de que tanto el New Yorker, al que siempre permaneció unida, como sus amigos (entre ellos, Edward Albee) le ofrecieron su apoyo y su ayuda en todo momento. Su triste final me hizo pensar en la muy manida, pero en este caso muy adecuada, frase de Allen Ginsberg en "Howl", "I saw the best minds of my generation destroyed by madness", y aunque ambos pertenecen en el tiempo a la misma generación, su estilo literario y su modo de vida no podían ser más dispares. También me acordé del final de Tina, de Las Grecas, que a pesar de su enorme éxito acabó indigente, mendiga, enajenada, devastada.

Maeve Brennan murió en un hospital en 1993. Aceptó la vida como le vino, disfrutó tanto como pudo e hizo disfrutar con su literatura, su belleza y su generosidad, a muchos. Aunque la biógrafa Angela Rourke, cuyo libro, que compré en Dublín, me ha gustado mucho, interprete como un signo más de su locura su deseo de vivir y morir sola, yo lo interpreto como la muestra definitiva de su carácter generoso. Vivió y murió con sus fantasmas pero no quiso que afectasen a nadie más que a ella. Su vida abarcó casi con exactitud el período que Eric Hobsbawn denomina "el corto siglo veinte" y sin duda fue hija de su época, la primera en que una mujer pudo vivir por y para sí misma, sin depender ni dar cuentas a nadie, plena y conscientemente libre.

viernes, 24 de agosto de 2007

Final de verano

Buenos días.

No hay luz más bonita que la de las tardes del final del verano. Estos días, Madrid se vuelve naranja al caer el sol y se crea un ambiente entre surreal y psicodélico en el que da la impresión que puede ocurrir cualquier cosa. Ésta siempre ha sido mi época favorita del año, quizá porque la asocio a la vuelta al colegio. A mí me encantaba ir al colegio, nunca pude entender, ni puedo, a esos niños que prefieren quedarse en casa. A pesar de no estar abonado a la nostalgia, mis momentos más proustianos los tengo al oler libros o cuadernos nuevos.

Siempre me ha parecido que el año termina y empieza en este momento. La lluvia de esta mañana me demuestra que estamos al final del verano. Y como todo final, es el inicio de algo nuevo. Por alguna extraña razón para mí es el otoño, y no la primavera, la estación que marca el renacer. Será esa luz anaranjada y horizontal, la que se aprecia mejor que en ningún otro sitio en el merendero de las Vistillas. Aunque quizá sea más bonita la luz del amanecer invernal sobre el Báltico, tan blanca, tan frágil. Tan distinta.

martes, 21 de agosto de 2007

La dictadura de lo joven

Buenos días.

Hay ciertas cosas que no acierto a comprender. Una de ellas es el motivo que impulsa a las personas de mediana edad a intentar parecer más jóvenes de lo que son. Lo que hacen en realidad es adueñarse de los códigos, del estilo de alguna generación posterior, en un esfuerzo (que a mí me parece bastante triste) de seguir perteneciendo a la categoría de "jóvenes" de la que hace tiempo dejaron de ser parte. Los resultados son casi siempre catastróficos.

Hombres sexagenarios con pantalones a media pantorrilla y chancletas en plena ciudad, cuarentones con barriga ("barriguita" le dicen, como si el diminutivo lo hiciese más aceptable) haciendo botellón como si fuesen adolescentes, mujeres de mediana edad con trenzas rastas y piercings en la cara que también son madres de adolescentes (avergonzados, añadiría). No es fácil querer aparentar la edad real que uno tiene, sobre todo cuando todo el bombardeo publicitario y consumista va aparentemente dirigido a los más jóvenes, aunque sean (seamos) los cuarentones quienes nos podamos permitir comprar lo anunciado. Parece que vivimos en una dictadura de la juventud, o mejor dicho en una dictadura de lo joven, sobre todo porque a los jóvenes les debe parecer penoso ver a sus mayores –porque eso es lo que somos- robándoles su estilo.

Detrás de todo se encuentra, además de un intento innato de no querer perder la lozanía (¿?) de la juventud, una dejación de lo que antes se llamaban "las formas" a favor de modo de vida supuestamente cómodo y, de nuevo, "juvenil". El problema principal es que, con excepciones, a los cuarenta o más años casi todos tenemos mucho más que ocultar que enseñar. Si un niño en pantalón corto es gracioso, un hombre hecho y derecho con bigote, gorra de béisbol, zapatillas de deporte y bermudas es un auténtico fantoche, un mamarracho. Más aún si el atuendo de marras lo lleva puesto en una ciudad. Las razones que impulsan a un hombre de cierta edad a llevar coleta y sombrero me escapan. Lo mismo ocurre con los vaqueros, como dice una buena amiga, "a ras de chichi". A una veinteañera le pueden quedar estupendamente. A una gorda cuarentona le quedan fatal, por mucho que el dependiente de la tienda se empeñe en que la cintura baja le alarga la pierna y le reduce el culo. ¿No será al revés? Madrid, la pobre Madrid, con su clima tan soleado y su vida callejera, es víctima propiciatoria de la cultura del feísmo juvenil.

Todo ello va unido además al hecho de que las modas que vuelven son siempre las más feas. Somos hoy testigos del retorno de los "leggings", la pieza de vestuario más atroz jamás diseñada y que por alguna misteriosa razón encandila a las mujeres de cierto peso. Antes fueron los pantalones de pata de elefante, los zapatos de plataforma y las cuñas, los calentadores. O los cortes de pelo llamados “mullet”, corto por delante y largo por detrás. Las hombreras gigantescas, que cantaban los pegamoides, no pueden tardar en volver.

Es muy probable que mi atuendo (casi siempre llevo chaqueta, por ejemplo, hasta en verano) provocase las risas de muchos de los lectores de estas líneas. Y es cierto que muy a menudo me siento fuera de lugar pero realmente me cuesta comprender que tengamos que parecer más jóvenes de lo que somos. Pero no te confundas, querido lector, seas quien seas, no soy un reaccionario, retrógrado, facha lleno de nostalgia por un mundo más ordenado y seguro. Todo lo contrario, ya me irás conociendo si lees este blog.

sábado, 11 de agosto de 2007

Hell On Wheels

Alguien me envió hace unos meses este vídeo de Cher. No soy yo muy fan de Cher, pero no hay más que empezar a verlo para darse cuenta de que esto es el símbolo de una época. Al parecer, fue uno de los primeros videos que difundió, allá por 1979, MTV. La canción, "Hell on Wheels", pertenecía a la banda sonora de una película, hoy totalmente olvidada, llamada Roller Boogie. Viéndolo ahora, uno se sorprende. Sobre todo porque en 1979 esto fuese moneda de cambio corriente, que lo era. A nadie le llamaba entonces la atención ver a Cher, ya operada (y, por cierto, ojalá todos los cirujanos fuesen como el suyo) patinando por una carretera del Midwest, liderando una panda de camioneros y "leather daddies", encontrándose de paso a unos travestís en el camino y convirtiéndolo todo en una manifestación del orgullo gay de carretera. Hay escenas (la sonrisa "profidén" y el pelo de la travestí de azul, el montaje de planos cortos de los camioneros, el desfile final) que no tienen desperdicio.

Siempre he pensado que me habría gustado tener, digamos, 25 años en 1978 y haber vivido entonces en Nueva York. Pocas épocas más libres ha habido que los años 70 en las grandes ciudades de Norteamérica. Me estoy refiriendo al período que va desde la comercialización y muy rápida expansión de la píldora anticonceptiva hasta la revolución conservadora liderada por Reagan y que coincide (¿coincide? supongo que sí, prefiero pensarlo así) con el inicio de la epidemia del SIDA. Sé que es un tópico, pero pienso que yo habría encajado perfectamente en un momento de historia urbana en que la libertad sexual volvía a la etapa previa a las imposiciones morales del monoteísmo. El único problema de haber tenido 25 años en Nueva York en 1978 es que, con certeza casi absoluta, hoy estaría muerto –mejor dicho, llevaría muerto al menos una década, sino más.

Para mí, no hay mayor libertad que la libertad sexual, sobre todo porque ninguna otra ha sufrido los atentados que ésta. Ni siquiera la libertad de expresión, que es la que garantiza todos nuestros derechos. Todas las denominaciones religiosas y muchas personas dispuestas a ventilar sus frustraciones personales sobre los demás se han propuesto cercenar la libertad sexual y convertir en moral aceptada por todos comportamientos que se apegan a una visión limitadora de la inagotable capacidad de gozar y la enorme imaginación sexual del ser humano. No puedo comprenderlo. Cualquier religión que pregonase el amor libre, con el único límite del consentimiento de los actores, debería atraer a la práctica totalidad de la especie humana. Pues no. Está claro que estoy muy equivocado y que nuestra capacidad para limitar nuestra capacidad de gozo es inagotable.

Vuelvo al vídeo. Ahora se pueden ver muchos vídeos, cómo diría, subidos de tono. De hecho, es casi la norma. Nada como meter un beso entre dos chicas o un trío bisexual para convencer al vidente de lo moderno que es todo. Pero esos vídeos de hoy no dejan de obedecer a los estereotipos prevalecientes en nuestra sociedad y en mostrar variedades leves y poco alejadas de los estándares de comportamientos habituales y aceptados. Aquí, los camioneros de Cher se follan a Cher, luego follan entre ellos y después se dejan follar por las travestis. Las travestis van en descapotable por el Midwest, in full make-up, y nadie les lanza a los jinetes del apocalipsisis. Cada cual se lo pasa como puede y quiere y con quien quiere y puede. Sin patrones ni roles pre-establecidos, sin compartimentos estancos, sin que nadie los juzgue.

Quienes me conocen bien me acusan (con cariño) de tener una visión demasiado romántica (¿romántica?) e idealizada de aquella época. Lo acepto, es cierto que lo que para mí es la época disco y que coincidió con mi primer viaje, en 1979, a Estados Unidos, para otros no es sino una etapa de depresión económica, crisis de suministro energético, agotamiento del modelo europeo del estado del bienestar y grandes dudas sobre el futuro de la economía mundial. También es cierto que al tiempo de la explosión de la música disco, en Estados Unidos e sucedían manifestaciones pidiendo que se prohibiese. Yo no puedo dejar de asociar esa época, y aquél viaje casi de iniciación, con el sonido elegante y refinado de Chic, los trajes ajustados, perfectamente cortados y algo acampanados de Nile Rogers y Bernard Edwards, las estolas de marabú de la cantante Fonzi Thornton y las rimas que escribieron para Sister Sledge ("Halston, Gucci, Fiorucci"). Aunque me faltaban unos cuantos años para haber disfrutado plenamente aquella época, tengo suerte de haberla vivido y la esperanza de que esa combinación de optimismo, libertad y mal gusto pueda volver a reproducirse. A Hell on Wheels le siguió Xanadú, y, sí, también me gusta, pero ya no era lo mismo. No sé si me explico.

sábado, 4 de agosto de 2007

Inicios

Buenos días


Quizá no sea buena idea empezar un blog sin saber muy bien cuál es su objetivo. Quizá lo único que pretendo es hablar de las cosas que me gustan y también, por qué no, de las que no me gustan. No sé bien quién leerá estas páginas, por lo que tengo que convertir este ejercicio en algo personal, que me proporcione satisfacción y no pretender entretener a nadie más que a mí mismo. O intentar convencer a nadie. A cada cual con sus gustos y opiniones.

Hace ya algunos años leía muchos blogs, ahora me limito a unos pocos. Me sigue gustando mucho el blog de Patata, http://www.20six.co.uk/patata, que escribe una mujer sumamente inteligente y con muchas cosas que contar. También sigo el blog de Andrew Sullivan, http://andrewsullivan.theatlantic.com/, con cuyas ideas políticas casi nunca coincido (aunque sí con las sociales), de naturaleza muy distinta al de Patata. Poco a poco iré introduciendo enlaces a blogs y páginas que me gustan.

Para no engañar a nadie, sobre todo quienes se encuentren despistados por el título de este diario, haré una pequeña lista de mis intereses. Me gustan: los perros, las primeras vanguardias del siglo XX, las chaquetas, Christine Schäfer, la filosofía clásica, Gore Vidal, el "camp", el reparto equitativo de la riqueza, el terciopelo, la cocina del norte de Italia, las ciudades densas y ordenadas, los países escandinavos, el final del verano, Schumann, la cocina del sur de Italia, el diseño de los años 50 del siglo XX, Alban Berg, el color rojo, "Middlemarch", las patatas bravas, Mantegna, el agua, los perros (creo que ya lo he dicho; no importa), Thomas Jefferson, la corteza del abedul, Ernest Chausson, el chocolate, el cine de Douglas Sirk, la arquitectura de Bramante, Jermaine Stewart, la uva verdejo, Turín, las playas frías, los zapatos de mujer, Alvar Aalto, el estado del bienestar, Romeo Gigli, el optimismo, el cine de Pedro Almodóvar, la Ilustración, los jardines ingleses, las contradicciones, los ojos verdes, los cocker spaniel, la gente inteligente, los Pet Shop Boys, la libertad. No me gustan: las palabras esdrújulas, la religión, lo feo, la remolacha, la falta de libertad individual, la estupidez, el rock progresivo, los adjetivos, la prensa, la ambición desmesurada, el ruido, el flamenco, la comida picante, el color negro, el crecimiento urbanístico en España, la historia, el calor, los niños, las camas mal hechas, el egoismo, la gente que intenta ser moderna, el pesimismo, la moral impuesta.

Me ha costado escribir la lista de cosas que no me gustan pero estoy seguro de que al final criticaré más que ensalzaré. A ti, lector, espero que te interese y te entretenga lo que viene a continuación.