sábado, 13 de octubre de 2007

La hora exquisita


Hay un poema de Paul Verlaine, sin título, cuya estrofa final lee

"Un vaste et tendre apaisement
Semble descendre du firmament
Que l'astre irise
C'est l'heure exquise"

Muchos compositores simbolistas le pusieron música en torno al cambio de siglo y, a mi modo de ver, el intento más logrado es el de Ernest Chausson. Bastante olvidado hoy, Chausson era buen amigo de Debussy y compañero de la generación que desarrolló el concepto de "mélodie" francesa, formato cercano pero distinto al "lied" alemán, más sensual, más abstracto, más moderno. Su melodía más famosa es "le Temps des Lilas", basada en un texto de Maurice Bouchor, que a la vista del éxito como canción convirtió posteriormente en suite. El poema de Verlaine, parte del cual reproduzco, lo rebautizó como "Apaisement" y es una composición de menos de dos minutos, calmada y apaciguadora que, en la voz de Christine Schäfer, se convierte en una experiencia inolvidable, casi mística.

Christine Schäfer es una soprano alemana, menuda y de una belleza aniñada y frágil, cuya voz pura y transparente parece enviada desde otro mundo, un mundo en el que nada malo puede pasar, y en el que deben existir ángeles, con o sin alas, que cantan como ella. No es la típica diva operística al uso, más bien dirá que es justamente lo contrario. Su discografía no cuenta con los llamados "recitales" de arias famosas de ópera que tantos cantantes graban para ganar dinero, sino que se centra en el repertorio alemán, desde el barroco al siglo XXI, con énfasis especial en Mozart y en el lied. Schäfer es ante todo músico. Antepone la musicalidad y el respeto por la partitura a cualquier divismo, pero también es una excelente actriz que además elige perfectamente sus papeles operísticos y los montajes en que participa.

Con los años me he convertido en un auténtico fan, y la he visto en numerosos recitales y óperas, ente otras en Covent Garden como Gilda y Sophie, en el festival del Drottningholm como Alcina, en Berlín como Violetta, en el Barbican de Londres como Zerbinetta. En al menos tres ocasiones su voz en directo me ha llevado a las lágrimas. El invierno pasado aquí en Madrid en el teatro de la Zarzuela, cantando el ciclo del Viaje al Invierno de Schubert. El tercer acto de la Traviata en Berlin y los pianissimi imposibles de la muerte de Violeta (papel que ha repetido ahora en París, convertida en sosías de Edith Piaf). En el Royal Festival Hall, al alcanzar los agudos finales de "September" –no, no la canción de Earth Wind and Fire sino uno de los cuatro últimos lieder de Richard Strauss.

Su reputación como intérprete mozartiana y de la música del siglo XX, en especial como Lulu y Pierrot Lunaire, es casi incomparable, pero es realmente en el lied donde muestra su infinita sensibilidad y capacidad para transmitir sentimientos y sensaciones, que al fin y al cabo es la labor última de la música. He ido desarrollando con el tiempo un gusto especial por la música de Robert Schumann y Schäfer tiene un par de grabaciones espléndidas de sus lieder. Se atrevió con Dichterliebe, ciclo escrito para barítono; su interpretación de la miniatura Im wunderschönen Monat Mai resulta escalofriante.

Quien busque fuegos artificiales, sobreagudos sobrehumanos, malabarismos y proezas de diafragma o un chorro de voz que llegue a todos los confines de la tierra no gustará de Christine Schäfer. Quien quiera fidelidad a la partitura, musicalidad por encima de todo, precisión técnica germana y una voz pura, de agudos suaves y sin esfuerzo y una sensibilidad sobresaliente tiene en ella a una cantante comprometida y generosa capaz de estremecer con la mera belleza de su voz. Aunque le he oído cantar Wagner, en concreto los Wesendonck lieder, tan vinculados a la que quizá sea mi ópera favorita, Tristán e Isolda, no me la imagino interpretando a la princesa irlandesa, un papel que tal como se interpreta habitualmente parecería requerir una voz mucho más grande que la suya. Pero sí daría mucho, muchísimo, por escuchar a Christine Schäfer cantar el Liebestod final, el encuentro en la muerte de los dos amantes, una de las piezas de música más sublimes jamás escritas para la voz humana. Ésa sí sería mi hora exquisita.

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