miércoles, 12 de septiembre de 2007

Encajar

Buenas tardes.

Uno de mis escasos lectores me pide que profundice en la figura del adolescente avergonzado por sus padres que cito en la entrada sobre la dictadura de lo joven. Después de darle muchas vueltas me he dado cuenta de que todos los adolescentes se avergüenzan de sus padres, lleven traje, chanclas o rastas. En eso consiste ser adolescente, en ser difícil, en descubrirse a sí mismo y a los demás, en darse cuenta de que no es fácil encajar.

Hay pocas palabras que deteste más que el adjetivo “normal” y el uso que hacen de ella quienes intentan imponer a los demás sus puntos de vista, pero no deja de ser fascinante cómo dedicamos gran parte de nuestros esfuerzos a ser normales. Prefiero de todos modos, y la cuestión no es meramente semántica, examinar el concepto de “encajar”: encajar en la sociedad, en la familia, en un grupo de personas, de amigos, en el trabajo, en una identidad, en la vida.

No es sencillo encajar. La canción de cuya letra sale el título de este blog cuenta la historia de un chico “que siempre fue solitario, sin alegría, en un mundo propio” a quien siempre le habían dicho que hay que pertenecer a un club si uno quiere “encajar” (hay que reconocer que el inglés es un gran idioma: el verbo “belong” que utiliza la canción es algo a medio camino entre encajar y pertenecer). Y luego el chico triste y solitario tiene la revelación: mientras dudaba entre escribir un libro o meterse a actor, escuchó al Ché Guevara y a Debussy con un ritmo disco y comprendió que... Lo que probablemente comprendió es que en realidad no hace falta hacer tantos esfuerzos para encajar, que somos como somos y que siempre habrá gente a quien gustemos y otra a quien no y sobre todo que merece (y mucho) la pena dejar un margen importante para que florezca nuestra personalidad sin necesidad de esforzarnos más de lo necesario por encajar. Por raros o distintos que seamos, siempre encontraremos alguien a quien querer y quien nos quiera, que no nos juzgue y nos acepte como somos.

El cine de Pedro Almodóvar es una gran oda a la “normalidad”. Cuanto más disparatados son sus personajes, más necesitados están de encajar, más anhelan pertenecer al mundo como cualquier otra persona corriente. Quizá el mejor ejemplo sea Ricki, que interpretaba Antonio Banderas en “¡Átame!”, o Benigno, el enfermero de “Hable con ella”. Se trata de personajes excluidos de la sociedad por motivos muy distintos, que lo único que quieren en realidad es amar y ser amados y encajar en un mundo en el que no se sienten muy a gusto. Que es lo que, al fin y al cabo, queremos todos. Por cierto, se cumplen 20 años de “Mujeres al borde un ataque de nervios”. Qué película tan perfecta. A ver si me animo y escribo más de cine.

1 comentario:

Manuel Sánchez de Nogués dijo...

Volví a ver "Mujeres...." en el cine de la calle Fuencarral donde se estrenó, en la reposición que hicieron con motivo de su vigésimo aniversario. Creo que me rei más que cuando la vi en su momento