jueves, 30 de julio de 2009

Peeping Tom, de Jaime Gil de Biedma

Ojos de solitario, muchachito atónito
que sorprendí mirándonos
en aquel pinarcillo, junto a la Facultad de Letras,
hace más de once años,

al ir a separarme,
todavía atontado de saliva y de arena,
después de revolcarnos los dos medio vestidos,
felices como bestias.

Te recuerdo, es curioso
con qué reconcentrada intensidad de símbolo,
va unido a aquella historia,
mi primera experiencia de amor correspondido.

A veces me pregunto qué habrá sido de ti.
Y si ahora en tus noches junto a un cuerpo
vuelve la vieja escena
y todavía espías nuestros besos.

Así me vuelve a mí desde el pasado,
como un grito inconexo,
la imagen de tus ojos. Expresión
de mi propio deseo.


Jaime Gil de Biedma es un poeta de primera línea. Supo, mejor que nadie en su generación (una generación rara y fracturada, la de una época muy gris de la historia de España) reflejar las tensiones entre el anhelo político de cambio (que una sociedad conformista no se atrevía a desencadenar), el idealismo romántico y la búsqueda infructuosa del amor (en su caso siempre homosexual, y sin velos ni engaños) y el enorme conflicto interno. Los ideales eran grandes, la realidad del país muy triste. El amor, romántico y duradero, siempre su objetivo, las aventuras fugaces y pasionales su realidad. Al igual que a James Merrill, a quien cité hace muy poco, o a James Baldwin a quien cité hace mucho, a Gil de Biedma le rompía el conflicto entre su espíritu bohemio y su deseo de aceptación por las élites literarias (tan rancias, qué equivocado estaba) y políticas (tanto el PCE como el PSOE le denegaron incluso bien entrados los años 70 el ingreso en sus filas... por maricón), y la realidad de un chico aristócrata de una de las familias más acomodadas de Barcelona. Lo que más me gusta de su poesía es que es muy masculina, no es nada cursi, es de una sinceridad arrolladora y desvela sin miedos las complejidades de un hombre que vivió toda su vida entre el deseo de algo que no sabía bien qué era y una realidad cómoda y de postín que no le gustaba pero de la que le costaba despegarse.

Allá por el siglo XIII o XIV, el Sherif de Conventry decidió subir los impuestos locales. Toda la población se le puso en contra, incluida su propia mujer, Lady Godiva. Irritada y empoderada, decidió que cabalgaría desnuda a diario hasta que su marido eliminase la medida impositiva impopular. El pueblo de Conventry, agradecido por el gesto, acordó que nadie miraría a la bella (imagino que lo era) Lady Godiva cuando cabalgase en cueros por la ciudad y el campo circundante. Y nadie la miró... salvo un tal Tom, que no pudo evitarlo. Peeping Tom. De ahí viene la expresión. No se encuentran apenas referencias en internet a esta historia, que me contó anoche mi chico, que se lo sabe todo (¿no es cierto, Pandora?). Es tan absurda que tiene que ser cierta.

martes, 28 de julio de 2009

Los mejores vídeos de todos los tiempos: "Around the world" de Daft Punk




A mí lo que de verdad, de verdad más me gustaría es ser uno de los esqueletos que salen en este fabuloso, maravilloso, impresionante vídeoclip de Daft Punk, y poder bailar como ellos.

Creo que ya lo he escrito antes por aquí, de pequeño y de jovencito me dedicaba a copiar coreografías que veía en televisión, primero en Eurovisión, luego en "Señoras y Señores" o en "Aplauso", pero es una actividad que abandoné bastante pronto, porque no era plan que a un chico con dudas le pillasen en plena acción ante el espejo, ni despejar las dudas que pudiese haber de un modo tan poco agraciado. Pues con el vídeo de Around the World, que en mi opinión, y disentid si queréis, es el mejor de todos los que se han hecho nunca, volví a las andadas. Me tiré horas, ya mayorcito, repitiendo los pasitos de baile de esqueletos y nadadoras, moviendo hombros y codos y poniendo las manitas con las palmas hacia abajo. Lo que me habré reído yo solito haciendo el bobo ante el espejo imitando, torpemente, sus movimientos.

Cuando hayan pasado unos años más, llegaré a la conclusión que el cambio de siglo lo marcaron musicalmente, al menos para mí, dos duos franceses, muy distintos entre sí. Air eran pretenciosos de lo puro básicos y Daft Punk eran marchosos y arriesgados pero al mismo tiempo tremendamente comerciales. Ambos supieron captar el zeitgeist del momento con una mezcla de tecnología, new age, nostalgia retro y sentido del humor (que perderían bien rápido). Ambos se quedaron un poco en agua de borrajas, pero en el fondo casi mejor no tener que lamentar que se hayan transformado en salvadores de la selva amazónica o la capa de ozono. Que no hay nada peor, estaréis de acuerdo conmigo, que los rockeros "on a mission". Y no doy nombres.

Vuelvo al vídeo, que me enrollo como las persianas. Yo no soy muy ordenado, pero me encanta el orden, me gusta muchísimo que cada cosa tenga su sitio y que todo encaje. Debe ser porque tengo la Luna en Virgo. Me encanta alcanzar un orden inmaculado, el concierto, la simetría perfecta, para luego romperlo todo. En este vídeo, en esta coreografía, todo está en su sitio, todo encaja, todo está sincronizado. Hay un par de ocasiones en que la cámara se aleja y se ve el escenario circular con sus escaleras y todos los figurantes como si fuese un diorama vivo y en movimiento.

El vídeo lo dirigió, allá por 1997, Michel Gondry, un tipo francés que tiene un Oscar (como co-guionista de "Eternal sunshine of the spotless mind") y que fue el inventor del efecto "bullet time" de cámara ultra lenta que se utilizó por primera vez en "The Matrix". Muchos consideran que forma parte, junto a Spike Jonze y David Fincher, de la santa trinidad del arte del vídeo musical. Oscar o no, a mí me fascina cómo suben y bajan las escaleras las nadadoras, como los B-boys con cabeza de muñeco hacen una rutina breakdance absurda, como se contorsionan los esqueletos. Y cómo se mueve la cámara, en planos largos muy estudiados a veces estáticos, a veces en movimiento. En internet he encontrado explicaciones a por qué salen momias, astronautas, esqueletos, nadadoras y extraños B-boys. Me da bastante igual el por qué. Me basta con el fondo de luces circulares, las tomas cenitales y la coreografía, tan divertida, tan facilona, tan imitable. La canción ayuda, éstá claro, pero estoy seguro de que sin este vídeo no me gustaría tanto. Encontráis por cierto una versión mejor, en HD y lamentablemente no encamable, en este enlace.

Espero que os guste tanto como a mí. Y no olvidéis de mirar los blogs de coxis, polo y theodore, que hoy mismo, más o menos a la misma hora, están colgando sus vídeoclips favoritos. Esto es un esfuerzo conjunto, coreografiado y soncronizado.

lunes, 27 de julio de 2009

La lorza

Siempre me ha fascinado la posibilidad de que existan formas de vida inteligente superiores a la nuestra. Y de un tiempo a esta parte vengo pensando que existen, y que están entre nosotros. Consideremos los virus: investigamos, encontramos remedios, tratamientos, vacunas, y cuando creemos que la enfermedad que causan está controlada, el virus muta, se adapta y acostumbra al tratamiento y continúa su camino de devastación de nuestras células. Sé que suena a la Amenaza de Andrómeda (excelente novela primeriza, creo, de Michael Crichton y gran peliculón), pero no deja de ser cierto que inteligencia debe haber en esos micro-organismos que encuentran modos de expandirse sin que los remedios que uno ponga para contrarrestarlos den resultado a largo plazo.

Lo mismo pasa con la lorza. Al menos con la mía. Yo valgo más bien poco, pero el caso es que doy el pego. Apañadito, vamos. No soy muy alto pero no soy bajo, en general quien me ve vestido piensa que estoy delgado y bien hecho. Pero no, no lo estoy, ahí está la lorza, tan curiosona ella, recordándome a diario que sigue en su sitio y que de ahí nadie la va a mover. Yo estoy convencido de que tiene no sólo vida propia sino una inteligencia ciertamente superior. Remedios que he puesto en funcionamiento para derrotar su avance: natación, elíptica, cinta, bicicleta, jogging, aerodance, gym tonic, body tonic, step tonic, aerobic latino, máquinas, mancuernas, flexiones, series de abdominales, ir andando al trabajo, subir y bajar las escaleras, dieta baja en grasas, dieta baja en hidratos, dieta baja en proteínas, dieta Montignac, dieta salvaje, hambre.

Nada, NADA puede con mi lorza. Es una forma superior de vida. Se encoje un poquitín al principio de una dieta, o después de varios días seguidos con sesión salvaje de aerodance y series de 600 abdominales, pero en seguida se amolda a la nueva situación y sobrevive. Sólo la derroté en una ocasión, hace justo 10 años, pero fue a costa de quedarme literalmente en los huesos. Veo fotos de entonces y me quedo espantado de lo delgado que llegué a estar. Incluso entonces, cuando parecía un extra de la Lista de Schindler, tenía un michelincillo blandurri que me recordaba que aunque esté en horas bajas, la lorza sigue vivita y coleando.

En fin. Mi problema es que tengo el mismo síndrome que tenía el protagonista de American Beauty (que película tan sobrevalorada, ¿verdad?, volví a ver hace poco la escena de la bolsa de basura en el viento, que en su momento me pareció –glups- “lírica”, y me resultó de lo más pedante, pretenciosa, superficial y barata) y es que yo lo que quiero es “to look good naked”. Lo pongo en inglés porque “to look good” es un verbo muy difícil de traducir: ¿“lucir bien”? ¿”estar bueno”? Nada encaja en realidad. Bueno, la verdad es que yo lo que quiero es lookear bien en bañador. Speedo a ser posible. Porque estoy mejor desnudo que en Speedo. Y dejo que vuestras mentes calenturientas se desborden.

Algo siempre he tenido claro y es que no se pueden tener músculos y cerebro a la vez, ¿verdad? Es decir, que o piensas, o estás bueno, ¿no es cierto? La lorza sólo nos afecta a los que tenemos neuronas en funcionamiento, ¿o no?

Mi nuevo gimnasio (no tan nuevo, llevo yendo casi un año) tiene muy poco que ver con el antiguo, que ya describí en su día en este blog. El anterior estaba poblado de cincuentones simpáticos y chicas delgadísimas, con algún musculoso suelto. El actual está lleno de maricas (muchos musculosos, muchos feos, muchos delgaduchos), héteros despistados (qué duro debe ser ser hombre joven heterosexual, qué despistados están, qué pena dan los pobres) y mujeres de cierta edad. Ya he contado que van algunos actores de corte guarro-bohemio, de ésos de pelo sucio que saludan a los que conocen con un choque de manos al estilo de los traficantes de drogas de suburbio de Baltimore. Ellos sabrán.

Pues hallábame yo un día montado en la elíptica, sudando como una perra, cuando a la máquina de al lado se monta un tío impresionante. Ya había reparado unos días antes en él: no demasiado joven, alto, guapo, con buenas espaldas, quizá un poco demasiado rubio para mi gusto. En el vestuario admiré sus deltoides marcados y sus abdominales, perfectamente esculpidos bajo un leve velo de vello dorado (uff… casi mejor no sigo). El caso es que, intentando no fijarme demasiado en él (que mi chico estaba en una de las bicicletas que hay detrás y podía darse cuenta de mis miraditas), noté que, mientras le daba a la elíptica, leía un pequeño volumen. “Será el Reader’s Digest”, pensé, “como mucho, algo de Paulo Coelho”. Pues no, era la Revista de Occidente. Algo fallaba, no podía ser. Minutos después, cuando yo hacía mis abdominales, llegué a la conclusión de que estaría leyendo algún artículo sobre algún tema superficial, desde luego en ningún caso un tipo que le dedica tanto tiempo a su cuerpo leería crítica literaria. En ningún caso.

Héteme aquí que una semana más tarde me lo vuelvo a cruzar. El tío además viste bien, tanto fuera como dentro del gimnasio y debe tener mi edad, más o menos. Los 40 no los cumple, desde luego. Yo a lo mío, ya no sé qué tocaría ese día, si cinta, elíptica, bicicleta o lo que fuese. Cuando el tipo llega a la sala, veo que lleva un periódico doblado bajo el brazo. Para mis adentros me dije que sería, como mucho, el ADN o el 20 minutos. Se monta en la máquina de al lado, se coloca los cascos del iPod, se pone a pedalear y abre el periódico… Era el “New York Review of Books”, la biblia de la intelectualidad.

No me dio tiempo siquiera a enfurecerme, la depresión tuvo más fuerza. Mientras veía mis esquemas mentales romperse en mil pedazos ante mis ojos, sentí (de verdad, lo sentí) como la lorza se expandía y reblandecía en mis costados, y noté al mismo tiempo como se apagaban varias de mis neuronas. No era capaz de discernir si quería morirme o jurar amor eterno a ese dechado de perfección, que me habría rechazado sin duda, sin apenas fijarse en mí, con sólo levantar un dedo como hubiese hecho el mismísimo Zeus.

Seguí un rato con mis ejercicios, arrastrándome como alma en pena entre máquinas de musculación, colchonetas, balones suizos y mancuernas de varios pesos, intentándole encontrar algún sentido, alguna justificación a mi existencia miserable. Él seguía, indolente, de máquina en máquina, sin esforzarse demasiado, ensimismado en la lectura que parecía alimentar aquel cuerpo perfecto. Me fui al vestuario y poco a poco recobré la confianza. “Derrotaré a la lorza”, me dije, “seguro que tanto cuerpazo le compensa otras carencias”. Me fui a la ducha reparadora más tranquilo, diciéndome que nadie lo tiene todo, que los dioses reparten cosas buenas y malas entre todos, que al final todos somos iguales y auto compensatorios.

Al salir de la ducha, me lo crucé. A cierta distancia no veo mucho sin gafas, pero a medida que nos acercábamos no pude sino mirarle de reojo a la entrepierna.

La tiene muy gorda.

sábado, 25 de julio de 2009

En Nueva York (de nuevo)


Mucho trabajo, demasiado. Casi no me da tiempo a nada esta vez. Notorious y su chico me llevan a cenar a Harlem. Veo antes a sus niñas. Me cuentan historias de su verano, rápidas de mente y pizpiretas, fieles a su genialidad habitual. El taxi nos lleva junto al viaducto de las vías de trenes, en la parte alta de Park Avenue. Vamos a un restaurante marroquí. Cenamos pastilla, couscous (tiro la carne al suelo, soy un desastre) y kebab de cordero. Riquísimo. Y New York Cheesecake. En la calle, familias enteras sentadas en sillas que han sacado a la acera. Parece Bravo Murillo.

El otro momento de tranquilidad que me deja el trabajo me lleva a la librería Argosy. No me puedo creer que no la citase en mi lista de librerías favoritas en aquella entrada lejana de este blog. Un neoyorquino viejo me dice que el negocio tiene los días contados. Ocupa un edificio entero en una zona comercial de primera línea. A veinte metros de Bloomingdale's. Aquí compré una primera edición de Los Siete Pilares de la Sadiburía. Hace 15 años. Hace mucho menos le compré a mi chico una primera edición de "The Changing Light at Sandover". Primera y quizá última edición. En los 80 el mundo no estaba listo para una épica esotérica y apocalíptica, supuestamente dictada por espíritus a lo largo de varias décadas. James Merrill es un poeta injustamente olvidado. Quizá por ser un niño rico en un mundo de bohemios. Quizá por rimar sus versos a finales del siglo XX.

Y en Argosy acontece. Suena el teléfono. Es la llamada que ya no esperaba y que acontece aquí, en un lugar en el que me siento seguro, cuando me encuentro mirando grabados (a diez dólares) de retratos de generales ingleses olvidados y fotografías autografiadas de estrellas fugaces de Hollywood, tan fugaces que nadie, realmente nadie, las recuerda, o de jugadores de los Nicks y los Yankees de los años 60 y 70. En la sala principal de la librería, forrada de madera y verde oscuro, donde uno se siente tan a gusto, casi como en casa, suena el absurdo tono de mi teléfono y reconozco el número que llama. La voz del otro lado me da la noticia: todo cambia a partir de septiembre. Cambio de trabajo, de escenario, de hemisferio, de vida. No me pongo a dar saltos porque no me parece oportuno, aunque estoy seguro de que las maravillosas y cultísimas dependientas de Argosy no habrían puesto mayores pegas. Llamo de inmediato a mi chico y se lo cuento. Sé que comparte mi entusiasmo aunque no lo exprese. Al fin y al cabo, es inglés.

Empieza el cambio.

domingo, 19 de julio de 2009

¿Olvidadas? Wendy and Lisa

Suelo guardarme lo mejor para el final de mis entradas, pero esta vez lo pongo al principio. "Always in my dreams" es una de mis canciones favoritas de todas las épocas y estilos.



Wendy Melvoin y Lisa Coleman fueron pareja durante 20 años, estuvieron en The Revolution, el grupo de Prince, aparecieron con él en en la película Purple Rain y se convirtieron, ya por su cuenta, en uno de los dúos femeninos más interesantes que la música hay producido. La primera voz que se escucha en la canción 1999, quizá mi favorita de todas las compuestas por Prince, es la de Lisa Coleman.

Lisa entró a trabajar con Prince como vocalista, pero sus dotes de guitarrista le dieron rápidamente un lugar relevante en el grupo. Convenció al enano de Minneapolis de que también reclutase a su amiga (por entonces novia en el armario) Wendy, quien entra de teclista. Así empieza su periplo musical con Prince, que se rompería antes del final de los años 80, cuando ambas forman su grupo y lanzan un album homónimo. Su música era fuerte, sin contemplaciones, con resonancias (lógicas) a Prince y una imagen igualmente fuerte, con Lisa en plan sexy y empoderada y Wendy algo más dulce pero, al menos en mis ojos, ambas indudablemente queer. Su primer single fue este Waterfall, al que no falta nada y sólo sobra el solo de guitarra. Se puede ver el vídeo, no encamable, aquí.

El disco que, en mi opinión, hace que jamás podrán ser olvidadas es su segundo, "Fruit at the bottom", cuyo primer single fue esta barbaridad, "Are you my baby", que tampoco me dejan encamar, pero que tenéis que escuchar haciendo click. La influencia musical de los 80 estaba totalmente superada, esto es algo completamente nuevo y va más allá del "sonido Minneapolis" patentado por la fábrica Prince y que dio éxitos enormes a Jody Watley o a mi querido Jermaine Stewart. Al oir los ritmos sincopados, los coros, la línea del bajo, el diálogo entre guitarra y teclados, todo ello ligeramente "off-pitch", uno se pregunta si fue Prince quien influyó sobre Wendy y Lisa o si no serían ellas las que influyeron sobre él, que a estas alturas andaba con "the most beautiful girl in the world" y su etapa más ñoña y desorientada. W&L crearon un grupo a su alrededor, formado todo por mujeres, instrumentistas de primera línea, que daban continuidad a la imagen hard y muy "dyke". Atención al puente a mitad de canción, con bajo machacón y guitarra "wah wah", los pies se les despiertan a los muertos, no tengo duda. Un fan ha colgado una remezcla, realmente extraordinaria, que se puede ver aquí.

Su canción más recordada es "Lolly Lolly", otro número de una fuerza brutal, que se puede ver en versión en directo en el siguiente vídeo, que demuestra el talento real de estas mujeres. Lisa puntea la guitarra y canta a la vez una melodía completamente distinta. La instrumentación parece escasa pero en realidad está estudiadísima. En la red se encuentran vídeos de versiones acústicas de algunas de sus canciones, y uno se da cuenta de su belleza melódica y complejidad armónica. Yo prefiero las versiones originales, tan llenas de fuerza.



Hubo un tercer álbum, en 1990, y en ese momento desaparecieron del mapa hasta finales de siglo, en que publicaron otro ellas mismas, bajo el apodo The Girls Bros, sin casa discográfica de apoyo, y otro más el año pasado. No se les puede considerar siquiera unas "one hit wonder" porque no tuvieron ningún gran hit, pero son mucho más que las lesbianas sexy que se fotografiaban con Prince en las portadas de sus discos y le daban a su producto ese aire de androginia y polisexualidad que tanto cultivaba en su mejor época. Fueron co-autoras de varias de sus canciones y ellas mismas dan a entender, siempre sin acritud, que las echó del grupo cuando vio que tenían más talento que él. O al menos tanto como él.

Fueron pareja sentimental durante 20 años, tras su ruptura una se casó con un hombre, la otra con otra mujer. Pero no han dejado nunca de ser pareja artística. Su mayor éxito lo han tenido recientemente, aunque no salga en listas de ventas. Son las compositoras de toda la música de la sere "Heroes".



Yo sólo digo que escuchéis la música y la letra de "Always in my Dreams" con atención, porque es una maravilla. pocas canciones tienen un crescendo final con tanta fuerza. Fue mi amigo Javier el que me descubrió este tema. Simplemente, inolvidable.

"I dreamt last night
I was the tear from your face
That fell upon the page
You wrote me yesterday
Telling me good bye"

sábado, 18 de julio de 2009

Madrid (II)

Dedicado a José.

Un acontecimiento inesperado me hace escribir esta entrada corta. José, uno de mis más queridos y viejos amigos, es lector de este blog. Me dejó su primer comentario en mi anterior entrada con el mismo título que ésta y me recordó un montón de canciones sobre la ciudad en la que nací, en la que vivo, de la que me fui, a la que volví, a la que siempre volveré aunque me vuelva a ir, que amo y odio en igual medida.

En 1987, cuando estudiaba en París, un cantante francés de origen hispano-portugués, Nilda Fernández, publicó una canción, "Madrid Madrid" que, escuchada más de 20 años después, me ha gustado mucho. Tiene un punto "chanson" francesa que no recordaba. La voz de Nilda es una maravilla. Advertencia: el vídeo, que no puedo encamar pero se puede ver haciendo click aquí, es casero, horroroso, hace repaso a monumentos madrileños y da comienzo (glups) con las vidrieras de la almudena, diseñadas por no se qué gurú neocatecúmeno. Puede herir vuestra sensibilidad, pero podéis optar por seguir leyendo y escuchar. Lo siento, es lo que hay en YouTube...

... aunque no lo único. El inefable Miguelito Bosé hizo una versión de la canción algún año después. Recordemos, estamos en ese momento que ya he descrito en entradas anteriores de cambio de década, de pelotazo económico, de mariocondismo, de creencia de que esto era el centro del universo cuando en realidad Madrid no era más que una nueva rica embutida en un traje demasiado ajustado al que le reventaban las costuras. Algo que ha sido y será siempre y que no deja de ser parte de su encanto, por otra parte. El vídeo de Bosé es terrorífico de lo puro pretencioso, en blanco y negro, con trasfondo bollo-Torroja y un final tan improbable como guapo es el acordeonista que roba unos segundos de imagen. Bosé tampoco estaba nada mal, pero ya había entrado en el camino equivocado.



José tiene un blog, Afinidades electivas, que ya está incluido en mi blogroll, muy bien escrito, culto y elegante, como él. Eso sí, no deja entrever su alter ego camp, la enigmática Loli Peral, que tanto me gusta. No os lancéis a elucubrar, mal pensados, José es exclusivamente heterosexual. Pero todos llevamos una Loli dentro, ¿no?

Gracias, José por recordarme este himno de 1981, perdido en los pliegues de mi memoria. Por cierto, el vídeo es casero pero fabuloso.

martes, 14 de julio de 2009

La place Furstenberg


Siempre estoy a la búsqueda de buenos espacios urbanos. Me da mucha pena ver cómo en Madrid el buen espacio público se pierde en aras del privado. Hay lugares deliciosos como las plazas de la Paja o del Conde de Barajas, en la parte antigua de la ciudad, que hace unos años tenían bancos donde sentarse, espacio para paseantes e interés para los "flâneurs". Ambas están ahora atiborradas de restaurantes, bares y sus correspondientes terrazas, que ocupan un espacio que debería ser para el disfrute de todos y no a beneficio de unos comerciantes y sus clientes ocasionales. Algunos dicen que si hay negocios no habrá botellón, mi experiencia directa de residente en el casco antiguo demuestra, desgraciadamente, lo contrario.

Mi relación con París, producto de un año de estudiante pasado allí con muchas dificultades (causadas por mí mismo), es difícil. No creo que nunca llegue a contarla entre mis ciudades favoritas, y sin embargo admiro profundamente muchos de sus espacios urbanos, sobre todo las plazas, siempre a escala humana a pesar de su grandeza (como la Place des Vosges) o su irregularidad, como la Place Dauphine.

Aquel extraño año de estudiante parisino fui pobre como las ratas (y de una delgadez envidiable) y lo único que me salía gratis era pasear. Debo reconocer que pocas ciudades se prestan al paseo como París. Fue en el distrito sexto, el barrio latino, que nunca ha sido de mis favoritos, más bien al contrario, donde me topé un día con la pequeña plaza que da título a esta entrada y que en realidad no es tal plaza, sino un ensanchamiento de la Rue Furstenberg. En medio de la calzada se crea una pequeña rotonda, con un farol de cinco brazos en el centro y cuatro catalpas, una de ellas de gran tamaño, marcando las cuatro esquinas de la plazoleta. Entonces había bancos entre los árboles, tan impropios de París, ciudad de castaños (como Madrid lo es de acacias y álamos y Londres de plátanos), pero con el tiempo los han retirado.

La place Furstenberg es conocida porque en ella se encuentra el que fue el último estudio de Delacroix, hoy convertido en un pequeño museo que lleva el nombre del pintor. Otros artistas la han retratado, Dalí en una litografía muy fea de los 70 y David Hockney en uno de los montajes de polaroids que hacía en los primeros años 80 y que expuso en la sala de La Caixa de Madrid. Aún guardo el catálogo por algún lado, debía ser 1983 y yo despertaba al arte -y a la vida.



La plazoleta se convirtió desde el primer momento en uno de mis rincones favoritos de la ciudad, y eso que no es un lugar que invite necesariamente a quedarse. París destaca sobre todo por su escala, todo el centro es accesible a pie, con edificios de altura limitada, con gran (quizá excesiva) cohesión estilística y constructiva, con un despliegue limitado pero espléndido de zonas verdes y un arbolado y mobiliario urbano envidiables. En Furstenberg todo esto confluye de modo natural, es el típico lugar, no tengo duda, en el que todos decimos que nos gustaría vivir.

Martin Scorsese, en un detalle de gusto exquisito, utilizó la place Furstenberg como escenario de la secuencia final de "The Age of Innocence", la película que basó en la novela del mismo título de Edit Wharton.



Newland Archer, ya mayor, decide no subir a ver a la Condesa Ellen Olenska, su gran amor jamás consumado, a quien renunció más de veinte años antes por May Welland, su esposa legítima y madre de sus hijos. Nunca me ha enloquecido el cine de Scorsese, mi tolerancia hacia historias de mafias italianas ("Are you fucking with me, you fucking motherfucker?") tiene límites. La edad de la inocencia es, con gran diferencia y sin quitarle mérito al resto de su filmografía, la que más me gusta de todas sus películas. Al igual que en "Dangerous liaisons", el trío de protagonistas (Pfeiffer está, espléndida, en ambas) es perfecto. La cinematografía, como la historia, es realmente de otra época. La música de Elmer Bernstein, tan straussiana, entra justo en el momento del flashback, tan sutil. Siempre me pregunto cómo harían volar a las palomas en el momento final, cuando Newland/Daniel se levanta y se aleja caminando de la plaza.

Llevaba tiempo pensando escribir sobre la place Furstenberg, si lo hago ahora es porque en mi último viaje leí Ethan Frome, novela corta y magistral de Edit Wharton, la primera mujer (creo) que ganó un premio Pulitzer hace casi un siglo. Ethan Frome precede a The Age of Innocence y trata del mismo tema: un hombre joven, roto entre sus obligaciones hacia su mujer, enferma y mucho mayor que él, y su amor por la prima de ésta, joven, llena de vida y con una gran promesa de futuro. Ethan pasa del deseo callado a la acción y de ahí a la sumisión y aceptación dócil del orden establecido. Un hombre, al igual que Newland Archer, que elige la convención del matrimonio y la familia tradicional sobre la aventura, el deseo, la vida, el amor.

Recuerdo que cuando vi la película (y leí a renglón seguido la novela que, por cierto, da muchísima hambre, se pasan todos el día dándose unos festines de escándalo) decidí que no me dejaría llevar por las convenciones, sino por el amor, cuando lo encontrase o me encontrase. A punto estuve de equivocarme, pero no lo hice. Opté por el amor, cuando era la opción más difícil, y gané. También decidí que viviría en la place Furstenberg de París y vería crecer las catalpas desde mis ventanas, pero me temo que para eso, casi con total seguridad, tendré que esperar a otra vida.

lunes, 13 de julio de 2009

La canción pop perfecta: "Yesterday once more", The Carpenters



Me da en la nariz que me van a caer palos por esta selección. Ojalá me equivoque.

Ya lo he dicho antes, hay décadas pop, como los años 60 o los 80, y hay otras en las que aparentemente no había nada. Los 70 son muy romos por lo que a música pop respecta. Es la época del rock en sus múltiples variedades: duro, sinfónico, aburrido, insoportable, pretencioso, olvidable. Los Beatles se habían separado en 1970 y daba la impresión de que el pop, como dice Bom (Alaska) en "Pepi", ya no se lleva. Lógicamente hay excepciones, y de grandísima altura. Es posible que ABBA sean la excepción fundamental. Ya he contado aquí que nunca fui gran fan en su día de los suecos, en parte porque los veía (hay que ver lo bobo que uno puede llegar a ser) superficiales. Como los Beatles o Duran Duran, cualquiera de sus canciones es una joya pop. Pero hay mucho ABBA por los blogs y además me resulta muy difícil escoger una sola de sus canciones, así que dejo que seáis vosotros, queridos lectores, quienes decidáis qué canción de ABBA es más perfecta. Eso sí, aunque ya tuviesen una carrera previa, ABBA da su salto a la fama, no hay que olvidarlo, cuando ganan Eurovisión. Y es que el festival, que en los años 70 vive su época de oro, produce algunas joyas inolvidables. Entre las canciones ganadoras de la década destacan las de habla francesa, como "L'oiseau et l'enfant", de Marie Myriam, que ganó para Francia en 1977, "Après toi" de Vicky Leandros para Luxemburgo en el 72, o "Tu te reconnaîtras", interpretada también para Luxemburgo por la maravillosa Anne-Marie David (a pesar de la corbata, pero vaya pelazo), que en mi opinión es la mejor canción que nunca haya producido el festival. Y eso que podría quedarse fuera de esta lista de canciones pop perfectas, porque la letra tiene un punto trascendente que no termina de encajar en mis caprichosos criterios. Pero es que es tan bonita. Aquí os la dejo.



Además del rock, los años 70 van marcados por todo lo hippy y sus derivados. En Estados Unidos triunfan algunas de mis ídolas favoritas de ayer y hoy, como Joni Mitchell con su "Chelsea Morning" y Rickie Lee Jones con "Chuck E's in love" (no, no se refiere a Chucky, el muñeco diabólico, que por cierto tengo que escribir sobre él). Pero son canciones demasiado porreras para entrar en mi lista, por mucho que me sigan gustando tantos años después. La que sí incluyo aquí es "Your smiling face", de James Taylor, que es una de mis primeras grandes influencias musicales. Hoy apenas escucho música suya, pero esta canción siempre me ha resultado terapéutica y la tengo en el loop del iPod. Me habría encantado escribirla, la verdad. Qué bien cantaba y qué guapo era el condenado, por muy yonqui que fuese. Por algún motivo, los porros no tienen cabida en mi lista pero la heroína sí.



Y vuelvo a la canción que da título a esta entrada y cuyo vídeo he colgado al inicio. Los Carpenters eran tan ñoños, incluso en su época, que sus singles se incluían en las listas de "easy listening". No es que ahora se hayan convertido an algo alternativo y rompedor, más bien son pasto de karaoke, como demuestra el vídeo, pero esta canción, como tantas otras suyas, me resulta irresistible. "Shala la la", "Shing a-ling a-ling", "shubidu wai wai", ¿cómo no me puedo derretir ante un estribillo tan triste y tan bonito a la vez. Eran maestros a la hora de utilizar acordes en séptima, que dan el tono nostálgico y melancólico, y también en novena, los que proporcionan el tono de himno a la última nota de transición entre estrofa y estribillo. Por cierto, que el puente de esta canción lo copió, nota por nota, Madonna en una de sus baladas más pedorras, "This used to be my playground".

Además de la canción en sí, está Karen. Hay que reconocer que su voz era preciosa, no tenía mucha tesitura, pero utilizaba sus recursos (las notas graves son fabulosas) a la perfección. En el vídeo, además, lo que lleva no es un vestido, sino un mono. Puntazo. Y por encima de todo está la leyenda, la anorexia, el internamiento en el hospital donde en pocas semanas le engordaron 20 kilos para salvarla. Se murió con 32 años. Probablemente así lo quiso. Afortunadamente, su memoria sigue viva y no muchos años después de su muerte la inigualable Sabrina Salerno hizo su versión de "Yesterday once more", que aquí os dejo para vuestro regocijo. Al loro con la gorra y las bailarinas go-gó de detrás. Ya sé ahora de dónde se sacó la imagen Dana International. No, si lo que no esté en YouTube... Esto es casi peor que Bibi Andersen, pre-Fernández, cuando cantaba "A mi manera". ¿Se acuerda alguien? Yo desearía olvidarlo pero no puedo.

sábado, 11 de julio de 2009

Lo Peor de Todo: Conferencias

Tyler Brûlé, a pesar de su nombre tan improbable, es un tipo listísimo. Para quienes no lo conozcan, diré que fue, con veintitantos años, el fundador de la revista “Wallpaper*”, la “biblia” de estilo del período del último cambio de siglo, y es ahora el editor de “Monocle” una revista bastante estupenda sobre, de nuevo, ciudades, diseño, actualidad internacional, moda, etc. Es sin duda uno de los gays más influyentes que circulan por el mundo y tiene un ritmo de vida impresionante: en su columna semanal en el Financial Times, que se puede leer aquí, cuenta como va de un lado a otro, de una conferencia en Nueva York a otra en Tokio, de su casa en Zurich a su isla privada en Suecia. Una vida ¿envidiable? Yo tengo mis dudas.

Llevo un año viajando a destajo y estoy bastante hartito, la verdad. Vuelos nocturnos, comidas raras y a deshoras, cambios de temperaturas, deshidrataciones, estreñimiento, retenciones de líquidos, no poder dormir a diario abrazado a mi chico (que es sin duda lo más duro) y, sobre todo, tener que participar en las conferencias a las que voy, porque las conferencias son, con mayúsculas, Lo Peor de TODO.

¿Qué es lo que hace que las conferencias sean lo peor? Pues aquí va el listado:

1.- La maletita. Te dan una maletita en cada conferencia. Al principio te hace gracia y te la quedas, aunque sea para no herir los sentimientos de la azafata que te la ha dado. Luego te das cuenta del error, pero aún así te la llevas de vuelta a casa y se te acumulan sin saber qué hacer con ellas (que las sobrinitas, que no son tontas, se han hartado de que se las regale). Las maletitas son inevitablemente horrorosas. Y si son monas no puedes volverlas a usar porque llevan el logotipo de la reunión y repetir su uso es equivalente a llevar la tartera en una bolsita de “Munich 72”. Además, te llenan de libros y documentos que tiras nada más regresar pero que pesan como una losa en el equipaje (sólo de mano y que incluye zapatillas de deporte, hay que hacer filigranas para que quepa todo).

2.- Los profesionales de las conferencias. Hay personas que viven por y para las conferencias. A veces te topas con la misma gente (es inevitable, nos dedicamos todos a lo mismo) pero el profesional es otra cosa, aunque sean personas distintas, siempre es el mismo tipo. Me explico. En toda convención aparece el cuarentón gordo, calvo, con perilla y halitosis, teléfono móvil y "pager" al cinto, blackberry en la mano y ordenador portátil en la maletita (él siempre utiliza la maletita de la conferencia). En el wallpaper del ordenador figura inevitablemente una foto de su santa, hecha un guiñapo la pobre, con un bebé recién parido. O del bebé: "es la niña de mis ojos", te espeta. También está la gorda líder de turno, que suele ser coorganizadora del evento, dando órdenes a destajo por el sistema de altavoces: "la comida se servirá en la terraza diecisiete, hoy tenemos un buffet norcoreano-finlandés"; "no olviden inscribirse en el tour guiado de la ciudad, tienen la hoja correspondiente en la maletita". Otro personaje es la delegada solitaria, al final de su juventud, que busca al delegado sin anillo de casado (lo sé, Notorious, es un comentario hiper-machista, pero es la realidad): "¿Nos tomamos una copa? Conozco un sitio no muy lejos donde podemos librarnos de esta gente". Pues casi mejor no, bonita, prefiero irme a la habitación a ver la tele, que quizá pillo un capítulo de "Heroes". Todo ello aderezado de jet lag, claro.

3.- Asentir. Es realmente lo peor, a mí me saca de quicio. Alguien dice algo en la conferencia y otros (y otras) se ponen a asentir vehementemente como si el movimiento de sus cabecitas diese validez a lo que el/la pánfil@ de turno está diciendo. Además es contagioso: asiente uno y otros tres van detrás, sobre todo los que forman parte del panel principal de conferenciantes. Asimilado al asentimiento es la primera pregunta. La suele hacer el listillo de turno, que considera que habiendo hecho esa primera pregunta ya ha cumplido con el trabajo y minutos después desaparece de la sala, regresando sólo para el programa festivo-cultural (ver infra). Si no le dejan hacer la primera pregunta, se desgañita asintiendo y esperando su turno. En cuanto ha terminado de hablar, se lanza al buffet.

4.- El buffet. En las conferencias te atiborran a comida mala que no deberías comer. Y no, no me está saliendo la vena bulímica sino que lo que te dan, del desayuno a la cena, es una bomba calórica de pésima calidad a la que sin embargo uno no se puede resistir. Fritanga variada y muy guarra (rollitos, pollo empanado, pescado rebozado), carbohidratos de los malos (patatas fritas, arroz envuelto en pasta bric), postres atiborrados a grasas trans y azúcares refinados, chocolates blancos de pésima calidad. La fruta y la verdura son un recuerdo lejano. Tardas un mes en desintoxicarte, y eso con una sesión diaria de elíptica o aerobic.

5.- La programación cultural. El buffet de la noche del primer día de conferencia suele estar amenizado con algún acto festivo-cultural. En la última conferencia en la que he estado salieron a actuar (lo juro, no exagero), un desfile de niños disfrazados de carnaval (incluido un niño-libélula y una niña-planeta), dos grupos de baile indios, dos orquestas de calypso a base de steel drum, cuatro parejas talluditas con trajecitos de baile ajustados haciendo mambo y chachachá, un grupo de baile limbo y una cantante libanesa, que ya no cumple los 60, enfundada en un bodysuit negro acampanado (pobre, haría 45 grados con una humedad del 99%) y con una marcha aterradora. Se puso a sacar a bailar a gente al escenario y ¿a quién sacó el primero? Pues sí, a Breckinridge. Pero, pobre de ella, se encontró con la horma de su zapato, que entre mis horas de vuelo a base de Chic y Chemical Brothers y los muslazos que se me han puesto con el aerodance, me la comí con patatas. Eso sí, todo el mundo haciendo fotos... menos mal que mis compañeros de faenas laborales no leen este blog.

Me pongo para terminar un poco serio porque en realidad lo peor de las conferencias/convenciones/seminarios/jornadas es que son una absoluta pérdida de tiempo y un modo inútil de derrochar dinero y esfuerzo. No sirven para nada. Pero para nada. Y, aunque parezca un frívolo profesional, yo me dedico a temas muy serios, de esos que deben servir para mejorar el mundo. Las conferencias son una excusa para que los enteradillos de un tema concreto se vean las caras de vez en cuando y retroalimenten su pequeño tinglado, el corralito que se han ido tejiendo con el tiempo.

Eso sí, no me quejo de mi última conferencia caribeña, que al final me pude escapar a la piscina aunque fuese sólo un rato. Dejo aquí prueba gráfica en forma de autofoto. ¿A que es chulo mi bañador nuevo?

viernes, 10 de julio de 2009

Madrid

He aterrizado esta mañana en Madrid justo cuando amanecía, tras un viaje realmente agotador que me ha hecho odiar mi trabajo. Viendo con bastante pena el secarral castellano, las urbanizaciones de los suburbios sin terminar, la nube de contaminación y el extraño skyline de la ciudad, me he acordado de esta canción, que en su momento me gustó mucho, que acabé detestando (no es mi estilo) pero que por algún motivo ha venido a cuento.



A ver si escribo algo este fin de semana.

sábado, 4 de julio de 2009

Transformaciones

Estoy un poco cansado de los años 80, la verdad. En los últimos meses he estado metido (y os he estado metiendo, queridos lectores) en una especie de "time warp" ochentero y ya va siendo hora de cambiar de orientación. Imagino que revisitar los 80 es inevitable y que aún saldrán por aquí muchas cosas de aquella época, sobre todo del inicio de la década: no oculto que tengo en mente escribir sobre películas de entonces ("Liquid Sky", "Scanners"), tengo pendiente todavía algo sobre dúos de música tecno británicos, le he dado muchas vueltas a escribir sobre Bret Easton Ellis (con quien coincidí una vez en un WC... y no penséis mal), y algo caerá sobre la música disco de en torno a 1980. Pero, no sé, todo el mundo está metido en el mismo revival nostálgico y me está empezando a dar mucha pereza, por mucho que sea lo que conozco bien de verdad.

Así que, como los años 70 están igual de manidos y sobados, he pensado bucear un poco en los 90, que es una década con una identidad mucho más difusa, lógico teniendo en cuenta todo el batiburillo finisecular que se venía encima. [acabo de escribir "batiburrillo finisecular", este blog va por fatal camino]. ¿Y qué es lo que me viene inmediatamente a la mente cuando nombro los años 90? Pues qué va a ser, Melrose Place.



A mediados de los 90 yo hacía horario de trabajo hispano a la antigua, es decir, con parada de 2 a 5 para comer. Comía rápido y me metía la sesión doble que daba Tele5 de 90210 (ahí dormitaba) y Melrose Place. La sintonía, que es bestial, me despertaba del letargo, y las imágenes de Thomas Calabro ya me ponían a tono. MP es una sopópera clásica, con mala malísima interpretada por la heredera de Morgan Fairchild, Heather Locklear, una diva "trash" y una superviviente del celuloide como ha habido pocas. Mi personaja favorita de la serie era Sydney, la pelirroja putón que interpretaba Laura Leighton.

Cuando fui por primera (y única) vez a Los Ángeles, ciudad infernal que me espantó y a la que, sin embargo, me siendo atraído sin remedio, me puse como una colegiala histérica cuando me di cuenta de que iba conduciendo por Melrose Place. Empecé a buscar el patio de vecindad donde ocurría la serie pero, claro, no existe, todo era falso, se filmaba en un estudio. Aquel día acabamos comiendo una pizza infame en Frankie and Johnnie, en Santa Monica Boulevard, en cuya pared de vileda atiborrada de firmas de famosillos de medio pelo encontré la de mi adorado Jermaine Stewart. Aquí está la prueba.



Sólo he comido una pizza peor, en un lugar llamado Riihimaki. Os lo cuento en otro momento.

Si escribo sobre Melrose Place es en parte porque perdiendo el tiempo en YouTube el otro día encontré este vídeo en el que sale Marcia Cross (sí, Bree van der Kamp en "Desperate Housewives"). Interpretaba a Kimberly, una cirujana con trastorno bipolar que acaba poniendo una bomba en los apartamenteos donde vivían todos los protagonistas. Una joya. No recuerdo bien lo que pasa, pero me parece que en algún momento le hacen algo así como una trepanación y se queda calva, viéndose obligada a llevar peluca. En esta escena, ¡atención!, se la quita y enseña el cartón. En su momento fue lo más.



La serie era idea de Darren Star, que luego se sacó de la manga "Sex and the City" y además de Marcia Cross salieron de ella Doug Savant (Tom Scavo en "Desperate Housewives; su papel del enfermero Matt en MP es uno de los primeros gays de la TV más generalista) y Kristin Davis, que luego haría de Charlotte en "Sex and the City".

La verdad es que cuando vi el vídeo de la peluca se me ocurrió hacer una entrada sobre transformaciones de película (de ahí el título), como la de Schwarzenegger en "Total Recall" (joyón de los primeros 90):



Pero desistí de mi idea, demasiado complicado hilar tan fino con este calor.

En "Total Recall" también sale Michael Ironside, un actor secundario buenísimo que (casi) siempre ha hecho de malo malísimo. También hacía de las suyas, con el poder de la mente, en "Scanners", primera película de David Cronenberg. He aquí una muestra:



Qué mono. Pero me alejo de este camino, que me lleva a los 80 de nuevo y ya he dicho que no. Me quedo con el chico más guapo de los 90, o al menos uno de ellos, tan olvidado que no tiene cabida en mi serie recién iniciada porque de él nunca más se supo. Se llama Johnathon Schaech y era el cantante del grupo "The Wonders" en la película "That Thing You Do", la única que hasta ahora ha dirigido Tom Hanks. Alguna vez tendré que contar que me han confundido en ocasiones con Tom Hanks. Qué cosas. Aquí tenéis al Johnathon Schaech (vaya nombrecito) cantando la canción que da título a la peli, al loro los labios, los dientes, la nariz, los pómulos y las cejas. Si es que las cejas y los antebrazos son lo más sexy que hay.



Por cierto, que la cancioncita, si no fuese tan hiper-prefabricada podría tener su hueco en la lista de canciones pop perfectas... Me quedo con el buenorro de Johnathon (sí, con "o"), que sigue estando de muy buen ver, y con Liv Tyler, a quien siempre he encontrado tan maravillosa como irresistible.

En fin, que me ha salido una entrada de lo más rara, ya lo decía al principio, estoy en un "time warp" extraño. De nuevo, los primeros 80: "Warp", de New Musik, que hay que escuchar hasta el final. Polo, no te me quejarás...



Debido a viajes laborales múltiples pre-vacacionales y al extravío reciente del ordenador portátil utilizado en los mismos (me van a despedir, como si lo viera), este blog no se actualizará tan a menudo como me gustaría.