viernes, 27 de marzo de 2009

Lo Peor de Todo

Dedicado a Pandora

Hace un montón de años, mi amiga Pilar y yo nos inventamos un juego absurdo, cruel y muy divertido. Al menos era divertido para nosotros, que jugábamos prácticamente solos ya que casi nadie lo comprendía. Se trataba de encontrar Lo Peor de Todo. En absoluto y con mayúsculas.

Vamos a ver, no se trataba de encontrar cosas obvias (tipo “mocasines con borlas de color granate”, “fumar en un ascensor”, “Charo Baeza” o “las hombreras”), sino de rebuscar entre todas las facetas de la vida e intentar encontrar cosas, comportamientos, actividades, seres, que a ella y a mí nos pareciesen lo peor de todo. Porque claro, el truco estaba en que sólo ella y yo podíamos dilucidar si algo era o no lo peor.

Con el tiempo se me han olvidado casi todas las cosas que consideramos en su momento, que fueron muchas y muy variadas. De vez en cuando, aunque vivimos en continentes distintos, nos da la neura y nos decimos el uno al otro en un sms providencial: “He visto lo peor de todo: patatí, patatá”. Y el otro contesta: “Pues peor lo que vi yo el otro día: patatú patatón”. Sólo teníamos una regla. Bueno dos. La primera es que lo único que pretendíamos era reírnos y no a costa de nadie, sino de nuestra propia estupidez. La segunda era una regla categórica: lo peor no es necesariamente malo. Yo tuve unos mocasines granates con borlas (andan por alguna caja). Ella llegó a llevar algún día un collar de perlas al trabajo (lo negará, seguro, me la imagino crujiendo de risa y rabia mientras lee esto). No pasa nada, porque en realidad lo peor de todo somos ella y yo juntos, que no hay quien nos aguante ni quien nos siga. Ni nos comprenda, ¿verdad Pilar? Sólo estamos de acuerdo en que lo peor de todo es una tal Rania, reina consorte de un país de pacotilla. Pero hasta eso puede cambiar.

En un comentario que hizo en un correo circular a varios amigos, Pilar hizo una mención que me ha impulsado a escribir esta entrada. Se refería a “¿Quién maneja mi barca?”, la canción interpretada por Remedios Amaya que nos representó en Eurovisión en 1983. Aquí la dejo para el recuerdo.



Los ríos de tinta que hizo correr esta canción, incluso antes de no recibir ni un solo voto en el festival. ¿Tan mala era? ¿Lo peor de todo? Pues no, más bien al contrario. Después de que ganase Bucks Fizz en 1981 yo perdí toda ilusión con Eurovisión. Ya la había ido perdiendo antes, pero los guapos israelíes Milk and Honey que cantaban “Hallelujah” me volvieron a meter en vereda. Pero siempre defendí, y defiendo, que “¿Quién maneja mi barca?” es un pedazo de canción. Es la herencia tecno del pop flamenco de las Grecas. Y el vestido, que tanto se denostó, yo lo he visto (o al menos algo parecido) en alguna colección de Junya Watanabe para Comme des Garçons de hace pocas temporadas. Y la cinta en el pelo, a juego. Y los pies descalzos. Total.



Tan total, que el grupo más inteligente del panorama musical patrio, Hidrogenesse, le han hecho una versión (gracias a Pasaelmocho por el hint).



Vuelvo al tema inicial. Lo peor de todo, como todo en esta vida, tiene su lado opuesto, que es lo mejor de todo. Yo diría que lo mejor de todo es Pilar, pero no quiero hacer de menos a todos mis lectores, que para mí son, sois, por igual, lo mejor de lo mejor. Así que para evitar luchas encarnizadas, me decantaré por un icono de talla internacional, elevándola a la categoría, con mayúsculas, de lo Mejor de Todo: Chantal Biya.

Ah, ¿Qué no la conocíais? Pinchad, pinchad; guguelead, guguelead.

lunes, 23 de marzo de 2009

El juego de Teodoro


No me resisto a ofrecer mis respuestas al juego que plantea Theodore y que consiste, para aquéllos que no hayan leído su entrada, en utilizar los títulos de las canciones de un artista/grupo determinado para contestar a una serie de preguntas sobre uno mismo. A mí no se me ocurre algo tan elegante como utilizar a Kate Bush, así que elijo algo patrio. Me temo que Ana y Johnny no dan de sí 10 canciones, y si utilizo a Camilo Sesto me salen unas respuestas aterradoras. Me voy por lo fácil: escojo a Alaska en sus múltiples existencias. Allá van las respuestas. Y los comentarios me los hago yo mismo, hala.

1- ¿Eres hombre o mujer?: UN HOMBRE DE VERDAD (sin risas, por favor)
2- Descríbete: REY DEL GLAM (eso lo dice el encorbatado)
3- ¿Qué sienten las personas acerca de ti?: DESEO CARNAL (¿hello-o?)
4- ¿Cómo describirías tu anterior relación sentimental? ¿CÓMO PUDISTE HACERME ESTO A MÍ? (no es cierto, más bien fue al revés, pero encaja muy bien)
5- Describe tu actual relación con tu novi@ o pretendiente: NO SÉ QUÉ ME DAS (qué bonito, el amor)
6- ¿Dónde quisieras estar ahora?: BAILANDO (me toca el miércoles por la tarde, me he apuntado a clase de aerobic latino, lo peor y lo mejor al mismo tiempo)
7- ¿Cómo eres respecto al amor?: OTRA DIMENSIÓN (la había pensado para la pregunta 6, pero lo meto aquí)
8- ¿Cómo es tu vida?: MIRO LA VIDA PASAR (esto lo dice el control freak)
9- ¿Qué pedirías si tuvieras un solo deseo?: LA DISNEYLANDIA DEL AMOR (pero sin Mickey Mouse, yo soy más del Pato Donald o de Pluto)
10- Ahora despídete: HAGAMOS ALGO SUPERFICIAL Y VULGAR (pues sí, al final de todo, es lo que cuenta).

Me encanta este tipo de juegos. La foto no tiene relación, es para despistar. Me habría encantado utilizar "Mi novio es un zombi" en las respuestas, pero nada más alejado de la realidad.

viernes, 20 de marzo de 2009

La canción pop perfecta: "Ainsi soit-il", Louis Chedid




Yo les estoy muy agradecido a mis padres (en especial a mi madre) por muchas cosas, pero quizá lo que más les agradezca es que me mandasen a estudiar al Liceo Francés. Con esa decisión consiguieron los objetivos que se planteaban: una educación laica, bilingüe y abierta a otras culturas. Imagino, eso sí, que no se planteaban que el niño pequeño les saliese marisabidillo y con un afrancesamiento que tanto le costó sacudirse de encima. Lo conseguí después de mi año de estudiante en Francia (no hay como ver las cosas de cerca para aprender a guardar distancias) y gracias a un marido inglés (perdón, británico) que me llevó por las sendas de George Eliot, los pináculos de Oxford y los páramos ondulados de los Cheviots, territorios que yo hasta entonces sólo había olisqueado desde la distancia. Pero algo, mucho, queda de mi amor por todo lo francés.

Francia es tierra de melodía. En una entrada reciente, Pe-Jota escribía sobre Saint-Saëns y Reynaldo Hahn y yo en mi comentario le hablaba de Chausson. Necesariamente es también tierra de canciones pop perfectas, algo que Juan de Pablos, que lleva 30 años haciendo “Flor de Pasión” –uno de los mejores programas de radio de la historia de este país- sabe muy bien. Así que, en mi búsqueda de la canción perfecta, empecé a hurgar en los archivos de mi memoria afrancesada. Y encontré una barbaridad de cosas reseñables, casi todas cantadas por mujeres.

La lista es inacabable. De France Gall a Saint-Étienne, pasando por Sylvie Vartan, sobre quien ya he escrito, o cualquier tema de Serge Gainsbourg, uno de los mejores compositores de canciones que ha habido. A la hora de escoger una sola canción estuve a punto de decantarme por "Comment te dire adieu?" de Gainsbourg para Françoise Hardy. Me vuelve loco la rima en equis, no lo puedo evitar, y me encanta la chica, no lo voy a ocultar (la tendría que haber metido en la lista de las modosas/viciosas, tonto que soy). Pero opté por obviar en esta ocasión los años 60, la década más pop y también los 70, la menos pop de todas pero al mismo tiempo la edad de oro de Eurovisión, donde se encuentra de todo. Ya habrá tiempo en esta serie de entradas sobre pop de hablar de ambas décadas.

Me fui a buscar, como es lógico, a mi terreno natural, el del cambio de los 70 a los 80. Las candidatas finales al premio fueron “Manureva”, de Alain Chamfort (la letra es de Gainsbourg) y su puntito Duran Duran; “I love America” de Patrick Juvet, el hijo bastardo de Richard Clayderman y Farrah (la verdad es que la canción, además de estar en inglés, no tiene nivel para mi lista, pero la cabra tira al monte y el disco siempre será lo mío) y “Amoureux Solitaires” de Lio, chica que también tenía hueco entre las modosas y viciosas. Si me despisto, acabo metiendo en la lista corta "Voyage, voyage", de Desireless, canción con la que tengo una relación de amor/odio absoluto. Pero no me despisté.

Y gracias a Lio y su estilo proto-tecno me acordé de “Ainsi soit-il”, de Louis Chedid, la elegida. Cumple bien los requisitos básicos de la canción perfecta: fácilmente memorable, con estribillo inmediatamente reconocible (y con un gancho estupendo, el “tu-ru-ru-rup/yeah-yeah” que hacen sintetizador y voz). El otro truco es la subida de un tono al paso de cada estrofa. Es un truco muy manido en la estrofa final de canciones que concursan en festivales (y tiene un nombre del que no me acuerdo), pero aquí es parte integral de la canción, que al final, sin embargo, vuelve al tono inicial. Eso sí, un requisito que esta canción no cumple es el de tener una letra insustancial, porque es estupenda. Se hace repaso a toda una vida, con símil cinematográfico y con helicóptero incluido. Qué francés todo, me encanta. El vídeo que he colgado es casero y malón, pero incluye la letra, para quien le interese, a la derecha. A esa letra yo le digo amén.

He estado rebuscando el single entre mis discos y no lo encuentro. Aunque he ido regalando muchos vinilos a lo largo del tiempo, no recuerdo haberle dado éste a nadie. Si lo encuentro, me lo quedo. Aunque ya no tenga tocadiscos, claro.

miércoles, 18 de marzo de 2009

Escaparates y Fachadas: "Filatelia 2000"



En algún momento del último cuarto del siglo XX se dejó de pensar en el futuro. O al menos se dejó de imaginarlo como algo deseable.

En los años 50 y 60 se idealizaba el futuro. Se pensaba en él constantemente, se escribían libros, se hacían películas, series de televisión y de dibujos animados sobre la conquista del espacio. Se construyó la casa del futuro en Disneylandia. Arquitectos “organicistas” diseñaban nuevos aeropuertos con naves espaciales en mente. La maleabilidad del hormigón armado multiplicó a la enésima potencia las posibilidades de expresión arquitectónica.

Casi todas estas demostraciones artísticas (las literarias algo menos) tenían un tono optimista. Los Supersónicos (o The Jetsons). La terminal de la TWA en Nueva York, obra de Eero Saarinen, copiada hasta la saciedad 40 años más tarde por cierto arquitecto valenciano. La Feria Mundial de Nueva York. Se veía el futuro como un mundo de felicidad permanente, nada malo nos podría pasar en una realidad en que las máquinas lo harían todo por nosotros. Lógicamente, estos años coincidían con la carrera espacial, la llegada del hombre a la Luna. Eran años de crecimiento sin dudas ni límites, era fácil ser optimista, ya nos preocuparemos de los problemas más adelante. El año 2000 siempre era un punto de referencia de un futuro mejor. Se miraba hacia el inicio del siglo XXI, al cambio de Milenio y al inicio de la Era de Acuario con ilusión y sin miedos.

Pero claro, se impuso la realidad. La literatura y sobre todo el cine empezaron a oscurecer el tono. 2001, Alien, Blade Runner, incluso la Trilogía de las Galaxias. Ya no pintaban un mundo de ocio post-malthusiano, que diría Stanwyck, sino la realidad que se avecinaba. Se dejó de pensar en positivo del futuro, y la mención al año 2000 debió dejar de utilizarse como señal de promisión futura en algún momento que me cuesta precisar.

No os lo creeréis, queridos lectores, pero éstos eran los pensamientos que llenaban mi mente cuando vi la tienda “Filatelia 2000”, en la madrileña calle de la Cruz, que está fotografiada al inicio de este post. Es curioso, siendo anti-grafitero militante como soy, que lo primero que me llamase la atención fue la aparente simetría entre la puerta de la izquierda y el "graffiti" que cubre la persiana de la derecha. Pero, graffitis aparte, empecé a apreciar un diseño realmente excelente. La tipografía es una "sérif" bastante tradicional, pero el detalle de utilizar negrita para la palabra y quitarla para la cifra es de muy buen gusto. Si uno se fija con cuidado (ya se sabe que las fotos son de móvil) se ve una hilera de focos bajo la marquesina para iluminar el letrero. El diseño del interior, diminuto y abarrotado de objetos, es espléndido: el suelo es de baldosas de cerámica irregulares de corte escandinavo, y se mezcla estantes de estructura cromada y baldas de cristal y madera (yo diría que es ébano, la verdad) y una iluminación fluorescente que hoy no nos gusta nada pero que entonces era lo más moderno.

Me resulta imposible saber cuándo se diseñó y construyó la tienda, y tampoco quiero rebuscar en archivos municipales o del Colegio de Arquitectos porque me divierte más elucubrar. Los suelos, las baldas y la tipografía apuntan a los años 60, pero aquéllos eran años pobretones en España y este diseño es indudablemente lujoso. La elección de mármol negro y marcos de hormigón blanco en la arquitectura de la fachada y la iluminación exterior con "spot light" es puro años 70. No da la impresión de que éstos fueran incluidos posteriormente, sino que parecen originales al diseño integral de la tienda. Sí debió ser añadida más tarde la verja de seguridad, que es un modelo setentero que aún se ve bastante en Madrid. No acierto a adivinar cuándo se diseñó y construyó. Quizá mejor así.

Pero sigo pensando que este diseño tan moderno y que llama tan poco la atención forma parte de esa época de optimismo en el futuro, y de ahí el uso del "2000" para reforzar esa idea. Estuve a punto de entrar en la diminuta tienda a preguntar pero no lo hice tras haberme fijado que los billetes, monedas y sellos que se exhibían en el escaparate daban una preeminencia especial a los que llevaban la efigie de Franco o de Primo de Ribera, haciendo compañía a estampitas de misa firmadas por el papa polaco y fotos del valle de los caídos. No es un terreno en el que yo encaje o sea bienvenido. Y me dio algo de pena comprobar en lo que ha acabado tanta modernidad y tanto anhelo de un futuro mejor y más feliz. Aunque sólo sea un diseño de una tienda de sellos, que es algo que en sí mismo no es nada moderno.

viernes, 13 de marzo de 2009

... y en Estrasburgo

Y ahora en Estrasburgo. Debe ser la edad, pero cada vez me tiran más las ciudades de la Mittle-Europa. Pienso en mis ideas de que el modelo de crecimiento económico está agotado. ¿Para qué crecer cuando se tiene un nivel de vida como el de Estrasburgo? Con conservar lo que ya hay debería bastar. Pero ése es un pensamiento muy conservador, y oficialmente yo no soy conservador.

Paseo por el margen del río Ill, en pleno centro histórico. Por las calzadas, pocos coches. Muchas bicicletas. Tranvías. A veces pienso que la presencia de tranvías es una señal inequívoca de que una ciudad es sostenible. Algo me dice que estoy en lo correcto. Hay, al parecer, huelga de estudiantes. Qué cosa tan francesa. Recuerdo mi año de estudiante en París, hubo “revueltas estudiantiles”. Decíamos, y nos creíamos, que el 86 era el nuevo 68. Qué bobos.

Todo está en orden, todo está tranquilo. Es terriblemente aburrido, y al mismo tiempo reconfortante. No hay ruidos. La gente, casi toda mayor, pasea perros. En Nueva York vi dos bulldogs ingleses con abriguitos alcolchados de color morado. Pobrecitos. Aquí veo perros más previsibles: spaniels, labradores (gordos, en Francia todos los perros urbanos están gordos), esas razas belgas de perros lanudos, pequeños y cabezones, muy graciosos. Apenas hay señales de primavera y eso que no hace demasiado frío.

Me vuelve a tocar comer solo, qué remedio. Cualquier cosa menos quedarme en las instituciones europeas, a donde me ha tocado venir. Siempre he sido europeísta, y desde luego me considero europeo por encima de cualquier otra identidad geopolítica, pero viendo como funciona la UE de hoy a uno se le quitan las ganas. Y qué feos los edificios. El del Consejo de Europa, el único que tiene un pase, es un búnker sin redención. El del Parlamento Europeo es un prisma redondo de cristal transparente que supuestamente simboliza la transparencia de la institución. Como dirían en Milwaukee, o Peoria, “transparencia, my ass”. Si esos edificios, todos premiados, por supuesto, quieren acercar la idea de Europa al pueblo, peor no han podido hacerlo. A veces coincido con mi tío Alberto, que dice que hay que reinstaurar la pena de muerte, pero sólo para arquitectos.

Me paseo bajo la lluvia en la “Petite France” y por los alrededores de la catedral. Es gótica auténtica, aunque la torre única, demasiado alta, parece del XIX. La piedra es rojiza, muy bonita, muy parecida a la de los monasterios abandonados del norte de Inglaterra. Veo anticuarios (me atrae una champanera art-déco de plata, pero decido no preguntar precios), floristas, unas librerías estupendas, bodegas, un número sorprendentemente alto de tiendas de lámparas. Todo preparado para una vida de interiores, de tranquilidad. A las diez y diez de la noche la puerta de mi hotel ya estaba cerrada, tuve que llamar al conserje a que me abriese.

Y sin embargo me siento a gusto, me podría acostumbrar a vivir en un lugar así. Yo, el del culo inquieto que siempre está pensando en la próxima etapa, y con ganas de apalancarme en una ciudad europea. Igual pido un puesto en el Consejo de Europa. ¿Aguantaría? Seguro que sí. Me encanta la lluvia fina que cae, aunque hace pocos días decía que me costaría vivir en un sitio sin sol. Igual me mudo a Málaga. Sol o tranquilidad. O ambas cosas. Lo dicho, me estoy haciendo mayor.

Mientras paseo por los márgenes del Ill se me acerca un chico, de veintipocos, o incluso menos años, guapísimo, rapado. Me pregunta donde está nosequé. Estoy a punto de contestarle que ni idea pero que haga conmigo lo que quiera, que por él lo dejo todo. Pero ya lo dejé todo por otro hace más de once años, y sigo tan feliz. Le digo que no lo sé, lo siento, no soy de aquí; me sonríe (quizá fuese marroquí o argelino, o quizá alsaciano, no lo sé) y me derrito un poquitín. Y me toca ya volverme a Madrid. Qué bien.

jueves, 12 de marzo de 2009

Felicidades Polo

(Gracias Teodoro, por la pista)



Llevaba tiempo guardándome este joyón entre mis favoritos de YouTube, esperando a escribir una entrada sobre Tecno-Pop, pero creo que es el momento adecuado de utilizarlo. Pocas caras "B" hay como esta maravilla de Sakamoto & Sylvian. Una pena que no haya imágenes, pero la música lo suple todo.

Felicidades.

miércoles, 11 de marzo de 2009

En Nueva York...

De nuevo en Nueva York. Estuve por última vez hace unos 10 meses, cuando me hicieron por la calle la foto aquella para el Vogue… que no fue publicada nunca. Me encuentro una ciudad en decadencia. No, me encuentro una ciudad deprimida. La decadencia, como a cualquier hijo de vecino, me encanta. Le depresión no tanto. Los rascacielos nuevos que estaban a medio terminar entonces, siguen estando a medio terminar ahora. El del Bank of America, en Bryant Park, una especie de prisma angular de cristal transparente, es un caso especialmente triste: se ve que las oficinas ya están funcionando pero hay paneles de cristal sin instalar, sustituidos por una plancha de contrachapado de madera que desde la calle parece cartón. El capirote que lo remata está a medio acristalar, cubierto en parte por plásticos. Le falta la Uralita. Es muy triste.

Veo más turistas (como siempre, todo lleno de españoles, seguimos sin enterarnos de que hay crisis) que banqueros. Siempre me han encantado los hombres neoyorquinos (fantaseo que todos son banqueros), tan bien vestidos, tan bien peinados. Sería por la nevada, pero no se veían por la calle. Como tampoco se veían tantas mujeres bien vestidas buscando un taxi o trotando por las aceras de Madison Avenue con sus bolsas con las compras hechas en Tod’s o Barney’s. Mucha rusa, bastantes árabes, algunas americanas de peso por Times Square. Montones de españolas en Century 21. Pero pocos manhattanitas. O por lo menos esa impresión me daba.

Las entradas para los shows de Broadway se venden al 50% de descuento como poco. Ofertas de todo a 100 en las tiendas de lujo. Fui a unas rebajas del 70% en Brooks Brothers, una de mis tiendas favoritas (lo sé, lo sé, es ultra clásica, pero me encanta el punto Ivy League). No había nadie comprando nada. Ni al 70% de descuento. Y no eran rebajas de invierno. No, era la ropa de la nueva temporada de primavera-verano. En Nueva York no se vende nada. Yo me llevé dos nikis.

Odio comer solo. Pero inevitablemente me toca hacerlo en algún momento de mi periplo semanal. Como solo y me fijo como siempre en los demás comensales, también solos, pendientes de sus teléfonos móviles. Fantaseo con estar en un restaurante de actores en paro a la espera de una llamada, como Lana Turner al inicio de “Imitación a la Vida”. Acabo fijándome, como siempre, en los zapatos de la gente. Cuánta verdad hay en los zapatos, cuánto se puede saber de una persona con sólo mirárselos. Busco chancletas invernales. En vano. No está el horno para bollos, ni el ánimo para vanidades. Y hace mucho frío.

Una señora gorda, seguro que de Milwaukee o Peoria, me pregunta, a 10 metros de Grand Central Station, dónde está Grand Central Station. Algo debo tener en la cara, porque allá donde voy, allá que me preguntan donde está la calle tal o la tienda cual. No me molesta, al contrario. Me encanta. Sobre todo en Nueva York. A pesar de todo, me sigue pareciendo una ciudad irresistible.

sábado, 7 de marzo de 2009

La canción Pop Perfecta: 東京は夜の七時, de Pizzicato Five



No iba a dar inicio a esta nueva serie de entradas con "Dancing Queen" de ABBA, aunque bien habría podido.

Efectivamente, queridos y sufridos lectores de este blog. Comienza una nueva serie de entradas, dedicada a la búsqueda de canciones pop perfectas. Llevo tiempo dándole vueltas al concepto de perfección pop y también recopilando posibles candidatas a formar parte del listado, y no es fácil. Por un lado, tengo el problema que se me cruza con la sección "Guilty Pleasures" de modo absoluto, porque hay mucho pop ramplón y maravillosos que a todo el mundo gusta. "Barbie Girl", de Aqua, por ejemplo. Además, la canción pop debe ser, en mi opinión, contagiosa, inmediatamente memorable, de letra algo superficial y vulgar y desde luego poco pretenciosa, con un estribillo pegadizo y que trascienda modas, décadas y momentos. La canción pop perfecta lo fue, lo es y lo será. Te debe dar ganas de ponerte a tararear y volverla a escuchar de inmediato. Luego, por supuesto, entran en juego los gustos, las filias y las fobias (y os recuerdos) de cada cual.

Hay artistas, como los citados ABBA, los Beatles, Duran Duran, que escribieron canciones pop perfectas como churros. Carlos Berlanga dijo una vez que su canción favorita era cualquiera de Prefab Sprout. Aunque algo de alguno de estos grupos tendrá que tener inevitablemente cabida en la lista, procuraré no incluir canciones muy obvias y que nos gustan a todos. Hay que buscar un poquitín y en ello estoy.

Nunca he estado en Japón porque estoy seguro de que si voy, me quedo. Encuentro su mezcla de kitsch y alta tecnología abolutamente irresistible. Y ha producido algunos músicos de primer orden: Ryuichi Sakamoto y Towa Tei son algunos de mis favoritos de todos los tiempos. Y luego están Pizzicato Five.

Aunque se les metió dentro del movimiento "lounge" de mediados de los 90, al que yo me apunté total a pesar de lo absurdo de intentar catalogar bajo el mismo epígrafe a artistas muy distintos, ya llevaban tiempo trabajando, siempre en una onda europeizante. Su primer disco se llamaba "The Audrey Hepburn Complex", ¡cómo no me van a gustar!

La canción que he elegido es su mayor éxito. En inglés se tradujo como "The Night is Still Young", un horror. La transposición japonesa es "tōkyō wa yoru no shichiji" que significa "Son las 7 de la tarde en Tokio". A mí me parece un título perfecto para una canción pop perfecta. Lo tiene todo: estrofas, un puente que hace que suba la intensidad y un estribillo memorable, con el añadido de un riff de sintetizador totalmente absurdo y de lo más pegadizo. Quizá me guste tanto por la cantante, Maki Nomiya, que me resulta irresistible. Tan delgada. Cuando, al final del vídeo, se pone en plan "marjorette" (uno de los talentos que más me gustaría tener, junto a saber bailar "claqué") es el acabóse. Agnetha y Anni-Frid no llegaron nunca a tanto.

jueves, 5 de marzo de 2009

Una sociedad sostenible

Veo cosas a mi alrededor que me preocupan. Veo, en mis paseos tempraneros camino del trabajo, cada vez más personas sin techo, durmiendo a la intemperie en las todavía frías noches del invierno madrileño. He visto por la noche a personas peleándose por bolsas de basura recién sacadas al contenedor por un restaurante cercano a mi casa. Veo grupos de gente de mi edad, es decir de mediada edad, comportándose como adolescentes, bebiendo y haciendo ruido en la calle. Veo niños y adolescentes despreocupados por su futuro, decididos a no estudiar y a trabajar lo menos posible, aparentemente desencantados, a tan corta edad, con lo que la sociedad puede ofrecerles, y nada dispuestos a hacer algo por cambiar las cosas. También veo a personas con posibles (muchos o pocos, pero posibles), jóvenes y no tan jóvenes, que siguen con su vida como si la crisis que estamos pasando no fuese con ellos. Veo y leo (con asco) a políticos y periodistas retroalimentando su propia mediocridad, su cortoplazismo (si se me permite la palabra) nublando cualquier discusión d e fondo y de importancia. Y soy de los que piensan que ni siquiera somos capaces de imaginar (si escribiese en inglés utilizaría uno de mis verbos favoritos, “fathom”) el alcance del agujero en el que estamos metidos, lo mucho que nos va a costar salir de él –y quizá más en España que en otros sitios- y lo distinto que será el mundo cuando veamos la luz al final del túnel.

Pero, irremediablemente optimista como soy, me cuento también entre aquéllos que ven en esta crisis una oportunidad, la oportunidad de crear una sociedad sostenible. Pero para ver esta oportunidad hay que ver qué ocurre el mundo desarrollado post-industrial en el que vivimos.

Seamos honestos, el modelo de sociedad en el que hemos estado viviendo las últimas décadas no podía durar. No tenía ni tiene sentido que se pagasen los precios que aún se piden (pero por lo general ya no se pagan) por la mayor parte de las viviendas de nuestras ciudades. Aún tiene menos sentido que la gente considerase que esos precios, abusivos, desmesurados, eran correctos y solicitasen a los bancos unos créditos ingentes para pagarlos, endeudándose y endeudando a los hijos que quizá ni siquiera tengan, en la creencia equivocada de que el valor de la vivienda sólo sube, nunca baja. Los bancos, encantados de prestar a los ciudadanos de a pie el dinero que habían ganado en operaciones especulativas con instrumentos financieros casi imaginarios, basados en la propia lógica (¿ilógica?) de los mercados de valores, que es de comprensión imposible para la mayor parte de la gente. Por supuesto, el endeudamiento hipotecario es sólo parte de la orgía de gasto en la que todos (me incluyo, por supuesto) nos hemos sumergido en los últimos años. Coches, viajes, vacaciones, ropa. Cómpralo ahora, disfrútalo hoy, ya lo pagarás –o lo pagará-alguien, tus hijos, tus nietos o incluso otras personas en un continente lejano, en ése en cuyas factorías multitud de esclavos fabrican en condiciones inhumanas las zapas y las camisetas que tanto te gustan. Ésas cuya existencia desconocías hasta que las viste en un anuncio, momento en el que se convitieron en indispensables, al menos para un día.

Tampoco es sostenible el convencimiento, al menos en el mundo desarrollado, de que el crecimiento económico lo es todo. ¿Qué crecimiento hemos tenido, por ejemplo en España, los últimos 20 años? Hemos construido millones de viviendas, casi todas de mala calidad y ahora vacías. Hemos importado casi todo lo que nos hemos puesto o hemos comido (salvo “nuestro” jamoncito, eso que no falte). Hemos dejado de trabajar, importando la mano de obra que construía viviendas, carreteras y los coches que llenaban estas últimas. Podría escribir también del coste ecológico de ese modelo de crecimiento, del coste humano de atraer inmigrantes a quienes luego no damos derechos (y el de votar sólo si votas por mí, ¿eh?), del juego sucio de licencias de construcción y comisiones que ha sostenido las cuentas públicas y creado un superávit que no era sino otro espejismo más, pero tampoco quiero hacer aquí demagogia barata. El modelo económico ha sido el mismo en todo momento, nos gobernase quien nos gobernase. Al parecer, todo se autorregula, hasta que deja de hacerlo. ¿No sería preferible crecer mejor en vez de crecer más?

Pero mucho más preocupante, en mi opinión, es la quiebra que hay en la sociedad. Y no me estoy refiriendo a las diferencias de renta, o de clase. Me refiero, por ejemplo y sobre todo, a la pérdida de creencia en la educación como valor superior. Los padres de familia parecen haber renunciado a educar a sus hijos y si éstos se comportan mal, no estudian y sacan malas notas o exhiben comportamientos impropios es culpa del sistema educativo (cierto es que cambiarlo con cada cambio de gobierno es absolutamente lamentable), del colegio o del profesor o profesora de turno. Al parecer ya no es responsabilidad de los padres educar a sus hijos. Ahora se sigue siendo joven con 40 ó 50 años, no vamos a renunciar a pasarlo bien por tener que educar o dar ejemplo a nuestros hijos, qué aburrimiento. Los niños y adolescentes aprovechan la situación y dejan de estudiar y de interesarse por su futuro. Se quedan en casa hasta que no tengan más remedio. Ya heredarán algo. Para trabajar en una cadena de comida rápida, o en una zapatería, no se requiere formación, no merece la pena perder el tiempo con libros. Si sus padres hacen lo que quieren y el banco se lo paga todo, por qué no voy yo a hacer lo mismo. ¿A quién le interesa Aristóteles, Galileo, Voltaire, Darwin, Wittgenstein? Les interesa, preversamente y a sensu contrario, a los que creen y proclaman la teoría de la inteligencia creadora, que encuentran en el marasmo social el caldo de cultivo ideal para propagar sus ideas, nada inocentes. Pero no todo es malo, por supuesto, de vez en cuando compramos productos de “comercio justo”, algún kiwi de cultivo orgánico, damos un dinerillo a un ONG. Y fuimos, por supuesto, a las manifestaciones contra la guerra de Irak. Cumplimos como ciudadanos.

No es mi intención sonar como Obama, pero me gusta mucho la mención que hace últimamente a la necesidad de que los ciudadanos se comporten de un modo responsable. Creemos que todo son derechos (cuando ni siquiera sabemos los que nos corresponden o cómo reclamarlos o hacerlos respetar) y nos olvidamos de que tenemos deberes, obligaciones, responsabilidades. No me refiero a pagar impuestos, que también, sino a respetar lo que nos encontramos, intentar mejorar la sociedad, conservar los espacios y los bienes públicos y no tratarlos como si fueran de nuestra propiedad y por lo tanto a nuestra disposición para destrozarlos, trabajar con un sentido de pertenencia a una comunidad que es algo más grande que la familia que todos parecen respetar por encima de todo. Intentar dejar un mundo mejor, o al menos no peor, para aquéllos que vendrán detrás de nosotros.

En el fondo, lo que hace que nuestro modelo actual de sociedad no sea sostenible es la avaricia (de nuevo hay una palabra en inglés mucho más adecuada: “greed”). Nos comportamos como niños pequeños glotones y maleducados que lo quieren todo y lo quieren ya. No ahorraré para comprarme una casa. La compro ya, me la paga el banco, ya veré como la pago yo después. Ya lo he escrito aquí antes, me sorprende, y no en el buen sentido, la profunda infantilización de nuestras vidas. Se nos ha hecho creer, y nos hemos puesto a ello con devoción absoluta, que esta orgía de consumo y nuestra existencia como niños se podía prolongar indeterminadamente. La avaricia y codicia humanas no tienen límite y los últimos años han sido alimentadas hasta límites desconocidos, reflejados en las cuentas corrientes menguantes y las cinturas menguantes de una gran parte de la población del llamado (¿por cuánto tiempo más?) mundo desarrollado.

Decía antes y repito ahora que pienso que el mundo que salga de esta crisis va a ser muy distinto. Pero no necesariamente peor. Las crisis hay que aprovecharlas para hacer reformas de fondo, institucionales y sociales. Quizá me equivoque, pero de aquí puede salir algo bueno. Ojalá.

En mi imagen de una sociedad sostenible se parte de un concepto más participativo y activo de democracia, con mayor involucración de todos en el proceso de toma de decisiones. Más aún en un país como España, con tantas instancias (municipio, región, estado, Europa) de gobierno. No por ir a las urnas cada cuatro años disfrutamos de una democracia plena. Sin mayor participación ciudadana no podrá haber sociedad sostenible. ¿Sabemos quienes son nuestros concejales de distrito? ¿Nos dirigimos a ellos para hablar de nuestros problemas vecinales? ¿Exigimos algún tipo de rendición de cuentas a nuestros diputados o senadores? Vemos a los políticos tirarse los trastos a la cabeza en el Parlamento, escuchamos las tertulias radiofónicas o televisivas tan negativas y destructivas y nos creemos parte del debate político. Nada más lejos de la realidad. Lo que no vemos es a los mismos políticos tomarse cañas después del debate. Se ríen de nosotros. Políticos y periodistas. La conjura de los necios. Porque a la política se dedican los más mediocres, los que no saben hacer otra cosa.

Tampoco habrá democracia sin que seamos todos un poco más iguales. No puedo comprender que las mujeres, a igual trabajo, ganen casi 30% menos que los hombres. Sólo por ser mujeres. Es algo que no ocurre sólo en España, también por ejemplo en el paraíso del bienestar escandinavo. En todas partes se produce esta brecha. No podemos seguir obviando el problema de la educación, que es un problema de actitud muy marcado en nuestra sociedad. Hemos convertido el proceso formativo, a todos sus niveles, en una carga, en algo detestable, negativo, cuando al mismo tiempo nos felicitamos de los avances de la sociedad de la información, de la libertad en Internet, etc. La educación no puede ser sustituida por Wikipedia o por los foros, blogs o chats en Internet. Tenemos que crear una cultura ecológica auténtica. Todos queremos ser más verdes pero seguimos yendo a trabajar cada uno en nuestro coche, un hábito detestable que ha hecho que se degrade el transporte público en muchos sitios y que se ha ido extendiendo al mundo en desarrollo, donde el coche privado es uno de los pocos lujos que muchos se pueden permitir. No me las voy a dar de santón, pero vender el coche fue una de las mejores decisiones de mi vida.

Tengo esperanzas. Pero quizá es porque soy de los que tienden a ver el vaso medio lleno y no medio vacío. Me temo que esto va a durar mucho y no sé si vamos a tener la voluntad de cambiar nuestros comportamientos glotones, tan satisfactorios a corto plazo y tan dañinos a largo. Quizá el apretón de cinturón que ya tenemos aquí ayude a cambiar actitudes. Porque si no, me temo que, como dijo Loles León en "Átame", estamos apañados.