En algún momento del último cuarto del siglo XX se dejó de pensar en el futuro. O al menos se dejó de imaginarlo como algo deseable.
En los años 50 y 60 se idealizaba el futuro. Se pensaba en él constantemente, se escribían libros, se hacían películas, series de televisión y de dibujos animados sobre la conquista del espacio. Se construyó la casa del futuro en Disneylandia. Arquitectos “organicistas” diseñaban nuevos aeropuertos con naves espaciales en mente. La maleabilidad del hormigón armado multiplicó a la enésima potencia las posibilidades de expresión arquitectónica.
Casi todas estas demostraciones artísticas (las literarias algo menos) tenían un tono optimista. Los
Supersónicos (o The Jetsons). La
terminal de la TWA en Nueva York, obra de Eero Saarinen, copiada hasta la saciedad 40 años más tarde por cierto arquitecto valenciano. La
Feria Mundial de Nueva York. Se veía el futuro como un mundo de felicidad permanente, nada malo nos podría pasar en una realidad en que las máquinas lo harían todo por nosotros. Lógicamente, estos años coincidían con la carrera espacial, la llegada del hombre a la Luna. Eran años de crecimiento sin dudas ni límites, era fácil ser optimista, ya nos preocuparemos de los problemas más adelante. El año 2000 siempre era un punto de referencia de un futuro mejor. Se miraba hacia el inicio del siglo XXI, al cambio de Milenio y al inicio de la Era de Acuario con ilusión y sin miedos.
Pero claro, se impuso la realidad. La literatura y sobre todo el cine empezaron a oscurecer el tono. 2001, Alien, Blade Runner, incluso la Trilogía de las Galaxias. Ya no pintaban un mundo de ocio post-malthusiano, que diría Stanwyck, sino la realidad que se avecinaba. Se dejó de pensar en positivo del futuro, y la mención al año 2000 debió dejar de utilizarse como señal de promisión futura en algún momento que me cuesta precisar.
No os lo creeréis, queridos lectores, pero éstos eran los pensamientos que llenaban mi mente cuando vi la tienda “Filatelia 2000”, en la madrileña calle de la Cruz, que está fotografiada al inicio de este post. Es curioso, siendo anti-grafitero militante como soy, que lo primero que me llamase la atención fue la aparente simetría entre la puerta de la izquierda y el "graffiti" que cubre la persiana de la derecha. Pero, graffitis aparte, empecé a apreciar un diseño realmente excelente. La tipografía es una "sérif" bastante tradicional, pero el detalle de utilizar negrita para la palabra y quitarla para la cifra es de muy buen gusto. Si uno se fija con cuidado (ya se sabe que las fotos son de móvil) se ve una hilera de focos bajo la marquesina para iluminar el letrero. El diseño del interior, diminuto y abarrotado de objetos, es espléndido: el suelo es de baldosas de cerámica irregulares de corte escandinavo, y se mezcla estantes de estructura cromada y baldas de cristal y madera (yo diría que es ébano, la verdad) y una iluminación fluorescente que hoy no nos gusta nada pero que entonces era lo más moderno.
Me resulta imposible saber cuándo se diseñó y construyó la tienda, y tampoco quiero rebuscar en archivos municipales o del Colegio de Arquitectos porque me divierte más elucubrar. Los suelos, las baldas y la tipografía apuntan a los años 60, pero aquéllos eran años pobretones en España y este diseño es indudablemente lujoso. La elección de mármol negro y marcos de hormigón blanco en la arquitectura de la fachada y la iluminación exterior con "spot light" es puro años 70. No da la impresión de que éstos fueran incluidos posteriormente, sino que parecen originales al diseño integral de la tienda. Sí debió ser añadida más tarde la verja de seguridad, que es un modelo setentero que aún se ve bastante en Madrid. No acierto a adivinar cuándo se diseñó y construyó. Quizá mejor así.
Pero sigo pensando que este diseño tan moderno y que llama tan poco la atención forma parte de esa época de optimismo en el futuro, y de ahí el uso del "2000" para reforzar esa idea. Estuve a punto de entrar en la diminuta tienda a preguntar pero no lo hice tras haberme fijado que los billetes, monedas y sellos que se exhibían en el escaparate daban una preeminencia especial a los que llevaban la efigie de Franco o de Primo de Ribera, haciendo compañía a estampitas de misa firmadas por el papa polaco y fotos del valle de los caídos. No es un terreno en el que yo encaje o sea bienvenido. Y me dio algo de pena comprobar en lo que ha acabado tanta modernidad y tanto anhelo de un futuro mejor y más feliz. Aunque sólo sea un diseño de una tienda de sellos, que es algo que en sí mismo no es nada moderno.
8 comentarios:
La contradicción entre la modernidad del diseño y la vestutez franco-primo-riverista resume estupendamente ese paso del anhelo del futuro al temor.
Mi abuelo materno, que nació antes de la I Guerra Mundial, decía que el progreso siempre era para mejor; lo que a mis hermanas y a mi siempre nos sorprendía -sobre todo, cuando lo decía hablando de la explosión urbanística de la aldea en la que nació, donde vimos perderse montes, carballeiras y ríos limpios bajo el hormigón.
Siempre he pensado que ese optimismo se debía, en parte, a su propia vida, en la que el progreso material siempre había sido positivo, porque él mismo vió con sus ojos las ventajas de la electrificación, canalización de aguas, desarrollo de la sanidad, etc. Nosotros damos esas cosas -y otras- por sentadas y, por eso mismo, tenemos el privilegio y nos damos el lujo de preferir el monte y los robles.
Gracias por el comentario, me encanta. Pensé que te gustaría mi entrada, pensé en ti cuando la escribía. Tu comentario es perfecto, complementa perfectamente lo que quiero decir. Mis padres vivieron la guerra y tenían una visión mucho más pesimista. Pienso que yo (y quizá a ti te pillla por los pelos) pertenezco a una generación optimista pero ahora es difícil serlo. Quizá algunos veinteañeros que han visto en sus primeros años de conciencia la revolución tecnológica tengan fe en el futuro, pero me temo que se les va a chafar con lo que tienen encima. Y no sabes cómo son los sellos de primo de ribaera. jevimétal.
El futuro ya está aquí (R.F.). No te asustes del futuro; / ese monstruo no vendrá (N.P.). Y hay una curiosa canción de los Fresones Rebeldes, "¡Vaya futuro!" en la que muestran su decepción por no utilizar en 1999 las naves que aparecían en la serie "1999"...
Y decia... "Sigue durando dos días el fin de semana /
Nada cambió, no creo yo".
Lo comparo con la incredulidad que me causa pensar que en sociedades superdesarrolladas una persona sufra resfriados, tobillos torcidos o simples almorranas.
Y dan ganas de ver la fachada de la tienda de la calle de la Cruz ... ode ir fijándose en más fachadas bizarras pero bonitas.
Recuerdo, Polo, que en el año 1970 TVE dio un reportaje sobre cómo sería la vida en 1980. Como puedes imaginar, predecían que todos iríamos vestidos de uniforme a lo Fuga de Logan (cómo me gustaba esa peli) o como la del anuncio de lejía neutrex. Decían que los primeros coches voladores habrían hecho su aparición. Las casas eran todas blancas, con muebles de plástico y luces que se encendían dando una orden con la voz.
No se ha encontrado cura para la alopecia y nadie, nadie, ni siquiera Philip K Dick o los guionistas de Blade Runner (quizá los que más se acercaron a adivinar el actual presente) imaginaron los teléfonos móviles. Pero sigue siendo bonito imaginar el futuro y revivir lo que otros imaginaron.
es cierto, ya no se lleva el futuro a Los Supersónicos...
La verja es lo más! Lástima que lo que venden sea de lo peor :-S
Es verdad, el futuro que veían en los 50/60/70 era por lo general adorablemente naif y estéticamente genial (Logan's run es total, pero qué me dices de Rollerball o la serie de Tv que se hizo de ¿Un mundo feliz?). Las películas que hizo el primo de Ridley se lo cargaron todo.
Coxis, los Supersónicos son una de las grandes historias de amor de mi vida, porque además lo ponían de tarde en tarde en la TVE de mi infancia. Me sigue encantando.
Theodore, ¡me había olvidado de Rollerball! Además sale James Caan, que es mito erótico total. Esto me da para un post sobre distopias...... Y sí, la verja setentera es lo más.
A veces pasa, ves algo que no sabes bien por qué te llama la atención, y te vas acercando, elucubrando y tejiendo historias, hasta que la realidad acaba aplastándote, y todo cobra otro significado, no quieres perder la belleza de la visión ni de tu historia, pero la realidad te aplasta.
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