viernes, 17 de octubre de 2008

"Very Gotham!"



Ésas fueron las palabras que le dijo una mujer americana al señor con el que estaba.

Di mucha lata en este blog a lo largo del verano sobre los vaivenes de mi vida profesional y he optado, para no ser pesado, por no contar nada desde la vuelta al cole. Y es que el principal cambio que se ha operado en mi vida es que ahora voy andando al trabajo. Antes tenía ante mí una hora de metro de ida y otra de vuelta. Ahora tengo un paseo de 15 minutos. A menudo voy a comer a casa. Calidad de vida.

Como vivo y trabajo en el centro de Madrid, mi paseo consiste en atravesar calles y sobre todo plazas, los espacios urbanos más importantes, donde todos nos cruzamos; calles y plazas con historia y con vida propia. El paseo matinal es de lo más estimulante: reconozco que siempre me ha gustado ver despertarse a las ciudades. He visto estos días en la Plaza Mayor, junto a la cola habitual de la Junta Municipal de Distrito y los turistas asiáticos madrugadores, a un judío ortodoxo rezando con su manto para la plegaria y sus versículos de la Torah en ese extraño tintero que se colocan en la frente (y cuyo nombre debería saberme). He visto multitud de personas sin techo, y cada vez parece haber más, durmiendo a la intemperie, en la calle de la Bolsa (desde donde hay una vista fabulosa, en el cañón que forma la calle de la Paz, del Edificio de Telefónica, que a primera ahora tiene aún encendido el reloj de neón rojo de la torre); veo a diario a dos ancianas mendigando, una de ellas, en la Plaza del Ángel con su abrigo acolchado y su buen corte de pelo, que ya me saluda aunque no le dé nada; he visto grupos de hombres (no debería dar el calificativo, pero eran latinoamericanos) empezando a emborracharse a las 8 y media de la mañana y tirados por el suelo, en estado semicomatoso, unas horas más tarde ; he visto a muchos jóvenes con pupilas dilatadas apurando lo que para ellos aún es noche en búsqueda de los after hours más canallas. Veo a diario a las putas de la calle de la Cruz y la Plaza de Benavente, empezando la brega desde bien temprano y continuando hasta la noche. Veo asombrado el continuo montado y desmontado de tenderetes de porte diverso, en la Plaza de Santa Ana, para jornadas gastronómicas o mercadillos de artesanía, con el Teatro Español de testigo; y veo con espanto como ya se han colocado en la Plaza Mayor y en Sol los soportes para las decoraciones navideñas. El año pasado escribí un post que llamé “Navidad en Octubre”, me remito a él.

Es posible que a alguien esto que escribo le parezca un retrato sórdido de la ciudad. Nada más lejos de mi intención. Madrid es una ciudad de contrastes, como todas las grandes ciudades, plagada de grandezas y miserias en igual medida, donde hay hueco para un señor de pinta aburrida como yo y para jóvenes hartos de pastillas y de tedio vital o señoras que hacen cola en la iglesia de San Pedro el viejo o de Santa Cruz para poner una vela tempranera en algún altar milagroso.

Hay otra plaza, cercana a mi lugar de trabajo y por lo tanto de destino, que siempre me ha resultado algo extraña. La plaza de Canalejas tiene unos edificios grandiosos, antiguas sedes de bancos, y alberga una tienda maravillosa: La Violeta, donde sólo se venden caramelos de dicho sabor (y color). Pero al mismo tiempo, es casi como un cruce de autopistas, con un tráfico endemoniado de coches, taxis y autobuses urbanos y un ruido ensordecedor a cualquier hora. Desde Canalejas hice (con el móvil) la foto que he colgado y que retrata los que siempre he considerado los dos edificios más neoyorquinos de Madrid, que están en la esquina de Alcalá con Peligros. Con cuarenta plantas más podrían estar en Mannhatan, o mejor dicho en Gotham, como dijo la elegante turista americana al fijarse en ellos. Aunque dudo que en Nueva York encajase la cúpula que se ve a la derecha, la de la iglesia de las Calatravas. Lo que sí encaja, en Nueva York, Madrid o Hong Kong es el contraste de edificios fabulosos y vagabundos con sus perros fieles a las puertas de las iglesias, tiendas de lujo y bares de barra de aluminio, mercadillos de baraterías a la puerta de hoteles de cinco estrellas y mendigas que (pedirán pero no perderán su dignidad) van regularmente a la peluquería. En una palabra: vida urbana. Tan diversa como lo somos nosotros.

4 comentarios:

Stanwyck dijo...

Vida urbana, pero muy madrileña. Te cito si digo que, en Madrid, las mendigas están mejor peinadas que las damas de los Amigos de Covent Garden.
"Calidad de vida" es también "cantidad de vida".
Tengo la misma opiníón de la Plaza de Canalejas. Me espanta en lo que se ha convertido la Plaza de Santa Ana.
Esta entrada parece un extracto de "Fortunata y Jacinta". Me gusta mucho.

Squirrel dijo...

Es que en el fondo soy galdosiano. Estoy escribibiendo por primera vez en el teclado del nuevo Mac!!

theodore dijo...

Galdós forever. Hace mucho que no voy a Madrid, y he disfrutado paseándolo en este post. Y los caramelos de violeta, son tan de abuela, me encantan, como los de la Pajarita.

Manuel Sánchez de Nogués dijo...

Me encantan esos dos edificios. Son de mis favoritos de Madrid, de ese Madrid que intentaba ser una capital europea y que truncó la guerra civil