viernes, 24 de agosto de 2007

Final de verano

Buenos días.

No hay luz más bonita que la de las tardes del final del verano. Estos días, Madrid se vuelve naranja al caer el sol y se crea un ambiente entre surreal y psicodélico en el que da la impresión que puede ocurrir cualquier cosa. Ésta siempre ha sido mi época favorita del año, quizá porque la asocio a la vuelta al colegio. A mí me encantaba ir al colegio, nunca pude entender, ni puedo, a esos niños que prefieren quedarse en casa. A pesar de no estar abonado a la nostalgia, mis momentos más proustianos los tengo al oler libros o cuadernos nuevos.

Siempre me ha parecido que el año termina y empieza en este momento. La lluvia de esta mañana me demuestra que estamos al final del verano. Y como todo final, es el inicio de algo nuevo. Por alguna extraña razón para mí es el otoño, y no la primavera, la estación que marca el renacer. Será esa luz anaranjada y horizontal, la que se aprecia mejor que en ningún otro sitio en el merendero de las Vistillas. Aunque quizá sea más bonita la luz del amanecer invernal sobre el Báltico, tan blanca, tan frágil. Tan distinta.

martes, 21 de agosto de 2007

La dictadura de lo joven

Buenos días.

Hay ciertas cosas que no acierto a comprender. Una de ellas es el motivo que impulsa a las personas de mediana edad a intentar parecer más jóvenes de lo que son. Lo que hacen en realidad es adueñarse de los códigos, del estilo de alguna generación posterior, en un esfuerzo (que a mí me parece bastante triste) de seguir perteneciendo a la categoría de "jóvenes" de la que hace tiempo dejaron de ser parte. Los resultados son casi siempre catastróficos.

Hombres sexagenarios con pantalones a media pantorrilla y chancletas en plena ciudad, cuarentones con barriga ("barriguita" le dicen, como si el diminutivo lo hiciese más aceptable) haciendo botellón como si fuesen adolescentes, mujeres de mediana edad con trenzas rastas y piercings en la cara que también son madres de adolescentes (avergonzados, añadiría). No es fácil querer aparentar la edad real que uno tiene, sobre todo cuando todo el bombardeo publicitario y consumista va aparentemente dirigido a los más jóvenes, aunque sean (seamos) los cuarentones quienes nos podamos permitir comprar lo anunciado. Parece que vivimos en una dictadura de la juventud, o mejor dicho en una dictadura de lo joven, sobre todo porque a los jóvenes les debe parecer penoso ver a sus mayores –porque eso es lo que somos- robándoles su estilo.

Detrás de todo se encuentra, además de un intento innato de no querer perder la lozanía (¿?) de la juventud, una dejación de lo que antes se llamaban "las formas" a favor de modo de vida supuestamente cómodo y, de nuevo, "juvenil". El problema principal es que, con excepciones, a los cuarenta o más años casi todos tenemos mucho más que ocultar que enseñar. Si un niño en pantalón corto es gracioso, un hombre hecho y derecho con bigote, gorra de béisbol, zapatillas de deporte y bermudas es un auténtico fantoche, un mamarracho. Más aún si el atuendo de marras lo lleva puesto en una ciudad. Las razones que impulsan a un hombre de cierta edad a llevar coleta y sombrero me escapan. Lo mismo ocurre con los vaqueros, como dice una buena amiga, "a ras de chichi". A una veinteañera le pueden quedar estupendamente. A una gorda cuarentona le quedan fatal, por mucho que el dependiente de la tienda se empeñe en que la cintura baja le alarga la pierna y le reduce el culo. ¿No será al revés? Madrid, la pobre Madrid, con su clima tan soleado y su vida callejera, es víctima propiciatoria de la cultura del feísmo juvenil.

Todo ello va unido además al hecho de que las modas que vuelven son siempre las más feas. Somos hoy testigos del retorno de los "leggings", la pieza de vestuario más atroz jamás diseñada y que por alguna misteriosa razón encandila a las mujeres de cierto peso. Antes fueron los pantalones de pata de elefante, los zapatos de plataforma y las cuñas, los calentadores. O los cortes de pelo llamados “mullet”, corto por delante y largo por detrás. Las hombreras gigantescas, que cantaban los pegamoides, no pueden tardar en volver.

Es muy probable que mi atuendo (casi siempre llevo chaqueta, por ejemplo, hasta en verano) provocase las risas de muchos de los lectores de estas líneas. Y es cierto que muy a menudo me siento fuera de lugar pero realmente me cuesta comprender que tengamos que parecer más jóvenes de lo que somos. Pero no te confundas, querido lector, seas quien seas, no soy un reaccionario, retrógrado, facha lleno de nostalgia por un mundo más ordenado y seguro. Todo lo contrario, ya me irás conociendo si lees este blog.

sábado, 11 de agosto de 2007

Hell On Wheels

Alguien me envió hace unos meses este vídeo de Cher. No soy yo muy fan de Cher, pero no hay más que empezar a verlo para darse cuenta de que esto es el símbolo de una época. Al parecer, fue uno de los primeros videos que difundió, allá por 1979, MTV. La canción, "Hell on Wheels", pertenecía a la banda sonora de una película, hoy totalmente olvidada, llamada Roller Boogie. Viéndolo ahora, uno se sorprende. Sobre todo porque en 1979 esto fuese moneda de cambio corriente, que lo era. A nadie le llamaba entonces la atención ver a Cher, ya operada (y, por cierto, ojalá todos los cirujanos fuesen como el suyo) patinando por una carretera del Midwest, liderando una panda de camioneros y "leather daddies", encontrándose de paso a unos travestís en el camino y convirtiéndolo todo en una manifestación del orgullo gay de carretera. Hay escenas (la sonrisa "profidén" y el pelo de la travestí de azul, el montaje de planos cortos de los camioneros, el desfile final) que no tienen desperdicio.

Siempre he pensado que me habría gustado tener, digamos, 25 años en 1978 y haber vivido entonces en Nueva York. Pocas épocas más libres ha habido que los años 70 en las grandes ciudades de Norteamérica. Me estoy refiriendo al período que va desde la comercialización y muy rápida expansión de la píldora anticonceptiva hasta la revolución conservadora liderada por Reagan y que coincide (¿coincide? supongo que sí, prefiero pensarlo así) con el inicio de la epidemia del SIDA. Sé que es un tópico, pero pienso que yo habría encajado perfectamente en un momento de historia urbana en que la libertad sexual volvía a la etapa previa a las imposiciones morales del monoteísmo. El único problema de haber tenido 25 años en Nueva York en 1978 es que, con certeza casi absoluta, hoy estaría muerto –mejor dicho, llevaría muerto al menos una década, sino más.

Para mí, no hay mayor libertad que la libertad sexual, sobre todo porque ninguna otra ha sufrido los atentados que ésta. Ni siquiera la libertad de expresión, que es la que garantiza todos nuestros derechos. Todas las denominaciones religiosas y muchas personas dispuestas a ventilar sus frustraciones personales sobre los demás se han propuesto cercenar la libertad sexual y convertir en moral aceptada por todos comportamientos que se apegan a una visión limitadora de la inagotable capacidad de gozar y la enorme imaginación sexual del ser humano. No puedo comprenderlo. Cualquier religión que pregonase el amor libre, con el único límite del consentimiento de los actores, debería atraer a la práctica totalidad de la especie humana. Pues no. Está claro que estoy muy equivocado y que nuestra capacidad para limitar nuestra capacidad de gozo es inagotable.

Vuelvo al vídeo. Ahora se pueden ver muchos vídeos, cómo diría, subidos de tono. De hecho, es casi la norma. Nada como meter un beso entre dos chicas o un trío bisexual para convencer al vidente de lo moderno que es todo. Pero esos vídeos de hoy no dejan de obedecer a los estereotipos prevalecientes en nuestra sociedad y en mostrar variedades leves y poco alejadas de los estándares de comportamientos habituales y aceptados. Aquí, los camioneros de Cher se follan a Cher, luego follan entre ellos y después se dejan follar por las travestis. Las travestis van en descapotable por el Midwest, in full make-up, y nadie les lanza a los jinetes del apocalipsisis. Cada cual se lo pasa como puede y quiere y con quien quiere y puede. Sin patrones ni roles pre-establecidos, sin compartimentos estancos, sin que nadie los juzgue.

Quienes me conocen bien me acusan (con cariño) de tener una visión demasiado romántica (¿romántica?) e idealizada de aquella época. Lo acepto, es cierto que lo que para mí es la época disco y que coincidió con mi primer viaje, en 1979, a Estados Unidos, para otros no es sino una etapa de depresión económica, crisis de suministro energético, agotamiento del modelo europeo del estado del bienestar y grandes dudas sobre el futuro de la economía mundial. También es cierto que al tiempo de la explosión de la música disco, en Estados Unidos e sucedían manifestaciones pidiendo que se prohibiese. Yo no puedo dejar de asociar esa época, y aquél viaje casi de iniciación, con el sonido elegante y refinado de Chic, los trajes ajustados, perfectamente cortados y algo acampanados de Nile Rogers y Bernard Edwards, las estolas de marabú de la cantante Fonzi Thornton y las rimas que escribieron para Sister Sledge ("Halston, Gucci, Fiorucci"). Aunque me faltaban unos cuantos años para haber disfrutado plenamente aquella época, tengo suerte de haberla vivido y la esperanza de que esa combinación de optimismo, libertad y mal gusto pueda volver a reproducirse. A Hell on Wheels le siguió Xanadú, y, sí, también me gusta, pero ya no era lo mismo. No sé si me explico.

sábado, 4 de agosto de 2007

Inicios

Buenos días


Quizá no sea buena idea empezar un blog sin saber muy bien cuál es su objetivo. Quizá lo único que pretendo es hablar de las cosas que me gustan y también, por qué no, de las que no me gustan. No sé bien quién leerá estas páginas, por lo que tengo que convertir este ejercicio en algo personal, que me proporcione satisfacción y no pretender entretener a nadie más que a mí mismo. O intentar convencer a nadie. A cada cual con sus gustos y opiniones.

Hace ya algunos años leía muchos blogs, ahora me limito a unos pocos. Me sigue gustando mucho el blog de Patata, http://www.20six.co.uk/patata, que escribe una mujer sumamente inteligente y con muchas cosas que contar. También sigo el blog de Andrew Sullivan, http://andrewsullivan.theatlantic.com/, con cuyas ideas políticas casi nunca coincido (aunque sí con las sociales), de naturaleza muy distinta al de Patata. Poco a poco iré introduciendo enlaces a blogs y páginas que me gustan.

Para no engañar a nadie, sobre todo quienes se encuentren despistados por el título de este diario, haré una pequeña lista de mis intereses. Me gustan: los perros, las primeras vanguardias del siglo XX, las chaquetas, Christine Schäfer, la filosofía clásica, Gore Vidal, el "camp", el reparto equitativo de la riqueza, el terciopelo, la cocina del norte de Italia, las ciudades densas y ordenadas, los países escandinavos, el final del verano, Schumann, la cocina del sur de Italia, el diseño de los años 50 del siglo XX, Alban Berg, el color rojo, "Middlemarch", las patatas bravas, Mantegna, el agua, los perros (creo que ya lo he dicho; no importa), Thomas Jefferson, la corteza del abedul, Ernest Chausson, el chocolate, el cine de Douglas Sirk, la arquitectura de Bramante, Jermaine Stewart, la uva verdejo, Turín, las playas frías, los zapatos de mujer, Alvar Aalto, el estado del bienestar, Romeo Gigli, el optimismo, el cine de Pedro Almodóvar, la Ilustración, los jardines ingleses, las contradicciones, los ojos verdes, los cocker spaniel, la gente inteligente, los Pet Shop Boys, la libertad. No me gustan: las palabras esdrújulas, la religión, lo feo, la remolacha, la falta de libertad individual, la estupidez, el rock progresivo, los adjetivos, la prensa, la ambición desmesurada, el ruido, el flamenco, la comida picante, el color negro, el crecimiento urbanístico en España, la historia, el calor, los niños, las camas mal hechas, el egoismo, la gente que intenta ser moderna, el pesimismo, la moral impuesta.

Me ha costado escribir la lista de cosas que no me gustan pero estoy seguro de que al final criticaré más que ensalzaré. A ti, lector, espero que te interese y te entretenga lo que viene a continuación.