sábado, 31 de enero de 2009

Mitos Eróticos: los absolutos

Todo lo bueno llega a su fin. Y todo lo malo también. La serie de mis mitos eróticos va cerrándose. Hoy toca hablar de los absolutos, los que estuvieron, están y estarán en mi panteón de favoritos. Hablo en masculino porque de hombres se trata. Hay mujeres absolutas, por supuesto, pero son demasiado, digamos, evidentes. De las que le gustan a todo el mundo. Y dije al principio que evitaría en lo posible señalar a bellezas sin discusión y me centraría en lugares menos comunes…

Pero no es tan fácil. Si alguien se lee mi perfil verá que entre mis películas favoritas están “Key Largo”, de John Houston, y “Designing Woman” (“Mi desconfiada esposa”, formidable título en español) de Vincente Minelli. Tienen en común que están protagonizadas por la más guapa, la de los ojos más profundos, la de la melena más espesa y bonita. La absoluta.


Cuando filmó KeyLargo, Lauren Bacall tenía 19 años y era ya una mujer hecha y derecha. Intentemos encontrar alguna actriz (o cualquier mujer) que tenga hoy 19 años y que luzca de este modo, en plenitud de su belleza, madura y sin miedo a vivir y expresar sin tapujos su sexualidad.

Muy distinta es mi otra mujer absoluta, más niña, más andrógina, más ambigua y sin embargo irresistible en muchas de sus encarnaciones. Por algún motivo, Holly Golightly (y no, querida Stanwyck, no era un chico, era todo mujer) es un referente femenino para muchos hombres homosexuales, para mí desde luego lo es. Aunque me quedo con la Audrey Hepburn de las películas de Stanley Donen, ya sea “Funny Face” (bajando las escaleras del Louvre con la victoria de Samotracia a sus espaldas) o “Charade”.


Ya lo he dicho antes, me gustan las mujeres hechas y derechas, no las niñatas. Pero me estoy desviando, que yo de lo que quiero hablar es de hombres y como me despiste se me va a colar una foto de Lana Turner en “Imitation of Life”.


Vaya, se coló. Divina, ¿verdad? Perfecta. Pero ya está bien de mujeres. He puesto tres, pues pongo ahora tres hombres. Los absolutos. Mis absolutos. Aquéllos ante quienes me rindo.



Hay algo misterioso en Steve McQueen. Es difícil encontrar fotos suyas en las que sonría, siempre parece estar enfadado, apesadumbrado, siempre parece estar ocultando algo. Me fascina “Bullit”, una película con una banda sonora extraordinaria en la que no pasa casi nada, en el fondo es una excusa para la famosa escena de la persecución de coches por las calles de San Francisco y para que McQueen exhiba todo el cool, que era mucho, que rezumaba por todos sus poros.



Fue un prototipo de hombre moderno cuando ya había terminado la época dorada de Hollywood. Los Rock Hudson, James Dean, Montgomery Clift eran versiones actualizadas de los galanes de las décadas de oro del celuloide. McQueen era el hombre nuevo. Duro pero misterioso. Callado y amante de los coches. Y también, si hacemos caso de los rumores de los años 60, gustoso de darse un buen revolcón con otro tío de vez en cuando. Por variar, imagino. Y ello a pesar de su amor por la guapísima (aunque bastante cursi) Ali McGraw, con quien hacía una pareja estupenda.


Siempre afirmo que lo mío no son los hombres rubios, aunque ninguno de los tres de mi lista definitiva sea moreno. El siguiente, Bruce Willis, me gustaba cuando aún tenía pelo y hacía las aceras chapuceando con Cibyl Sheperd.


Pero me empezó a volver loco cuando dejó de disimular y lució sin complejos, en Pulp Fiction, su bellísimo cráneo calvo.


En realidad lo que me seduce de Bruce Willis es la media sonrisa canalla, la que despliega en todas sus películas, las malas y las malísimas. Es una sonrisa que puede llevar al huerto a cualquiera. Tengo que reconocer que por Bruce Willis he caído en eso que Theodore, en una entrada reciente de su excelente blog, llama "guilty pleasures", secretos inconfesables pero enormemente placenteros. Lo confieso: he visto "Armaggedon" más veces de lo que cualquier persona medianamente decente e inteligente puede y debe admitir. Pero es que me resulta irresistible, qué le voy a hacer, a pesar de su vena patriótico-republicana tan penosa como trasnochada, o a pesar de haber elegido tan mal a sus mujeres (porque Demi Moore ahora tiene un pase pero cuando estaba con Bruce era lo peor). Tiene, finalmente, algo de lo que pocos pueden presumir, y es que está envejeciendo de maravilla.


Termino con mi tercer absoluto, del que sólo pongo una foto. Y eso que hay muchas, muchísimas fotos suyas en internet que cualquiera puede encontrar con un golpe de Google, pero si las cuelgo me cierran el blog, o me ponen un "warning" al inicio, que es algo que no me apetece mucho la verdad.


No soy gran usuario o consumidor de porno (eso decimos todos, ¿verdad?) pero fue en una película porno, llamada "Eruption" y filmada en paradisíacas playas de Hawaii donde descubrí a Dean Coulter, quizá el hombre que más se acerque a mi ideal absoluto. La foto no le hace justicia, no se aprecia su cuerpo esculpido. Ni su culo, que sólo tiene comparación en los de los relieves del altar de Pérgamo, tallados en mármol por artistas griegos que sabían lo que se traían entre manos (y cinceles) hace más de dos mil años. Pero sí se puede comprobar en la foto esa expresión de niño feliz mezclada con el saber hacer de un hombre adulto y experimentado, mezcla que es lo que lo hace, a mis ojos, irresistible. En la escena inicial de la película "Eruption" el bueno de Dean retoza con otro maromo de cuerpo tan imposiblemente bello como el suyo en una playa de arena blanquísima, frente a un mar de un azul inexistente. Hay un momento en que ambos se pasean, cogidos de la mano, por la playa, empalmados o, por decirlo más bonito y como habría escrito Matthew G. Lewis, en pleno vigor de su virilidad, y se besan y abrazan. Es un momento precioso, de una ternura que nunca se ve en el cine porno. Luego se ponen a follar y se acaba la ternura, claro, pero en ese instante previo Dean Coulter es un niño en el cuerpo de un hombre, todo amor y devoción. Buscando fotos suyas para esta entrada leí en algún lugar que hace ya unos años se retieó del cine, se casó con otro chico y montó un negocio de jardinería, que es a lo que se dedican juntos. Que final tan bonito para un chico tan guapo. Espero que le dure la felicidad.

No terminan aquí los mitos eróticos. Hay muchos más. Como dije en la primera entrada los verdaderos son los más anónimos, los que se ven por la calle, en aeropuertos, en restaurantes, en playas, en cualquier ciudad del mundo. Esos que uno ve, escucha o como mucho huele, pero nunca toca. Ya lo decía entonces y lo digo ahora: si se tocan dejan de ser mitos. Y dejan de interesar.

martes, 27 de enero de 2009

Rascacielos


He estado a primera hora esta mañana en una reunión de un tipo al que no suelo ir. Mucho ejecutivo de empresa, de pelo engominado, pulseritas de tela, mocasines con borla y olor a Loewe. A veces se me olvida que existen otros mundos. Y que están en éste. Me sorprende que se me hubiese olvidado que existe este tipo humano, tan común por lo demás en esta ciudad.

Ciudad que resplandecía esta mañana. La foto que he colgado la he hecho con el teléfono desde el cuarto de baño del lugar donde he tenido la reunión y es que la vista me ha dejado anonadado. Siempre me han gustado los rascacielos de la Plaza de España. Casi tanto como detesto las cuatro torres paletas que se elevan en el norte de la ciudad (y que también se veían desde el wc), con una desproporción desmedida y absurda, un encaje pésimo en el tejido urbano y un impacto lamentable sobre la ciudad en su conjunto (me quedé de piedra cuando las vi, como 4 dedos de una mano gigante enterrada, desde los jardines del Escorial; toda la ciudad a escala humana y esas cuatro torres desproporcionadas).

A mí me encanta la constrúcción en altura. Ya he hablado mucho de Nueva York, así que no me enrollo más. Pero me gustan los rascacielos integrados en el tejido urbano, no apartados de todo, algo que no deja de ser un "quiero y no puedo". Todas las ciudades del mundo están llenas de horrores urbanísticos, producto de una mala decisión del ayuntamiento de turno ("vamos a poner una torre de cristal, lo más fea posible, de modo que se vea siempre que te fijes en la torre Eiffel"), de arquitectos malos o de promotores que cambian los planes originales y abaratan los materiales. Pero en otras ocasiones la decisión oficial, el arquitecto y la promotora aciertan.

Pienso que el tiempo ha sido generoso con los rascacielos de la Plaza de España. Ambos edificios están hoy vacíos, uno en rehabilitación, el otro en espera de que sus dueños decidan qué hacer con él. Ya lo estaban bastante antes del inicio de la "crisis", tan anunciada que no sé cómo le sorprende a nadie. Cuando se construyeron, allá por los años 50-60, estaban en pleno corazón de la ciudad y se promocionaron como el colmo de la modernidad. Lo eran, y pienso que lo siguen siendo, a pesar de los detalles neo-herrerianos (que yo antes odiaba y ahora me hacen mucha gracia) del edificio España, el escalonado. Es curioso, me los imagino a ambos en Manhattan, sobre todo en el distrito financiero, conviviendo con torres neogóticas, art-decó, modernas, post-modernas, tardomodernas y neomodernas. Algo que no puedo decir de las cuatro torres nuevas, que me imagino en alguna ciudad china segundona. Tipo Qongqing. Que, por cierto, se pronuncia "Chochín". En qué estaré yo pensando.

sábado, 24 de enero de 2009

Risotto de Habas con Alcachofas

El otro día compré unas alcachofas estupendas, “las primeras de la temporada” según dijo el verdulero. Y esta mañana he comprado unas habas también con muy buena pinta, muy de principio de primavera. A mí me enloquecen todas las verduras y las alcachofas y las habas están en lo más alto de mi lista. Es curioso, he escrito poco de cocina en el blog, prácticamente nada, y comer es una de las cosas que más me gusta y cocinar es una de las cosas que me une a mi chico. A los dos nos encanta hacerlo y nos turnamos en las faenas culinarias. Él es un cocinero natural y realmente fabuloso, yo sólo hago dos o tres cosas pero procuro que me salgan bien.

Pues con las alcachofas y las habas he hecho hoy un risotto que me ha salido riquísimo y he decidido contarlo aquí. Yo aprendí a cocinar de mi madre, por lo que no mido ni cantidades ni tiempo, lo hago todo a ojo (de ahí las catástrofes que ocurren en ocasiones). Pero hoy me ha salido todo bien. Os cuento la receta de mi risotto de habas con alcachofas, espero que guste.

En una cazuela he puesto una cucharada de grasa de pato (cardio-saludable y de sabor espectacular) a fuego medio. Una vez caliente he puesto a rehogar una chalota y media muy picada. En seguida he añadido un puñado de taquitos de jamón ibérico. De nuevo grasa cardio-saludable (nota: tengo el colesterol alto, imagino que se me nota, me cuido pero no renuncio a casi nada). Después he añadido las habas, unos dos puñados, bien peladas aunque al ser muy tiernas no pasa nada si se deja la piel interior. Las he rehogado muy poco, justo para que tomen un poco del sabor de la grasa, la chalota y el jamón, y en seguida he añadido el arroz, que también he rehogado, subiendo un poco el fuego. He utilizado arroz italiano de tipo arborio, que me gusta más que el carnaroli que es algo más largo. También se puede usar arroz de calasparra o bomba para el risotto pero ojo, éstos se ablandan antes.

Pues ya tenemos la práctica totalidad de ingredientes sólidos en la cazuela, así que sólo queda el líquido. Lo primero, un vaso pequeño de vino blanco, que dejamos reducir aprovechando que el fuego sigue algo más fuerte. Para mí, el vino es el secreto del buen risotto, junto al removido constante. He usado vino de cocina pero tentado he estado de usar el que tenía en la nevera para comer. Luego os cuento cuál es. Una vez absorbido el vino y todo bien removido, bajo el fuego y empiezo a añadir cucharadones de caldo, que tengo hirviendo en otra cazuela. Nosotros hacemos el caldo de pollo y verdura en casa y lo congelamos, no supone mucho trabajo y es mucho mejor que el comprado y además no tiene mucha sal. Algunos caldos comprados son buenos, pero suelen tener muchísima sal y te pueden destrozar un plato (y la tensión arterial).

Y ya todo es cuestión de remover el risotto continuamente mientras se añade caldo poco a poco, hasta que el arroz tenga la consistencia adecuada. Hay que parar cuando está algo durito porque se termina de hacer ya fuera del fuego. Y en cuanto se quita del fuego hay que añadirle la “mantecata”, es decir una cucharada de postre de mantequilla y una buena cantidad (al gusto) de queso parmesano rallado (grasas no saludables: aquí sí conviene que todo sea de muy buena calidad, sobre todo el queso, no hay color entre el rallado en casa y el comprado en bolsa, que hay que desterrar de la nevera). Se salpimienta y se mezcla todo muy bien, comprobando que la mantequilla está derretida y repartida, se cubre la cazuela con un paño húmedo y se deja reposar el arroz unos cinco minutos.

No he contado que al mismo tiempo que preparaba el risotto iba haciendo las alcachofas. He utilizado dos. Se quitan las hojas exteriores, se pela bien el tallo (dejándolo eso sí tan largo como sea posible), se cortan por la mitad, a lo largo, y cada mitad en dos o tres “gajos”. Se frotan bien con medio limón, se dejan en un recipiente con el zumo del otro medio limón (para que no ennegrezcan ni amarguen). Las he frito en una sartén con un poco de aceite de oliva virgen, primero a fuego muy lento (mi madre decía que había que cocerlas en aceite, pero yo prefiero usar menos aceite, sobre todo para un plato como éste, que ya lleva bastante grasa animal) y cuando están hechas se les da un golpe de fuego fuerte para churruscar las hojas exteriores.

Pues ya estamos. Se sirve el risotto en el plato y por encima se ponen las alcachofas fritas dejando que caigan unas gotas del aceite de oliva. Para los más queseros, se puede poner un plato con más parmesano rallado. Y ya está listo para comer. ¡Ah!, el vino. Las alcachofas casan mal tanto con vino blanco como tinto, pero el sabor algo metálico de la uva verdejo les va bien. Hemos tomado un Finca La Colina, de Rueda, 100% verdejo. Hay otro, que a mí me gusta más, que tiene mezcla de verdejo y sauvignon blanc, pero no lo tenían en la tienda. No importa, iba bien con el risotto, que estaba buenísimo.

miércoles, 21 de enero de 2009

¡Atención: Pregunta!

Imagínate, querido lector, que estás sentado en la butaca de un teatro, auditorio o cine, viendo una película, una obra dramática o de comedia, escuchando un concierto, una ópera o a algún conferenciante que, por una vez, dice cosas interesantes. Imagina que has pagado dinero, buen dinero ganado con el sudor de tu frente, para asistir a esa representación. En medio de la actuación, otra persona del público, sentada no muy lejos de donde tú te encuentras, se pone a toser ferozmente. Ahí van las preguntas:

1.- ¿Qué es peor?:

a.- Que la persona tosa, tosa, tosa y tosa sin importarle nada.
b.- Que tosa, tosa y tosa pretendiendo que es culpa de otra persona de algo ajeno o del gobierno, y lo exprese en voz alta para quien quiera escucharle.
c.- Que saque las Strepsils (o similar) del bolso, lo que conlleva: el ruido de la cremallera del bolso, el ruido del removido de la mano dentro del bolso, el insufrible ruido del papel de aluminio del Strepsils (o similar), el cierre de la cremallera del bolso (la tos suele seguir).
d.- Que la persona se levante, moleste a toda la fila (¿por qué siempre están en el medio y no en el pasillo?) y se disponga a salir de la sala mientras sigue tosiendo; se quede justo fuera de la sala tosiendo y tosiendo (todo audible desde dentro) y luego, saltándose la prohibición de entrar en la sala en medio de la representación, vuelva a molestar a todo el mundo para volver a su sitio. Esto se repita varias veces a lo largo de la representación.


2.- Qué haces tú, querido lector, cuando tienes entradas para un show y estás resfriado/griposo/con tos?

a.- Nunca estoy resfriado, nunca tengo tos: como mucha fruta y verdura, tomo suplementos de vitamina C y equinácea.
b.- No voy a la representación, le regalo la entrada a un amigo o a la portera, en función de qué se trate. Me quedo en casa y toso en casa.
c.- Voy y toso, toso, toso y toso. Y que se jodan.
d.- A la primera tos, saco las Strepsils o similar (pero oye, no llevo bolso, hasta ahí no llego, cari), y que se jodan.
e.- Saco la Lizipaina o las Ricola, que no hacen ruido al sacarlas, pido perdón a las personas que están sentadas cerca en cuanto hay una pausa pertinente y me quedo fuera si sigue la tos.
f.- Ninguna de las anteriores. Menudo soy.

Yo no tengo las respuestas claras, e imagino que hay más opciones. Respuestas y comentarios, por favor, y sobre todo ideas para acabar con la epidemia de tos y la mala educación de la gente.

sábado, 17 de enero de 2009

My own way

Dedicado a Polo.

Hay cosas de mí mismo que no comprendo. Una de ellas es mi rechazo a los primeros años 80 o, cuanto menos, mis dificultades para repasar una época esencial en la definición de lo que soy y de mis gustos. He escrito en este blog sobre música de los 80, hace poco sobre los Pet Shop Boys y antes sobre, por ejemplo, Jermaine Stewart, pero en ambos casos me estaba refiriendo a la segunda mitad de la década, un momento además mucho más difícil para mí que los primeros 80, cuando todo era relativamente sencillo y feliz, todo lo sencilla y feliz que puede ser la vida de un adolescente, claro. Y sin embargo esos años tan definitorios se me resisten.

En 1980 yo iba, poco antes de cumplir 16 años, al estreno de Pepi Luci Bom, nada consciente de lo que eso significaba en la cultura de nuestro país; pocos meses después empezaba a tocar en mi primer grupo (cuando llegué, hacían versiones de "Stairway to Heaven" de Lep Zepellin y de "London Calling" de los Clash -vaya mezcla-: al cabo de un mes ya tocábamos música disco). En 1982 empezaba a ir a la Universidad e iniciaba mi aprendizaje, a fuerza de sesión doble casi diaria, en la historia del cine (sobre todo en los desaparecidos Cinestudio Regio, el Bogart y el Covadonga). También empecé a leer con algo más de criterio, aunque rápidamente me di cuenta de que me gustaba tanto Milan Kundera como Anarcoma y decidí seguir tragándome cualquier papel impreso que pasase por mis manos, sin excesiva discriminación. En el verano del 81 tuve mi primer trabajo remunerado y en seguida comprendí la importancia de la independencia económica. Con excepciones tasadas (el año que me pasé estudiando en Paris, por ejemplo) no he dejado de trabajar desde entonces.

A primeros de los anos 80 yo tenía la impresión de que empezaba un mundo nuevo. Era cierto: estaba empezando la revolución conservadora cuyos coletazos finales vivimos hoy. Pero yo no era consciente de ese cambio sociológico y cultural. Supe que ese mundo nuevo se iniciaba cuando escuché los primeros compases, al ritmo del disparador automático de una cámara de fotos, de "Girls on Film" de Duran Duran, mi grupo favorito de todos los tiempos. Sí, mi grupo favorito de siempre pero, como me recordaba (recriminaba, más bien, y con razón) Polo hace poco, no están incluidos en la lista de mi música favorita en el perfil de Breckinridge. Y mira que el perfil está currado. No me explico la ausencia, que debe ser freudiana. Es una de esas cosas de mí mismo que como decía no me explico y sólo le encuentro la justificación de mi dificultad en repasar los primeros 80.

Así que me planteo dedicar algunas entradas de este blog a los fabulosos chicos de Birmingham. Lo tenían todo: eran guapos, con un look andrógino a la última, componían canciones pop perfectas con arreglos tecno ultramodernos, estribillos inolvidables y armonías vocales tan elaboradas que parecían de otra época. Sus conciertos eran buenísimos, sonaban aún mejor que en sus discos. Hicieron algunos de los mejores videoclips de todos los tiempos. Y tienen un nombre perfecto, sacado de Barbarella, película pop "de culto" con una enorme dosis de camp. Para mí, Duran Duran marcan los años 80, aunque su periplo musical sea de mayor alcance y recorrido. Dejo como aperitivo el video de "My own way", de su segundo álbum, Rio, en la versión "disco" que hicieron para el sencillo. Sobra el loro y la temática española es algo cargante. Pero menudos arreglos de cuerda. Menudo estribillo. Qué subidón.

miércoles, 14 de enero de 2009

Escaparates y Fachadas: Clínica Panamá



El barrio de Chamartín, en la parte norte de Madrid, tiene un gran número de edificios de viviendas, de clase media-alta y aparentemente anónimos, que revelan el deseo de modernidad que imperaba entre los arquitectos y diseñadores de la capital desde finales de los años 50. Se trata en su mayoría de bloques residenciales sin firma, de líneas rectas y puras, generalmente construidos en ladrillo visto y piedra, con terrazas voladas, azoteas ajardinadas y patios de comunidad bastante amplios y luminosos. Los pisos son, para los estándares actuales, grandes y bien distribuidos, sin pasillos innecesarios, siguiendo los estándares del llamado "movimiento moderno" que había llegado a España con cierto retraso y que se implantaba ya del todo con la bonanza económica de los años 60.

Y todo este rollazo es para presentar la fachada (porque no es un escaparate propiamente dicho) de la Clínica Panamá, que está en la calle del mismo nombre en el barrio que acabo de describir. A primera vista dice bien poco, pero si uno se fija bien puede comprobar, en primer lugar, la armonía de las líneas rectas: el frontón de piedra pulida con el nombre, la puerta y los adoquines de cristal. Precisamente los adoquines de cristal son lo que a mí más me llama la atención del diseño de la fachada (reminiscencia de la arquitectura pre-moderna de los años 20 y 30, como la "maison de verre" de Pierre Chareau en París), junto al detalle asimétrico del tirador de la puerta. Es una pena que esté medio tapado el panel de mármol verde que enumera las especialidades de la clínica, porque impide que se vea bien la tipografía, que es preciosa, y el propio mármol, que da un toque de solidez constructiva tradicional a un diseño casi enteramente de cristal opaco. Por otra parte, las letras rojas (y la tipografía, limpia y sans sérif) del cartel principal son suficientemente llamativas como para que nadie pueda llamarse a engaño sobre el cometido del establecimiento. La impresión que transmite el diseño es la de un lugar aséptico, limpio y moderno. Lo que debe ser una clínica.

La Clínica Panamá es la excepción que confirma la regla de lo que ha ocurrido en un barrio tan señorial como el de Chamartín. A lo largo de los últimos 20 años los detellos de diseño moderno de mediados del siglo XX se han ido desdibujando, víctimas del aburguesamiento de la zona y de toda la sociedad en general. Los portales han ido perdiendo marquesinas voladas, los suelos de piedra pulida o de terrazo de calidad han sido cubiertos por alfombras pseudo persas de medio pelo, los tiradores de aluminio se han sustituido por otros de latón de formas clásicas, los cristales de los portales se han revestido de barras de seguridad de inspiración toledana o, aún peor, de imitación de una balaustrada clásica, han ido apareciendo en zonas comunes de los edificios espejos biselados y enmarcados o arbolitos artificiales. Aún peor es la mutación de El Viso, uno de los núcleos de arquitectura residencial racionalista más importantes de Europa, verdadero monumento a las políticas sociales de la II República, convertidas hoy las que fueron construidas como "viviendas para obreros" en residencias de millonarios de gusto inversamente proporcional a sus cuentas corrientes, pintadas de amarillo clarito "Ana Botella" o color salmón "Ana Rosa", deformadas por columnas, frisos, más balaustradas y todo tipo de detalles decorativos cuyo fin es hacerlas más aceptables al "buen gusto" que la revolución conservadora (que ha durado casi treinta años y que espero esté enterrada para siempre) nos quiso imponer junto a todo tipo de valores éticos, políticos y financieros que ojalá nunca hubiésemos tenido que conocer.

lunes, 12 de enero de 2009

Flamígeros, cometas y locas

Habia pensado en titular esta entrada "Gaza", pues de Gaza es de lo que trata, pero a la vista de la situación tan espantosa y desesperada que hay allá, he decidido aligerar el título.

Es difícil escribir o hablar sobre la situación en Gaza, o en Oriente Medio en general, sin caer en pasiones, toma de posiciones políticas o definiciones de principios, algo que a mí me gusta evitar siempre. A mí, como a todos, se me parte el alma al ver lo que está ocurriendo en toda la Franja, ver cómo mueren personas inocentes, cómo se les impide salir de ese ingente campo de concentración, cómo no se permite ni siquiera la entrada de la ayuda humanitaria que necesitan para poder sobrevivir. Pero también sé de sobra que los parámetros en juego son mucho más complicados que los de "buenos" contra "malos". Tampoco tienen culpa de nada los habitantes de Ashdod o Ashqelon, al sur de Israel, donde cae diariamente una lluvia de misiles caseros lanzados por milicianos de Hamas desde Gaza. Lo sé, no es lo mismo, pero el derecho de unos y otros a vivir en paz sí es igual.

Precisamente porque le tengo simpatía y cariño al Estado de Israel, que conozco bien, me duele especialmente lo que está haciendo en este momento. No creo que con esta ofensiva militar sin sentido vaya a obtener ningún objetivo a corto plazo (los misiles seguirán cayendo, quizá con más insistencia, sobre Ashdod y Ashqelon), ni tampoco a medio o largo plazo, pues como decía Vargas Llosa en el artículo que publicaba ayer El País, el odio y el rencor sólo generan más odio y más rencor. Israel no parece darse cuenta de que, aunque el 90% de los israelíes aprueba la ofensiva, el 90% de la población mundial la deplora. Tampoco parece preocuparle, y a la vista de la historia del pueblo judío debería hacerlo y mucho, que se hable de genocidio palestino, que se le atribuyan prácticas nazis, que nazca en todo el mundo un fuerte sentimiento anti-israelí que puede tornarse en anti-semitismo con una facilidad pasmosa.

Israel es, o quizá debería decir fue, un país admirable, que supo hacer florecer el desierto, que supo aprovechar la ayuda exterior para desarrollarse sin permitir corrupciones, que supo hacer renacer una lengua, el hebreo, que había desaparecido, que supo convertir en Estado un sentimiento de comunidad, de unidad entre todos los judíos. Todo esto parece haber desaparecido: ya no quedan apenas kibbutz, la corrupción política y económica es moneda común, los fundamentalismos religiosos ashkenazi y sefardí dominan la vida política, el campo de la paz, ése sobre el que escribe Amos Oz, parece haber menguado hasta la inexistencia, la continua negación de derechos a los palestinos y los "asesinatos selectivos" que acaban con vidas de inocentes son injustificables. Y la masacre que el ejército israelí está llevando a cabo en Gaza, aprovechando los últimos días de la presidencia de Bush, sólo para recordar que siguen siendo el chico más bruto y más fuerte del patio, no hace sino confirmar los peores temores de aquéllos que, como yo (cada vez más solos) seguimos defendiendo la democracia israelí. Nos hemos quedado sin argumentos.

Siempre me gustó Gaza. Estuve allá en bastantes ocasiones, por motivos de trabajo, a mediados de los años 90. Entonces parecía que vivíamos años difíciles para la región, pero comparado a lo que ha venido después me doy cuenta de que fueron excelentes. Aún estaban calientes los acuerdos de Oslo sobre paz en Oriente Medio. Aún había esperanza en la Autoridad Palestina (sí, ésa misma que, parapetada en la comodidad de Ramallah, no hace nada por sus primos de Gaza, del mismo modo que ningún país árabe, ni uno solo, ha hecho nunca nada por el pueblo palestino salvo gritar, criticar, censurar, deplorar, lamentar, sin mover un dedo, no vaya a ser que les quiten sus tronos o sus subvenciones; tras la primera guerra del Golfo, en 1991, ¿qué fue lo primero que hicieron los gobiernos de Kuwait y Arabia Saudita?: expulsar a los palestinos). A diferencia de Cisjordania, y con la excepción de los pocos asentamientos israelíes que había entonces en la Franja, Gaza era un lugar sin ocupación militar, y ello lo hacía mucho más agradable que otras ciudades palestinas, donde se sentía mucha más tensión o se vivía directamente la ocupación, como en la propia parte oriental de Jerusalén.

Quizá la tranquilidad que se vivía entonces en Gaza se debiera a la presencia del mar, que todo lo calma, o a la vegetación, que en primavera, cuando florecían los flamígeros (o "flamboyants", qué nombre tan PSB), hacía que todo se volviese de color rojo bermellón. O quizá la tranquilidad se debiese a los niños, que están por todas partes, deambulando entre páramos sembrados de bolsas de plástico de colores y haciendo volar sus cometas, de indudable fabricación casera. Si hay una imagen de Gaza que tengo clavada en la memoria es la de las cometas al viento, frente al cielo azul, bajo un sol siempre de justicia. Ese mismo sol que se pone sobre el Mediterráneo, tiñiendo el agua de rojo. El mismo rojo de la flor de los flamígeros. El mismo rojo de la sangre.

Otro recuerdo que nunca olvidaré fue el de una ocasión en que, conduciendo por la calle principal de la ciudad de Gaza, un compañero de trabajo y yo nos paramos en un cruce de peatones. Por delante de nosotros, entre niños, mujeres con la cabeza y la cara cubiertas y hombres sin rumbo concreto, pasó un tipo joven, de unos treinta y pico años, con su media melena ondulada y el bigote de rigor de todos los hombres palestinos. Llevaba puestos unos pantalones blancos algo acampanados, bastante apretados, una camisa rosa fuerte con el cuello abierto unos cuantos botones, zapatos con tacón cubano y algo de alza y un bolso rojo de mujer colgado del hombro. Cruzó la calle contoneando las caderas y cuando pasó delante de nuestro coche me pareció adivinar que llevaba sombra de ojos y colorete. Mi compañero de trabajo gritó "¡Vaya pedazo de maricón!". Yo estaba entonces en la etapa de plena aceptación de mi mismo, de reconciliación con mi sexualidad, de salida del armario, y le contesté, en el mismo lenguaje chusco que él había utilizado, "no creo que hayas visto a un tío con más cojones en toda tu vida". Porque ser una loca y salir a la calle en Gaza haciendo gala de ello, sin miedo a lo que te pueda ocurrir, es tener valor. Me pregunto que será de él. Espero que esté donde esté sea feliz. Que es lo mismo que les deseo a todos los ciudadanos de Gaza y de Israel, que algún día se darán cuenta de que están obligados a vivir los unos con los otros y a entenderse.

Ojalá acabe todo esto lo antes posible.

sábado, 10 de enero de 2009

La Plaza de la Paja



La Plaza de la Paja es la plaza más bonita de Madrid y uno de los mejores rincones urbanos de la ciudad. Forma parte de lo poco que queda del Madrid medieval y en su momento hizo las veces de plaza mayor, donde se subastaba la paja y otros productos, de ahí su nombre. Es de los pocos lugares que a uno le recuerdan que Madrid es una ciudad castellana, porque da la impresión de poder estar en Segovia, Ávila o Toledo. Es también, por otra parte, un lugar extraño y algo incómodo, ya que está muy en cuesta, cayendo desde la iglesia de San Andrés a la calle Segovia. Casi se ha convertido en un coto privado de los perros de los vecinos de la zona, que disfrutan y socializan a placer, aunque en verano hay unos cuantos, probablemente demasiados, bares con terrazas.

Tranquilo, querido lector, no me voy a poner en plan guía turística, pero es que no me he podido resistir a colgar esta foto de la plaza nevada. Nunca la había visto antes así.

martes, 6 de enero de 2009

Transgeneralidades



Paseando por el centro de Madrid, en concreto por la calle de la Concepción Jerónima, me topé con esta pintada. No me pude resistir a hacerle una foto, con el teléfono por supuesto. En algún lugar he dejado escrito que detesto los grafiti con todas mis fuerzas, no compro la teoría de que es "arte urbano".

Subo la foto al blog porque al ir a borrarla me doy cuenta de su extraño y bonito efecto visual, con cuatro grandes rayas horizontales, casi del mismo tamaño, en diversos tonos de gris. Y al comprobar el extraño efecto visual vuelvo a sorprenderme por el texto escrito en la pared. Me pregunto quién lo escribiría: la apuesta lógica es una persona inmigrante y transexual que ejerce la prostitución, pero no tiene por qué ser necesariamente así. Me fascina la palabra "extrangénero": ¿es un extranjero trangénero? ¿un género extranjero?

Me doy cuenta de que las pintadas que no me gustan son las de tipo "artístico", que por lo demás se suelen limitar a la firma garabateada y rubricada del "artista" en cualquier rincón virgen de una pared o una puerta que no le pertenecen. Pero no me disgustan las pintadas llamémoslas políticas, como ésta, al contrario. Me acuerdo perfectamente de las pintadas que proliferaban en Madrid en los primeros 70 y que pedían amnistía, libertad y democracia antes de la muerte de Franco. Generalmente a las pocas horas estaban ya tapadas por otras pintadas, grandes rectángulos tachados con una equis que borraban cada letra del mensaje "subversivo". Recuerdo que le preguntaba a mi madre en la inocencia de mis 7 u 8 años por aquellos conceptos, amnistía o libertad, y sobre todo por el motivo por el que sólo se pudiesen reclamar de aquel modo. Reconozco que me fascinaba la idea de la censura de las pintadas y me pasaba horas intentando descrifrar las palabras que debían estar debajo de esas celdas de pintura negra que las desfiguraban por completo.

Y ahora, casi 40 años después, me topo con esta pintada que de tan clara resulta totalmente incomprensible. Me siento extrangénero en mi propia ciudad. Pero no es una sensación nada desagradable, la verdad. Más bien al contrario.

domingo, 4 de enero de 2009

Siempre me sorprende

Feliz Año Nuevo.

Según leo en la blogosfera, les van a dar un premio especial a The Pet Shop Boys, por su especial contribución a la música, en la edición de este año de los Brit Awards.

Aunque, como a todos, me encantan las quinielas previas a los Oscar y otras ceremonias de premios (y me encanta acertar en mis predicciones, y nunca acierto, por supuesto), siempre he pensado que los premios, todos los premios, son en el fondo una monumental chorrada. ¿En qué han contribuido especialmente a la música los PSB? Muy probablemente la industria musical británica les condecore por la cantidad de discos que han vendido, que es lo que de verdad cuenta. O quizá esté siendo muy cínico. Porque merecérselo, se lo merecen yo diría que más que nadie, pero dudo mucho de que se lo den por lo que de verdad lo merecen, la inteligencia de sus canciones. O Porque no hay ni una sola canción mala de los PSB. Las hay mejores, las hay peores, pero todas buenas. Quizá simplemente "toca". No lo sé. El caso es que se lo dan y a mí me alegra mucho porque, no creo que haga falta que lo diga, es un grupo que me gusta mucho.


Su primera grabación, West End Girls, fue un éxito brutal, número 1 en el Reino Unido, en los United y en medio mundo (aunque sólo después de un segundo lanzamiento, el primero, dos años antes, pasó sin pena ni gloria). Yo odiaba West End Girls. No la comprendía. No soportaba la voz de Neil Tennant, ni los cambios de tono mayor a menor. En aquel momento, principios de la segunda mitad de los 80, yo estaba en plena etapa musical, feliz tocando con mi grupo, sediendo de tecno-pop y de bossa-nova, aún loco por Duran Duran, mi grupo favorito de la década y quizá de todos los tiempos. West End Girls me parecía lo peor: pop barato con un envoltorio tecno, con una letra absurda y unos arreglos ya pasados.

Qué equivocado estaba. Su segundo single, Love comes quickly, era lo más. Sólo dos acordes, salvo al llegar al puente, casi al final, en el que añaden un par de acordes más y un arreglito de flauta sintetizada simplemente perfecto. Y la letra, como la de West End Girls (tardé en darme cuenta) era la mezcla ideal de banalidad y buena escritura. Se hundieron en las listas de éxitos, a nadie le gustaba. Qué cosas. Sigue siendo una de mis favoritas.



Es probable que ellos se tomen el premio que ahora les dan con el mismo parámetro cínico del que yo hablaba antes. De hecho, otra de sus mejores canciones, Opportunities, su tercer single, refleja como pocas la fatuidad de las épocas de dinero fácil. Sí, eso de lo que tanto se habla ahora. Qué joven y qué delgado está Neil Tennant en esos vídeos primeros. Y Chris Lowe daba aún la cara.



Yo les daría montones de premios a los PSB. Se los daría por componer canciones pop perfectas, casi todas ellas, se los daría por saber escribir de modo banal sobre cosas serias y por escribir bien sobre cosas superficiales, se los daría por saber utilzar los recursos de la música pop como pocos, se los daría por retratar los años 80 mejor que nadie, se los daría por tener un directo asombroso, se los daría por saber hacer canciones adultas aunque su público seamos unos infantiles, se los daría porque reflejan mejor que muchas obras más ambiciosas las complejidades y lo absurdo de la vida urbana moderna, sobre todo la de los homosexuales. Y se los daría por saber mezclar alto y bajo, lo profundo y lo intrascendente, "Che Guevara and Debussy to a disco beat".

Su mejor canción, al menos la que más me gusta a mí, no fue un single y no tiene vídeo, por lo que cuelgo aquí un YouTube sin imágenes que otro fan acaba de colgar. En el título de este post he traducido "It always comes a a surprise" como "Siempre me sorprende". Cómo me gustaría haber escrito esa letra.