Desde hace ya muchos años, compro y leo todos los sábados el periódico Financial Times del que me gusta, en especial, su sección de fin de semana, que es lo más parecido al semanario europeo sobre política, cultura y estilo de vida del que estamos tan necesitados quienes vivimos en este continente (y eso que ha perdido mucho en los últimos tiempos). El primer fin de semana de cada mes te regalan con el periódico una revista insultante, llamada "How to spend it" en el que se le dice a nuevos ricos como gastarse los millones. No deja de ser curioso hojear el listado de yates italianos, joyería centroeuropea y casas de alta costura y habitualmente poco gusto que se anuncian, pero lo que siempre me leo con fruición es la página final en la que un personaje supuestamente famoso/influyente/importante cuenta como es su fin de semana perfecto. Así que, como nadie, ni siquiera el FT, me va a pedir que diga cómo es mi fin de semana perfecto, lo cuento aquí.
El fin de semana tiene que ser una fiesta para los sentidos. Para todos los sentidos. Como tengo la mala suerte de tener un trabajo absorbente que además me pilla lejos de casa, mi fin de semana suele empezar el sábado por la mañana, salvo que haya alguna cena el viernes. Si algo me gusta en este mundo es una buena sesión de sexo nada más despertar. Es curioso que los que escriben en el FT no mencionan nunca el sexo en su descripción del fin de semana perfecto, será imposición del guión del periódico, porque si no, no lo entiendo. Yo soy consciente de que a primera hora no le apetece a todo el mundo, pero procuro encargarme de quien comparte mi cama comparta también mis escozores matutinos. Para mi suerte no suelo encontrar (demasiada) resistencia. El sexo siempre despierta dos cosas en mí, las endorfinas y mucha hambre, así que, lleno de energía y empuje tras el arrechuchón, me voy raudo a la cocina a preparar la comida más importante de la semana.
Un buen zumo de mezcla de cítricos y lleno de antioxidantes, fruta fresca, tostadas del pan de mezcla que hacen en el Museo del Pan Gallego de la calle Hileras (los fines de semana perfectos del FT están llenos de direcciones y marcas, no voy a ser yo menos), tomate fresco rallado, aceite de arbequina de primerísima calidad, jamón y charcutetía, huevos pasados por agua, yogur y lácteos (queso no, al menos para mí, que soy poco quesero), café recién molido. Nada me gusta más que desayunar mucho y con tiempo por delante.
Por imposición laboral, suele tocar hacer compra el sábado. A veces es inevitable ir a ECI, pero eso no entra en mi idea de la perfección, así que lo omito (bueno no, critico la lentitud e ineficacia con que te sirven en el Club del Gourmet, qué pesadez), pero sí incluyo la compra en el Mercado de la Cebada. Sobre todo la frutería Bejarano, donde venden unos productos realmente maravillosos, además tan bien colocado todo, que es lo que en realidad más me gusta. Quizá uno tenga la mala suerte de que le atienda el señor mayor, que siempre cuela un par de kiwis pasados o algún kumato aplastado cuando no miras, pero bueno, la perfección nunca es perfecta.
Los fines de semana procuro salir lo menos posible y disfrutar del piso, bastante cómodo, en el que vivo y que aprovecho poquísimo entre semana. Como además del sexo y la comida lo que más me gusta es leer, dedico mucho tiempo a ponerme al día con las revistas a las que estoy (estamos) suscrito(s). Y que son: Vanity Fair, The New York Review of Books, The Economist, Granta y Monocle. Me temo que todo es en inglés, uno tiene esa deformación. Como leo libros en el transporte público durante la semana, me permito el lujo de dedicarme a las revistas los sábados y domingos. Tengo que reconocer que salvo The Economist (que cada día aguanto menos) y Granta (muy literaria, leo piezas sueltas), las otras tres me las leo de Pé a Pa. Vanity Fair me sigue pareciendo una revista modélica, con la mezcla perfecta de show-biz y seriedad. En su último número hay un artículo buenísimo sobre tres grandes divas del folk, Carole King, Joni Mitchell y Carly Simon. De ellas, y de otras mujeres de su época, hablaré en un próximo post. NYRB ya se ha convertido en imprescindible, sus artículos son tan largos que los de otras revistas siempre saben a poco. Monocle es una buena adición, heredera, algo más madura, de Wallpaper, y aún en su primer año, por lo que promete.
Además de leer, cocinar es una parte importante del fin de semana. Para los que, como yo, no tenemos ningún talento, es el único modo de dar salida a nuestros intentos de ser creativo. Y para los que tenemos un marido con madera y hechuras de tres estrellas Michelin, pues aún mejor. Si bien los sábados salimos en ocasiones a comer fuera, los domingos siempre cocinamos algo sustancial. Solemos alternar un arroz, que hago yo, o un asado, que hace él. A veces se tercia invitar a amigos, mucho mejor así. Y buenos vinos claro. Ruedas, Albariños, Prioratos, Riojas. Y lo que se tercie, manzanilla y cava. Este fin de semana, por cierto, se ha producido uno de los acontecimientos más importantes de cada año. Y no me refiero al domingo de ramos, sino a la apertura de la temporada de la terraza del bar El Ventorrillo, más conocida como la terraza de las Vistillas. Además de una tortilla y un pollo al ajillo buenísimos, tiene al mejor camarero de este mundo y de todos los demás, Vicente, que además de tener SIEMPRE la sonrisa puesta (y una mesa disponible para nosotros), pasa las vacaciones en La Romana. Como el señor que es.
En ocasiones vamos al cine. Lo sé, ir al cine en fin de semana es lo peor, pero si lo hacemos, vamos a la sesión de las 4 de la tarde, aún bajo los efectos del Ribera de Duero, Somontano o Ribeiro de turno. Eso es aceptable, ¿no? Pero sí solemos ir a jardines y parques, a llenarnos la vista, el oído y el olfato. No suelen pasar dos semanas sin que vayamos al Jardín Botánico, o un mes sin ir al Capricho. Viviendo en el centro de Madrid, el Campo del Moro es otra opción. El Retiro no, me temo. Demasiada gente, demasiado patín, demasiados niños, demasiado echador de cartas. Lo bueno de los jardines, sobre todo si hace sol, es que excitan mucho la líbido y a vuelta suelo estar con ganas de retozar un poquito. Y tampoco tengo que insistir mucho para ser complacido, la verdad. Ventajas de vivir enamorado.
Finalmente, el fin de semana no puede ser perfecto sin televisión. A mí me gusta mucho ver la televisión y entre semana tampoco me empeño demasiado, así que me toca tragarme lo que haya el domigo por la noche. Solemos cenar en bandejas enfrente de la pantalla, es el único momento de la semana que lo hacemos y es un rito que me encanta, tan trangresor, sin mantel, con el plato en precario sobre las rodillas y el vasito en el suelo. Y me trago absorto el pronóstico del tiempo, que es lo más interesante, y comentamos el peinado o el atuendo de la presentadora de turno mientras decido qué ponerme al día siguiente (¿traje gris o azul? los grandes dilemas de la vida) y, sobre todo, espero con fruición que pongan el anuncio de colonia Dolce e Gabbana en el que sale Matthew McConaughey. Y a lo tonto, a lo tonto, toca irse a la cama. Sábanas limpias. Posibilidades infinitas.
Releyendo me doy cuenta de que he empezado hablado de "mi" fin de semana perfecto y he terminado hablando en plural. Qué bonito.
Ludvík Vacátko y Los Caballos
Hace 1 semana
4 comentarios:
como dirían 'la habitacion roja':
"Hoy es un día perfecto
Lo ha dicho en la tele el hombre del tiempo
También lo dice el gobierno
Días perfectos para gente perfecta
Hoy es un día perfecto
La gente perfecta va a salvar el mundo
Y su mundo es tan pequño
Mucho me temo que tú y yo no cabemos..."
Gracias por la visita :)
Y muchas gracias a ti por el comentario, Fennec.
Es decir, que te pasas el fin de semana follando. Con esto te has ganada la enemistad de 800 envidiosas y envidiosos, que hechan un mal polvo al mes, en el excusado de un bar.
Me pregunto si el periódico ese tan extranjero que lees publicaría un artículo como el tuyo. Creo que no, no por lo del sexo, sino porque no llega a ser tan pretencioso como la media.
En esos "findes perfectos", tienes que gastarte 2 o 3 mil euros o merendar unos cannoli biológicos, de comercio justo, caseros y hechos a mano por unas monjas griegas ortodoxas de un convento de clausura en Caltanissetta.
Oye, stanwick, qué bien suenan esos cannoli. ¿De dónde dices que son esas monjas?
Para tu tranquilidad te diré que no me paso todos los findes follando. No por falta de ganas, que quede claro. Pero hay que aprovechar, ¿no crees?
Publicar un comentario