sábado, 10 de septiembre de 2016

[ɒlɪː]


De repente, hay alguien nuevo en mi vida. Igual no es alguien sino algo, no estoy del todo seguro aún. Se llama Lawrence Olivia y es un vehículo de dos ruedas, una bicicleta, de color verde oliva, con ruedas blancas y manillar y sillín marrones. Sale en la foto que abre esta entrada. No sé si es alguien o algo, como decía, porque parece un objeto por fuera, pero desde luego tiene vida propia.

Ha decidido que es intergénero. Ni chico, ni chica. Ambas cosas. O ninguna. A veces es chico, y se hace llamar Lawrence. A veces es chica, y entonces es Olivia. Me confiesa que le gusta que le llamen [ɒlɪː]. Y si lo escribo así es porque no tiene transcripción escrita, sólo existe como fonema. De ese modo se evita que alguien lo vea escrito como Oli, o quizá Ollie, y piense que tiene un género adscrito. Y le da igual que le adjetiven en masculino o femenino, siempre que todo el mundo sepa que no es ni lo uno ni lo otro. Ni siquiera ambas cosas a la vez.

El caso es que tiene carácter. E ideas propias. Me lleva a la Universidad y luego me trae de vuelta a casa. Mientras yo estoy en clase o en el gimnasio, o en uno de esos desayunos semanales de trabajo que ya veo que se van a convertir en una cruz (y eso que los croissants son ricos), se queda fuera, con un candado que evita que algún amigo de lo ajeno decida que le pertenece. El candado, según dice su etiqueta, es de Kryptonita, cosa que dudo mucho aunque pesa un quintal y la llave penetra mal y me cuesta ponerlo.

Y es justo al poner el candado cuando [ɒlɪː] se me empieza a quejar. Que si para qué el candado, si es que no me fío ("Claro que me fío de ti, pero mira lo que hay alrededor, estudiantes y catedráticos, ¿no te da miedo que se te lleven?", le digo). Que por qué tengo que ir al aparcamiento de bicicletas de la Kennedy School ("Pues porque voy a un seminario a la Kennedy School"), no le gusta porque está lleno de "mountain bikes" ("Mamarrachas", les dice). Que por qué no podemos ir siempre a Emerson Hall, que está en Harvard Yard, donde todo es verde, los árboles le dan sombra y se siente más a gusto ("Es que sólo tengo una clase a la semana en Emerson", le digo -y menos mal, por cierto, porque es en un aula cutre y sin aire acondicionado, ni en la Complutense se ve ya eso, y esto es Harvard y la clase la da un señor que tiene un Premio Nobel; en todas partes cuecen habas.



Claro que luego cambian las tornas. Ayer por la tarde, al salir de un seminario apasionante de un par de horas sobre el enjuiciamiento de crímenes contra la Humanidad, todo era jolgorio y no quería irse a casa. Al parecer, las mountain bike mamarrachas de la Kennedy School son de lo más ameno y habían pasado un rato estupendo. Y no quería irse. La bici roja que sale a su lado en la foto, antes de Cambridge vivía en el Bronx y tiene millones de historias jugosas. El caso es que yo, que tenía la cabeza en cuestiones de genocidio, quería irme a casa, así que quité el candado, me monté en [ɒlɪː] y nos fuimos hacia West Cambridge, que es donde vivimos.

Oye, me metió por todos los baches. Me metió incluso en un charco que me dejó perdido de mojado un zapato. Claro, yo ayer llevaba mocasines de ante marrón, espero que no se me eche a perder porque me da un pasmo, que son buenos. Quien me manda llevar mocasines de ante a clase, eso mismo me pregunto yo. Me hizo ir pegado a los coches, que es algo que detesto, quizá por falta de costumbre. Y no dejó de protestar cuando paré en una acera un instante para cambiarme las gafas de ver por las oscuras, que tenía todo el solazo del atardecer en los ojos. Paré, más que nada, porque en el plan en el que estaba ni loco suelto el manillar, que es capaz de hacerme caer, y yo voy sin casco, que los cascos son muy horribles. Todo el rato, eso sí, diciéndome que si nos metíamos en baches y demás no era su culpa sino la mía. Que no monto bien en bici.

Al llegar a casa, más protestas. Que por qué tiene que dormir en el sótano. Que no le gustan las bicicletas de las vecinas lesbianas ("Pero si no sabemos si son lesbianas, son dos chicas que comparten piso", le digo). Y me contesta que jamás juzgaría la sexualidad de nadie, que hasta ahí iba a llegar, pero que las bicis de las chicas le irritaban sobremanera, una de ellas es de un verde que le hace daño solo de verlo. Creo que estuvo a punto de utilizar la palabra "mamarrachas" pero esta vez se cortó. Pero ya lo había dicho antes y lo mucho cansa, y ese tipo de errores no los comete.



El caso es que hacemos tan buena pareja... ¿Verdad? Hemos quedado en que voy a comprar un sillín mejor que éste (que no le hace ningún favor a mi culo y menos cuando me meten en baches). Le he prometido que usaré poco el timbre, que no le gusta y es una pena porque es muy melodioso. Y me ha pedido que le abra una cuenta en Instagram, que quien no tiene Instagram no es nadie. La verdad es que no sé qué hacer, porque empiezas en Instagram, sigues en Snap Chat y acabas en Tinder, o Grindr, o lo que se tercie. Y no es plan. Porque si respeto y aguanto todos sus berrinches adolescentes es porque mi amor es verdadero y me merezco que sea recíproco. Y me veo venir que se va a ir con el primero que pase por su camino y no estoy yo para dramas sentimentales a estas alturas de la película.

Estoy apañdo.

4 comentarios:

Revision Interior dijo...

Qué bueno, es genial eres un artista de la palabra, que envidia poder escribir como tú
Besos desde los Madriles

Squirrel dijo...

Muchas gracias Revisión! Es Oli, que me inspira... Ahora me toca sacarla a dar una vuelta, dice que se aburre 🙄

El Cinéfilo Ignorante dijo...

Hey, squirrel: tengo que decir que m´encanta muchísimo tu texto.
En esta ocasion, es que m´he visto muy reflejado.

Me gustaría que algún día me presentaras a tu /´alI/ (or something).
A su vez, te presentaría a mi Silver, aka Silver Lady, nombre que se ha ganado tomándoselo prestado al impagable 'temita' de David Soul y olvidando Silver Lady, su primer apelativo.

En su caso, tengo clarísimo que es chica.
Lo supe desde el primer momento y lo digo porque ella se siente asi.
No si me lo dice, pero yo lo percibo.

Con la tuya (o el tuyo), no sé.
Habría que ver qué atributos posee y si se siente chico o chica.
...aunqu´el hermafroditismo no esté tan mal.

Me ha encantado cómo cuentas su reacción de meterte en todos los charcos.
¡Es que saben!
Veo que tiene sus sentimientos cuando la llevas al trabajo y cuando no, es decir, cuando la dejas en casa. No para; es que no para, ¿verdad?









Squirrel dijo...

Cinéfilo Polar!! Oli y Silver Lady deben conocerse, se llevarían fatal al principio pero luego nos criticarían y se harían íntimas. Porque en esos momentos, Oli es más chica que chico. Como toda la gente que merece la pena. Quienes no tengan lado femenino, que se quieren de en medio.

A mí del relato, y eso que es mío, lo que más me intriga es la historia de la bici roja del Bronx. Podría escribir un "spin off"... ¿Cómo se llamará? ¿Conocerá a J Lo? ¿Hablará Spanglish? Oli solo habla inglés, aunque sabe español de sobra, pero no le gusta usarlo. Tantas preguntas...