Llevo mucho tiempo, literalmente años, dándole vueltas a la lista de las diez mejores canciones nunca escritas en España, pero no consigo ponerme de acuerdo conmigo mismo. Tengo muchas candidatas: Digan lo que digan, Esto debería acabarse aquí, Yvonne, Un ramito de violetas, Quiéreme tal como soy, Algo de mí, Cita en Hawaii, ¿Por qué te vas?, La Polinesia meridional, Ay quién maneja mi barca... Ideas y candidatas no me faltan, pero no termino de elegir las diez mejores. Sólo tengo clara una cosa, y es que en lo más alto de la lista está, y estará siempre, Tatuaje, de Quiroga y De León, que, en la versión de Doña Concha Piquer, abre esta entrada.
Es una pena que no haya vídeos de Concha Piquer, o al menos no los he encontrado, pues me encantaría verle entonar esta maravilla y admirar el tono tan brillante de su voz, el soplo largo y la respiración sin dudas. Y me encantaría sobre todo verle interpretar la historia, porque esta canción tiene que ser interpretada. La letra es salvaje, escrita en primera persona y con diálogos. "Mira mi pecho tatuado con este nombre de mujer", dice el marinero. "Entre mis labios se dejó olvidado un beso de amante que yo le pedí", dice ella ya enajenada. Se me ponen los vellos (ay que palabra tan horrible) de punta. Y todo ocurre en la sordidez del ambiente portuario "ante dos copas de aguardiente sobre el manchado mostrador". Marineros, tatuajes, putas, alcohol, suciedad, enfermedades. Es escalofriante y se presta tanto a la sobrerrepresentacion y al barroquismo que me pregunto qué habría hecho ante esa letra una cantante tan sobria como la Piquer.
Hay muchas otras versiones de la canción, y seguro que no tardarán los comentarios con la pregunta "¿Dónde está la de Ana Belén?", a lo que responderé que nunca en este blog habrá comentario positivo sobre Ana Belén, aunque sólo sea por haber amargado mi infancia con Zampo y yo. Tampoco me gusta la de Rocío Jurado, por muy fans que sea de ella. Demasiada voz, demasiada coreografía. O la de Carlos Cano, cuya voz y estilo me encantan, pero a pesar de tener a su favor que está cantada por un hombre (no nos engañemos, la canción fue escrita por un hombre, sobre un hombre, para un hombre, de ahí que estuviese censurada durante el franquismo), y al igual que la otras versiones, olvida el cambio de ritmo y la transformación de la copla a ritmo de vals en un tango, que es algo muy particular y que en parte desorienta pero da más entidad y originalidad a la composición. Mucho más divertida es esta versión, filmada para televisión por Jaime Chávarri en su mejor época, a mediados de los 80, y cantada por Pedro Almodóvar con apoyo de Marisa Paredes, Chus Lampreave y Ángel Alcázar (guapísimo, pero ¿qué habrá sido de él?, voy a tener que investigar) entre un elenco enorme de figurantes. Impagable el morreo de Pedro y Marisa. Cómo eran los 80.
Hoy, después de clase, he ido a nadar un rato y a la salida de la piscina, todo ufano y renacido, he buscado, en vano, un sitio para comer algo sano. He acabado en una especie de centro comercial pequeño, cutre y espantoso, tal como eran los Multicentro de Madrid en sus años finales (debería escribir sobre los Multicentros algún día), donde hay una heladería, una hamburguesería (donde, me temo, he recalado y eso que he dejado del todo de comer carne, pero me he hinchado a aros de cebolla), un "takeaway" indio, una tienda de pipas de marihuana y un salón de piercings y tatuajes donde había un chico asiático, parecía un estudiante, haciéndose un tatuaje en el brazo. Escribí en una entrada anterior que en Harvard no se ve gente con tatuajes y me tengo que corregir porque sí se ve. Es cierto que no son tan comunes, prominentes o vistosos como en el resto de este país, o en España; pero haberlos, hay los.
Yo no tengo tatuajes. En cada tatuaje ajeno veo un arrepentimiento futuro, o quizá presente. Había arrepentimiento, o al menos duda, en la mirada del joven asiático hacia su brazo manipulado por el tatuador, además del dolor que imagino terrible. Y no soy yo, lo reconozco, ni de nostalgias ni de arrepentimientos. Soy consciente de que es una cuestión generacional, me cuesta comprender la modificación corporal sólo por razones estéticas. Por fetiche sexual, o por amor, lo que haga falta, pero sólo por estética me cuesta comprenderlo, uno acaba esclavizado por su propia imagen. Y yo lo estoy, no lo voy a negar, pero me pongo el spanx, me doy el gel anti-ojeras, me cambio de pantalones o de corbata, me camuflo el cartón con un sombrero y ya estoy listo. Probablemente me guste demasiado el cambio y es el aspecto perenne y casi permanente de los tatuajes lo que me echa para atrás.
Eso sí, al igual que con mi lista de canciones, le he dado millones de vueltas al tatuaje (o tatuajes) que me haría, y en qué lugar de mi cuerpo serrano caería. Aquí tengo que confesar que hace poco tuve una epifanía y ya sé qué tatuaje me haría. Me cubriría todo el cuerpo y tendría tantos colores como fuese posible. Y nadie lo vería, ni se daría cuenta, ni siquiera aunque me viesen desnudo, si yo no se lo señalase. Es una idea tan chula y tan total, que por supuesto no voy a compartir, estaría bueno, que me dan ganas de hacérmelo, sólo por el gustazo de ser el más original, porque a nadie se le ha ocurrido nunca nada semejante. Claro, que eso mismo es lo que pensaron todos los que se hicieron un tatuaje "étnico" en los 90. O caracteres chinos. O en sánscrito. O citas de Jane Austen. O el retrato de su madre. O la manga de colores... Uy... Creo que me voy a quedar en el terreno de las ideas. Que para eso estoy en Harvard, que otra cosa no habrá aquí, pero ideas, las que haga falta.
En 1976, al poco de morir Franco, el ilustrador y dibujante de cómics Nazario hizo una versión dibujada, sin duda la más ajustada a la realidad de la letra, de Tatuaje. Me alegra mucho ver que hoy se recupera, y más vale tarde que nunca, la figura de Nazario, un superviviente y un artista extraordinario cuya Anarcoma es parte importante de mi vida y uno de mis personajes de ficción de cabecera. Soy plenamente consciente de que esto escandalizará a muchos, pero es así, no puedo ni quiero negarlo. Nazario es un superviviente, como el marinero de Tatuaje, y ésta es su versión, que es la que yo prefiero, de la canción. Aunque le falte la voz, limpia y fantástica, de la Piquer.
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